Los viejitos

Viernes, 20 Enero 2017 17:50

Hace unos días me encontré con una trabajadora de la Residencia de ancianos La Ribera, una mujer que conocí hace años en la época en que tenía una tía mía residiendo allí. Al principio nos saludamos e intercambiamos frases más o menos de compromiso, como aquellas que se suelen cruzar cuando coincides en un ascensor con alguien que apenas conoces.
 
No recuerdo muy bien cómo entablamos conversación, creo que fue porque le pregunté si continuaba trabajando en la Residencia, el caso es que poco a poco la conversación fue tomando forma y derivando hacia lo duro de tal trabajo y, a la vez, lo estimulante que podía llegar a ser.
 
Me emocionó el entusiasmo y cariño con que esta persona hablaba de sus viejitos, de lo solo que se encuentran en un ambiente diferente al que fue su entorno habitual, de lo que agradecen las atenciones, de lo necesitados que están de que se les preste atención. Esta persona demostraba que un trabajo de esta índole suele derivar hacia la creación de una sensibilidad especial hacia los viejitos. Veía, o creí ver en ella, a través del entusiasmo con que me hablaba, la transformación personal que puede generar un trabajo por el que quizás sientas algún tipo de gusto o atracción (a la vez de la necesidad de ganarte ese salario que te posibilita salir adelante económicamente) pero que, después de años de actividad profesional, crece profundamente y te hace saber y entender en profundidad su función como trabajadora social.
 
No voy a descubrir que en este mundo hay mucha, muchísima gente buena, que hay mucha gente abnegada y con muy buenos sentimientos, gentes que apenas podemos ver debido a que vivimos rodeados de una proliferación de chorizos, pero la realidad es que, si sabemos mirar, hay mucha gente sensible, decente, trabajadora, honrada, que cumple sus obligaciones laborales, sociales y familiares con la humildad y sencillez que corresponde. Deberíamos ser muy conscientes de que este mundo funciona mejor gracias a ellos.
 
Todo esto me fue transmitido en el desarrollo de una breve conversación donde el brillo de la mirada, la sonrisa que acompañaba a las palabras, los gestos al aludir al desamparo que los viejitos sacados de sus hogares y trasladados a la residencia transmitían y expresaban más y mejor la vulnerabilidad de estas personas que las palabras que pronunciaban sus labios.
 
Afortunadamente, y ello me consta, en las residencias de ancianos suelen haber bastantes personas con capacidad de empatizar con los mayores y de tratarlos con el respeto y cariño que se merecen. Esa breve conversación me dejó tan positivamente afectado que hoy, ya puesto frente al ordenador y dispuesto para realizar la columna semanal habitual ya “sabía” que tenía que hablar de ello, que aunque ese tipo de cosas no son noticia tenía que hacerlo.

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