Adoctrinar

Viernes, 19 Abril 2024 21:06

Últimamente, y más desde que se ha puesto en marcha la ley de la amnistía, se habla mucho de adoctrinamiento, sobre todo del supuesto adoctrinamiento que se lleva a cabo en Cataluña. Y lo repite la derecha una y otra vez, a ver si, a fuerza de repetirlo, a alguien se le queda en la cabeza y lo concibe como una verdad, cuando es todo lo contrario.

En nuestros años cincuenta y sesenta, cuando la gente emigraba a Francia o a Alemania, todos aprendían a hablar francés o alemán, y eso no era ningún tipo de adoctrinamiento, sino un enriquecimiento cultural, ¿por qué el catalán, el euskera o el gallego no tienen la misma consideración cultural y se habla de adoctrinamiento en los colegios de estas comunidades, cuando lo único que se enseña, junto al resto de materias, es a hablar una lengua que, precisamente, es la lengua propia de esa comunidad?

El verdadero adoctrinamiento se llevaba a cabo en nuestras escuelas en la década de 1950 y siguientes a través de dos asignaturas: Formación del Espíritu Nacional y Religión. La primera no formaba el espíritu, lo deformaba, y lo deformaba para que los niños pensáramos que los principios del franquismo eran lo mejor que podíamos tener en nuestro país, y que no había otro sistema de gobierno que fuera superior, porque el franquismo —se decía— había traído a España la paz y la prosperidad que los «rojos de la República» le habían arrebatado al pueblo.

Respecto a la religión, ¿qué decir? Todos sabemos la influencia que tuvo el cristianismo en todos nosotros. Nada más nacer nos teníamos que bautizar, porque en caso contrario podíamos ir al limbo cuando éramos niños, o al infierno cuando éramos adultos —las amenazas estaban a la orden del día—. Después estábamos obligados a ir a misa todos los domingos, porque si no lo hacíamos, pecábamos, y eso era muy grave. También teníamos que ir al catecismo y tomar la Primer Comunión a los siete u ocho años (y de eso yo sé algo pues fui catequista desde los nueve a los dieciocho años, ¡madre mía, qué vergüenza!, ¡perdóname, Señor!). No estaba escrito en ninguna parte que fuera de obligado cumplimiento, pero teníamos que pasar por eso si no queríamos que nos miraran mal. Una pareja no podía convivir junta si antes no había pasado por la Iglesia y había recibido la bendición del cura correspondiente. Tampoco esto era una ley, pero pocos padres había que le dejaran a sus hijos convivir con un chico o una chica sin haberse casado previamente. Y lo que decían los padres no se podía cuestionar. No casarse por la Iglesia era «vivir en pecado»; y por supuesto, aquello era indisoluble («lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», se decía) y así se obligaba a las parejas a permanecer unidas aunque se tiraran los platos a la cabeza cada día. Y no hablamos de la unión de las parejas homosexuales. ¡Por Dios, qué aberración!

Todo estaba regido por los mismos principios del nacional-catolicismo, y eso sí era el verdadero adoctrinamiento. Afortunadamente, todo eso hoy ha desaparecido, y en la actualidad, en las escuelas, se enseña a «pensar», en todas las escuelas, sean de la comunidad que sean. La única labor de adoctrinamiento la hacen en la actualidad los partidos políticos, que se encuentran amparados por los medios de comunicación afines a ellos; y en cierta medida los colegios religiosos, que, evidentemente, tienen una ideología concreta.

Se mezclan los conceptos de Democracia y Estado de Derecho, cuando si nos vamos a las definiciones de la Real Academia de la Lengua, vemos que Democracia es «el sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que se ejerce directamente o por medio de representantes», mientras que Estado de Derecho es «el conjunto de principios rectores que dictan que nadie, incluidos gobiernos, políticos o legisladores, estén por encima de la ley».

Cada persona es libre de pertenecer o no a un grupo religioso; de pertenecer a cualquier partido político, sea de derechas o de izquierdas, o de no pertenecer a ninguno, aunque sea afín o votante de ese al que considere más adecuado a los intereses generales o particulares. Una persona puede ser independentista o no serlo, pero mientras todos defendamos nuestros derechos a través de los representantes que hemos elegido y sepamos respetar todas las opciones diferentes a la nuestra, podrá la convivencia ser lo suficientemente pacífica para vivir en un país modélico.

Sin embargo, a menudo esto no pasa, y nuestros políticos son los primeros en no respetarse unos a otros, y en hablar de adoctrinamiento por parte de los demás. Lo mismo ocurre con los representantes religiosos y así, la Conferencia Episcopal critica al Estado (sobre todo cuando gobiernan los socialistas) de adoctrinar al pueblo y de aprobar leyes que van contra la Ley de Dios. Están perdiendo el poder que siempre han tenido y eso es lo que más les duele. En fin… Hablan de adoctrinamiento, precisamente, los que más deben de callar. Como siempre.


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