Mi héroe

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 07 Octubre 2022 21:03

Conocer la historia reciente debería ser una asignatura obligatoria para todos. Ni siquiera sugiero que lo sea a nivel escolar, pero sí una materia que la vida nos debe ir enseñando a medida que pasen los años. De esta forma, se convertiría en una asignatura que nunca pudiese darse por sabida porque cada día que pase, vendría a suponer un tema nuevo que aprender.

Con este planteamiento sobre la mesa, es lógico pensar que serían siempre quienes acumulen más edad y experiencia quienes más supiesen. ¿Y acaso no es así? Los mayores son quienes más saben de porqué y cómo hemos llegado a ser hoy la sociedad que somos y quienes, muchas veces sin pretenderlo, tienen la explicación a aquello que creemos que solo podemos encontrar en Google. Quienes presumimos de nuestra alfabetización digital y vemos la vida, en numerosas ocasiones, a través de una pantalla, obviamos la verdadera riqueza de quienes, no teniéndolo nada fácil, aprendieron a salir adelante con un mínimo porcentaje de los recursos de que hoy disponemos a diario.

Nuestros mayores son el principal tesoro de nuestra sociedad. Ellos son quienes han visto evolucionar este mundo y, aunque muchos no sepan explicarlo en Facebook (ni tengan tampoco ningún interés en hacerlo) nos dan sopas con honda a la hora de poder entender cosas que parecen incomprensibles.

Cualquier ciudadano merece toda la atención de las administraciones públicas, pero pienso que quienes dedicaron su vida a mejorar esta sociedad hasta hacerla llegar donde hoy está, deben recibir un trato especial muy por encima del aspecto pecuniario de la jubilación.

Ignorando a nuestros mayores perdemos uno de los principales valores que toda sociedad debe potenciar: la experiencia. Cada vez son menos quienes vivieron, en consciencia adolescente, la Guerra Civil, y siguen aún con nosotros. Pero muchos más aprendieron a vivir en las penurias de una post-guerra y en un entorno, nacional e internacional, que no invitaba al optimismo. Son esos que nunca miraron el reloj a la hora de trabajar, los que se guiaban por el sol y acababan su jornada cuando la falta de luz obligaba a hacerlo. Son quienes defendían el gran valor de la solidaridad y la convivencia como herramientas básicas del crecimiento social, aquellos que aprovechaban todo para vivir prácticamente con nada.

Cuando ahora se nos llena la boca al hablar de “economía circular” solo necesitaríamos volver la vista a unas décadas atrás para entender a qué se refiere. Cuando los recursos escasean, el ingenio se agudiza y la eficiencia (que es otra palabra que creemos haber inventado hace cuatro días) se maximiza. Es cuando todo se utiliza y reutiliza, cuando no se necesitan islas de siete contenedores porque todo tiene una nueva vida en que se puede aprovechar.

Solo ese, y no sería el único, es suficiente motivo para que, algún día de verdad, nos paremos a escuchar a quienes tienen tanto que contarnos. Cada vez que uno de ellos cierra los ojos para siempre, se lleva consigo un incontable número de lecciones de vida que nos hubiese venido muy bien aprender. Por eso, merecen nuestra atención y nuestro cuidado. Por eso, deben ser una base sólida de una sociedad que pretende avanzar: porque no podemos mirar adelante sin saber qué es lo que vamos dejando atrás.

El cuidado a los mayores debe ser una prioridad básica en una sociedad que quiera sentirse solidaria. Pero eso pasa por dejar de tratarlos como un valor pasivo, como algo ya amortizado que va perdiendo valor a medida que los años pasan. En esa asignatura de “vivir cada día” son los primeros de la clase, quienes más saben y quienes más capacidad tienen para enseñar.

Igual que, hasta hace unos años, los nietos nos sentábamos junto al fuego para escuchar historias, la sociedad debe obligarse a esa escucha activa hacia quienes más pueden enseñarnos y más interés van a poner en transmitirnos todo lo que la vida les obligó a aprender.

Volvamos a levantar la vista del móvil. Volvamos a ver la vida en vivo y en directo. Dejemos volver a las “redes sociales” de toda la vida: la terraza del bar, las sillas a la fresca, el pequeño comercio local o el lavadero. Volvamos a hacer que la conversación, por el simple placer de conversar, sea el principal referente en nuestro día a día con quienes nos rodean. Y dejemos que quienes más saben sean quienes más cuenten.

No es solo una cuestión de solidaridad y respeto. Es la necesidad verdadera de poner en valor aquello que realmente merece la pena. Es el mejor reconocimiento que podemos hacer a quienes han vivido lo suficiente como para ser maestros de vida. Es el mejor homenaje a quienes nos trajeron una sociedad sobre la que construir la sociedad que hoy vivimos, el reconocimiento a quienes, sin que hayan pretendido serlo ni saberlo, debemos considerar nuestros verdaderos héroes.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

 

 

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