Casas Baratas XX

Escrito por Luis Ballester Moreno
Jueves, 13 Octubre 2022 10:12

Lucas tenía que hacer varias gestiones en el pueblo referente a su currículum que debía presentar a la empresa en Australia, así que al menos los primeros días no prestó mucha atención a Tania. Ella lo interpretó como que no le interesaba y su carácter rebelde se puso a la defensiva. Hacía como que estaba muy ocupada y no aparecía por la casa de sus padres, cuando de siempre solía pasar casi a diario. Es verdad que cuando estaba él, decía enseguida: Me voy que tengo mucho que hacer, y salía pitando.

Los padres de Tania eran muy severos, y aunque ella tenía edad para saber lo que tenía que hacer, la verdad es que los respetaba demasiado en algunas cosas. No se fiaban de Lucas; pensaban que tenía muchas tablas y su hija era muy cándida a pesar de su apariencia, y eso hacía que ella en el fondo, tampoco se fiara. Aun así, cuando Lucas la invitó una tarde a dar un paseo, ella aceptó.

Sentados en una terraza en el parque, ella tomaba un helado y él un café, hablaron largo y tendido de todo, y cuando Lucas le dijo que estaba preparando para irse a Australia, notó que el brillo de sus ojos, se tornó mate. No dijo nada; solo comentó: - ¡Ah! Vas a ver a tu hermano y cuñada.- A partir de ese día nunca tenía tiempo para salir. La excusa podía ser cualquiera pero la cuestión es que no volvieron a dar ningún otro paseo mientras Lucas estuvo allí. Cuando decidió irse y fue a despedirse, le dijo: - Adiós Tania, hasta que nos veamos de nuevo; que sigas tan guapa.- Adiós Lucas, que tengas suerte- y le dio un besito.

Lucas se fue a Australia. Largo viaje; a pesar de hacer escala en Singapur, fueron muchas horas de vuelo. En Melbourne le esperaban su hermano y cuñada sin sus hijos. Los dejaron al cuidado de una vecina de confianza.

Para él fue un choque duro aquella tierra al principio. Estaba acostumbrado al bullicio de Madrid que aquel silencio, aquella lentitud y parsimonia que se notaba en la vida y las gentes de allí, le daba una sensación de aburrimiento enorme. Como si se hubiera quedado sordo; algo así parecido a cuando buceas en pesca submarina. Le costó un poquito adaptarse al entorno, pero cuando lo consiguió, se sintió a gusto.

Le admitieron en la factoría; no se lo tragaron todo pero no quedó mal, se daba buena maña con las cosas y salió adelante. Su cuñada era una buena mujer; alegre, cariñosa, muy detallista y sobre todo, cocinaba de maravilla. Se quedó a vivir con ellos durante el tiempo que estuvo allí. El día a día tenía pocos sobresaltos: el trabajo, la casa, el juego con los niños en el jardín y poco más. Había un club español donde algunas veces iba a tomar una cerveza y pasar un rato y charlar con la gente, pero como Lucas no era de estar encerrado mucho tiempo, no jugaba a las cartas, dominó u otros juegos y cogía su coche (se compró uno de segunda mano al poco de estar) y se marchaba a conocer sitios o al puerto a ver faenar los barcos y el bullicio propio de esos sitios. Se equipó para practicar la pesca submarina, que le encantaba, y recorría la costa buscando lugares donde hacerlo aunque a decir verdad no era necesario andar mucho porque en cualquier sitio que te pararas, daba gusto de lo rica que es todo el litoral australiano. Sumergirse en aguas tan limpias y con tal abundancia y variedad de pesca era tan placentero, que no daban ganas de darlo por terminado.

Las casas en los pueblos o ciudades pequeñas de Australia son lo que en España podríamos llamar un chalet. Está la vivienda propiamente dicha amplia pero de una sola planta, rodeada de un gran jardín y con un par de garajes situados normalmente a un lado de la vivienda. Pues bien, sus hermanos estaban a unos veinticinco kilómetros de la capital, Melbourne, y también cerca de un aeródromo en lo alto de una colina que alrededor eran tierras vírgenes, o sea, sin construcciones ni siquiera arboleda ni cultivos. El aeródromo era para hacer prácticas de aprendizaje de pilotos y tenía mucho movimiento. A Lucas le encantaba ir a ese sitio. Al principio lo hacía en coche pero si tenía tiempo le gustaba ir andando a pesar de que estaba bastante lejos. En una esas caminatas, le dio un repaso a su vida hasta ese momento y notó que, aunque no le había ido mal, no estaba satisfecho. Algo le hurgaba dentro y le decía que tenía mucho camino por andar y que la meta ni se vislumbraba todavía. Sus sueños, no los primeros cuando aún era un niño si no los que teniendo razón alimentaba, no daban señales claras y dudaba incluso de si tenía seguro lo que quería. Debía repasar a fondo sus pensamientos, pero de momento, estaba seco.

Un día, de vuelta de ese paseo, tendido boca arriba y a todo lo largo sobre la tierra, dejó volar su imaginación hacia sus orígenes, a sus primeros años que recordaba. Se vio de pronto oyendo la voz de su madre que le decía: -Lucas ves a por la leche- y cogiendo la lechera, que era de aluminio y con asas y tenía varias abolladuras de las veces que se la había dejado caer, se fue a “Casas Blancas” a casa del lechero. (Más tarde este hombre pasaría por las calles repartiendo la leche) Se sintió (con una claridad impresionante como si estuviera ocurriendo ahora mismo) junto a su familia y otros vecinos yéndose a “espigar”. Se levantaban muy temprano, habían quedado la noche anterior y tenían que estar en el tajo antes de que saliera el sol. De esa manera para cuando empezara a calentar, ya tenían bastantes manojos atados. Lo de “espigar” por si no lo conocen, consiste en (después de la siega) ir recogiendo las espigas que quedaron sueltas o no cortó la oz y que después en casa, cada cual desgranaría para conseguir el trigo.

Continuará.

Luis Ballester Moreno

 

 

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