ETA y el franquismo

Viernes, 11 Mayo 2018 16:47

Estos últimos días se está hablando en mayor o menor medida, y con mayor o menor acierto, de la proclama que los miembros de ETA han dado, anunciando su disolución definitiva seis años y medio después de declarar el cese del terrorismo. La fórmula que han utilizado para expresar su disolución ha sido la de «el desmantelamiento total del conjunto de sus estructuras» y «el final de su trayectoria y su actividad política».

De esta forma pretenden blanquear su historia, apareciendo, a los ojos de la comunidad internacional, como mártires políticos. Sin embargo su historia es la historia de uno de los episodios más dramáticos, sangrientos y negros de nuestra democracia, aunque no hayan nombrado en ningún momento la palabra «terrorismo» y hayan justificado su sangriento camino con el socorrido concepto de «actividad política».

Esto no debería ser hoy en día una noticia, dado el tiempo transcurrido; pero tampoco se le debería dar ningún tipo de cobertura publicitaria a una banda que desde hace 60 años ha matado indiscriminadamente a gente inocente, a niños, a periodistas, a jueces y a políticos comprometidos con la libertad y con la democracia, sin que sus acciones criminales tuvieran utilidad alguna ni les llevaran a conseguir las metas previstas. Precisamente, entre sus objetivos más audaces estaba el implantar el pensamiento único y conseguir la independencia de los territorios que, según reivindicaban, pertenecían a Euskadi, y estos, ni en sus sueños más románticos se llegaron a materializar.

El terror y la violencia sólo tienen un nombre, y eso de enmascararlos bajo fórmulas más o menos edulcoradas, es sólo una manera de no llamar a las cosas por su nombre y de querer aparecer ante la opinión internacional como los damnificados de un gobierno opresor, o como los defensores de las causas perdidas. Pero nada hay más lejos de la realidad. Ellos han sido los únicos culpables de que durante muchos años la sociedad española se haya visto acribillada por el fuego de sus balas, algo, a todas luces, inadmisible, como injusto ha sido que el miedo, fruto de su «actividad política» nos haya perseguido por todos los rincones de nuestra geografía.

Pero dicho esto, hemos de aclarar también —algo de lo que no se ha hablado—, que la banda se creó en la época franquista, que el pueblo vasco fue uno de los más represaliados durante la guerra civil (recordemos la destrucción de Gernika), y que después de la guerra, Euskadi fue una de las comunidades con las que el franquismo más se ensañó. De no haber sido esto así, posiblemente ETA nunca habría existido (aunque esto, pocos lo reconocen), y todos los muertos que han acumulado en su larga historia de violencia y terror (cerca de 900) se habrían evitado.

Sin embargo, lo que cuenta para todos —entre los que yo me incluyo— es la historia más reciente, el oleaje de sangre, dramas y violencia que nos arrasó, y que es inolvidable; porque de tener algún sentido la existencia de la banda terrorista, algo a todas luces inverosímil, sólo habría sido durante la Dictadura. Si ETA se hubiera disuelto al principio de la democracia, y hubiera dejado de matar de la forma que lo hizo, habría tenido algún tipo de aceptación, al menos en Euskadi, y es posible que a su actuación se le hubiese visto algún indicio de idealismo, algo que justificara la libertad. Lamentablemente no fue así, por eso sólo nos queda como única alternativa la condena explícita, sin ningún tipo de paliativos, de todos sus actos.


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