Fe de erratas

Viernes, 13 Enero 2017 15:28

En la puerta del Horno Alto puede leerse una nota acerca de la cancelación de las visitas a dicho monumento-recuerdo-emblemático del Puerto. La lectura de dicha nota sugiere la necesidad de un añadido que dijese: Fe de erratas. Donde dice “Por circunstancias ajenas a esta Gerencia nos vemos obligados a cancelar temporalmente las visitas al Horno Alto” debería decir ”A causa de la desidia y desinterés de los responsables este Horno Alto permanecerá cerrado hasta sabe dios cuando”. Y donde dice: “Disculpen las molestias” debería decir: “Joderos imbéciles”.

Hoy nos desayunamos con la noticia de que por fin se ha tomado ¡oh sorpresa! una decisión al respecto: para junio es posible que vuelva a ser visitable de nuevo pero, eso sí, con cargo a las arcas públicas.

Hace días, en una reunión en el Casino de la Gerencia en la que se hablaba de las posibilidades que ofrecía la Ciudad Jardín se me ocurrió pedirle a los presentes que hiciesen el pequeño esfuerzo de dedicarle tres minutos de reflexión a una pregunta muy simple: ¿Qué representa para ti el hecho de que al Horno Alto lo hayan convertido en el adorno de una rotonda? No tengo la menor idea de lo que cada cual pudo pensar acerca de aquella extraña pregunta, ni si se reflexionó, o no, sobre ello. Yo sí que me siento obligado a contestarla aunque solo sea para vomitar la profunda decepción que este tema me produce.

Cuando, hace ya años, alguien que disponía del espacio producido por la demolición de la siderúrgica, realizó el trazado de una nueva  carretera para unir perpendicularmente la que salía del puerto marítimo con la que bajaba por delante de los Alucines, gozaba de muchísimo margen para trazarla por donde quisiese. Ese alguien, con la colaboración de algunos otros de su misma camada, decidió que la carretera enfilase al Horno Alto convirtiéndolo en un adorno de rotonda. Esta agresión se produjo no se sabe si por desprecio, por burla, por ignorancia o por estupidez; me gustaría creer que quienes lo hicieron no tenían la menor idea de lo que representaba ese montón de hierros para el imaginario de un pueblo que acababa de perder lo que sentía como su propia esencia. Pues bien, para mí esa falta de sensibilidad y respeto es representativa de todo lo que vino después, aquello marcaba tendencia, desde el pitorreo de las diversas Ciudades del Teatro, el despilfarro estúpido en la Nave de Talleres, el Centro de Altos Estudios Musicales Rostropovich… hasta convertir la Ciudad Jardín en una escombrera.

Desgraciadamente es de ahí de dónde venimos, aunque afortunadamente, se han dado algunos pasos en dirección más correcta, como recuperar las antiguas oficinas y la propiedad de la Ciudad Jardín, pero es increíble que ¡treinta años después! estemos donde estamos. Peor aún: vergonzoso.


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