El 15M empieza justo donde acaban los votos

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Jueves, 30 Junio 2011 02:00

En el debate interesado, por ambas partes, en el que se ha convertido el tratamiento informativo del llamado movimiento 15M, se ha introducido, por parte de políticos y medios de comunicación, la idea de que los manifestantes que se agrupan bajo la etiqueta de indignados no buscan más que ganar el poder sin pasar por las urnas. El razonamiento no acaba de entenderse si tenemos en cuenta que los movimientos en pro de la llamada Democracia Real, dedicaron un sinfín de actos por toda España a la jornada de reflexión, invitaron a la gente a votar durante la campaña, eso sí no a los de siempre, y desde un principio todas las asambleas de España dedicaron muchas horas a explicar la ley d’Hondt.

Este mensaje, ejemplificado en la ya polémica portada de La Razón donde se enfrentaban las cifras de votantes con las de manifestantes, como si fueran cosas distintas, sólo puede entenderse como un ataque a una de las consignas más escuchadas en las manifestaciones, el «que no nos representan» que tan nerviosos parece poner a nuestros no siempre eficaces gestores políticos.

Seamos sinceros. Los políticos tienen razón en que para alcanzar el sillón que ocupan han tenido que convencer a un montón de gente para que les votara, y por ello merecen ese respeto. Lo que pasa es que en esa frase tan aparentemente incontestable se esconden dos importantes matices, que nuestros gestores parecen querer olvidar.

El primero es que para llegar a la jornada electoral, el político candidato ha tenido que ser seleccionado no por una mayoría, sino por un pequeño grupo de agrupaciones, comités,  y líderes que se van estrechando cuanto más arriba en la lista quiera estar. Un camino que deciden unos pocos a cambio de favores y lealtades  a corrientes internas, cuando no directamente a los donantes financieros externos, que, llegado el momento, tendrá que devolver sin vacilar si es que quiere presentarse a la reelección.

Esta situación hace que si un votante del PP que crea en el ideario del partido, pero considere que Camps o Ricardo Costa no representan ese espíritu, o uno del PSOE que creyera que Alarte no había dado imagen de democracia en su partido no tenga más opción que apoyarles de nuevo o quedarse en casa a riesgo de vivir durante cuatro años bajo ideas que no son las suyas.

La segunda cosa que nuestros políticos se callan es que la gente en realidad no les vota a ellos, vota a sus programas. Un voto es un contrato de confianza y no una bula papal que permite a quien lo consigue hacer lo quiera. Y aquí es, precisamente, donde arranca el 15 M, en la absoluta falta de confianza que generan nuestros políticos.

Hagamos memoria. Hace menos de un mes tuvimos una campaña electoral donde todos los candidatos repitieron hasta la saciedad la palabra austeridad, ¿alguno la definió explicando que iba a recortar de nuestros derechos y servicios? No. Sólo se nos dijo que se recortaría «lo necesario» o «lo imprescindible» para después hablarnos de todas las cosas que pretendía construir. Una muestra clara de que la clase política considera que hay cosas y temas que el pueblo al que se supone que sirve no debe saber.

No se engañen, si hemos llegado a este punto es porque ese mismo pueblo crió una generación entera de políticos en la creencia de que a sus votantes prefieren la prensa rosa o deportiva a la política, y que nadie se indignaba si en vez de un referéndum se aprobaban las cosas a golpe de real decreto. Pero eso está cambiando. El 15 M no es tanto una situación excepcional, como se nos quiere hacer creer, como una situación ideal, siempre con matices, en la que la población, por fin, vigila a aquellos que manejan su dinero y les exige que empiecen de una vez a respetarle como lo que son, sus únicos y auténticos jefes.

Isaac Hernández oliver
Modificado por última vez en Jueves, 30 Junio 2011 02:00

 

 

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