Sencillez

Viernes, 22 Diciembre 2023 21:06

Creemos que un escrito es más importante, o más interesante, cuando está cargado de adjetivos y de palabras inusuales, cuanto más raras mejor, porque eso rodea a su autor de una capa de intelectualidad, acercando su figura hacia lo enigmático, algo que en cualquier artista siempre es un valor añadido. Sin embargo, creo que la verdadera calidad, lo verdaderamente importante, está en la sencillez, tanto en la forma como en el fondo; pero de eso, lamentablemente, no nos damos cuenta hasta que no hemos superado esa etapa inicial (la mayor parte de las veces juvenil), que algunos, en cambio, arrastran durante décadas, e intentamos llegar con nuestras palabras no a una élite, que nunca sabemos dónde puede estar ubicada, sino a esa mayoría silenciosa que busca lo sencillo y lo diáfano.

Cuando una persona aún no ha rebasado la edad de la juventud pretende que sus palabras sean ambiciosas, rebuscadas, extrañas, intrigantes. Esa es una forma de mostrar nuestra diferencia, incluso nuestra rebeldía, y que la originalidad impregne todo aquello que hacemos, que pretendemos se diferencie de lo que ya es conocido; y está bien que seamos originales y no copiemos todo eso que conocemos de sobra. Pero se puede ser original mostrando humildad y sobriedad, o se puede ser todo lo contrario: Pomposo, rebuscado, arrogante, queriendo llamar la atención por encima de todo. Que todos nos vean dónde estamos y dónde nos situamos.

Desde 1980 a 1995, aproximadamente, mi única labor literaria se centraba en la poesía, aunque después, y hasta 2009, la compartí con la narrativa, siendo en la actualidad una materia literaria a la que le presto poca atención, y no es porque no considere su valía o su utilidad, es más, creo que de todas las artes literarias, la poesía es la más sublime, la más digna, la más pura. El no concentrarme en su ciencia, o en su profundidad, viene dado porque le tengo tanto respeto, que no me considero digno de dedicarme a ella sin que piense que mi labor poética no puede ser más pobre o más menesterosa.

A partir de 1980, al terminar mi jornada laboral, cada día me introducía en los clásicos y leía todo aquello que podía suponerme el ser más escrupuloso o más purista con la lengua, aunque para mí, que venía de ciencias, aquello supusiera un esfuerzo extra.

Leí toda la poesía española desde la Edad Media hasta la actualidad (hay tres tomos de Francisco Rico, La poesía española, publicado por Círculo de Lectores, que son muy recomendables para adentrarse en ella de una forma paulatina); leí una parte de la poesía hispanoamericana, francesa, inglesa e italiana, y en ese espacio de tiempo nacieron doce pseudopoemarios (no me atrevo a decir poemarios, porque siempre he considerado mi poesía de muy pobre calidad, además de ser muy ecléctica y no estar ceñida a determinados cánones, muy simple al principio y muy rebuscada y oscura al final). Esos doce pseudopoemarios los concentré en uno, Dimensión, que se alzó como finalista en el premio nacional de poesía Mario Ángel Marrodán, 1995 de Vigo. A partir de ahí, la derivación hacia la narrativa empezó a ser cada vez más notable, aunque, a pesar de eso, vieron también la luz los libros La asimetría de los espejos (2002) y Trayectoria (2009), ambos como síntesis de los últimos poemarios inéditos.

Por esas razones, no me atrevo a publicar ningún poemario más y en la actualidad me he centrado en la novela, que considero más acorde a mi forma de ser, transparente y clara, algo que, me parece, escasea mucho en la poesía actual, para la que hay que tener un bagaje especial, una preparación más técnica, eso que desde luego yo no poseo.

Y vuelvo al principio, para indicar que hay gente muy osada. Nos atrevemos a publicar cualquier cosa que hacemos sin recapacitar que en un futuro nos podemos sentir defraudamos por eso; que podemos pensar en el error cometido al publicar algo sin valor, sin haber calibrado el verdadero alcance y la trascendencia de eso que consideramos que, como ha salido de nosotros, todo el mundo debe conocer.

Vivimos en un mundo en el que el individualismo tiene tanta importancia que no vemos más allá de nosotros mismos. Pensamos que somos lo más importantes del planeta, que todo debe circular a nuestro alrededor, incluso que podemos llegar a ser inmortales, si no desde el punto de vista físico, sí a través de nuestra herencia. Y somos solo unos necios, que no pensamos en el futuro de la humanidad ni en la solidaridad que debemos tener con nuestros semejantes. Así nos va.


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