Esperando mi tren

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 29 Octubre 2021 21:02

De lujo. En poco tiempo, viajar por carretera desde nuestra comarca hasta Valencia será un bien de lujo. Pero no porque la ciudad esté mejorando, que no es el caso ni de lejos, ni tampoco porque circular por ella sea un caos, que ya lo es. Simplemente, porque su precio será privativo y poco adecuado para esas clases medias a las que tanto pretendía defender este Gobierno.

En el último año, el precio de los combustibles ha aumentado un 30%. Hoy, llenar un depósito medio de gasolina sin plomo cuesta casi 20 euros más que en octubre del pasado año. Y nadie nos dice que la escalada vaya a parar ahí. Pero si a esto añadimos el pretendido futuro tributo al uso de las autovías, el coste de cada viaje a la ciudad se puede disparar hasta límites insospechados e inasumibles.

Resulta paradójico que la desorbitada subida del precio de la luz esté dejando en la sombra al aumento del precio de otros bienes y servicios que deben ser considerados de primera necesidad, pero la economía doméstica lo nota, mes a mes, por no decir día a día.

Dejar para mañana un hecho tan cotidiano como poner gasolina, puede suponer pagar dos euros más por la misma cantidad de producto. No hay semana en que el precio no se corrija al alza. ¿Es ese el supuesto apoyo a la clase media que llevó a este Gobierno a la Moncloa? ¿O es que, en su decálogo, figura hacer que el coche sea un bien de uso exclusivo para sus tan denostadas rentas altas?

Quizá nadie se haya planteado que estas medidas son un aliciente más a la despoblación. Quienes, día a día, se desplazan a la capital provincial o a su área metropolitana para poder llegar a su puesto de trabajo, han visto como el gasto de sus desplazamientos ha aumentado de forma exponencial y tiende a hacerlo de una forma cada vez más abrumante. Sin embargo, los sueldos no ven reflejado ese incremento porque, asombrosamente, aunque el precio de la luz, los combustibles y la cesta de la compra hayan crecido de manera inasumible, nos dicen que la inflación está “controlada” en un 4%. Pues yo no me lo creo.

Tampoco podemos olvidar que, en el precio de los combustibles que pagamos cada vez que vamos a una estación de servicio, se nos carga entre un 45% y un 48% de impuestos, según compremos gasolina o diesel. Con esto, no podemos dejarlo todo en la espalda de la subida de la materia prima en origen ni en los abultados márgenes de beneficio de las grandes industrias petrolíferas. Si llenar un depósito cuesta hoy casi 85 euros, 40 de ellos van a las arcas del Estado. En base a esto, ¿nadie se ha planteado una reducción del IVA de los carburantes al 4%? Probablemente, sería una medida acertada para reactivar una economía a la que una inflación disparada en los factores de producción, esté a la vista o encubierta, no favorece para nada.

Viajar puede ser un placer, pero, en la mayoría de los casos, es una necesidad. La gran mayoría de desplazamientos que se repiten día a día lo son por motivos laborales, del mismo modo que la gran mayoría del transporte de mercancías se realiza por carretera. Si los precios de estos desplazamientos se hacen insostenibles, la reactivación económica está cada vez más lejos y la llegada de sus efectos a la economía familiar dista mucho de ser real.

Estamos a tiempo de repensar el tributo al uso de las autovías. Bueno, no de repensarlo, sino de tirar esa idea al cesto de los papeles. Quien tanto presumió de liberalizar las autopistas de peaje, no puede cargar ahora un coste extra a todos los que usan las autovías, convirtiendo en bienes de lujo lo que son servicios básicos. Bastante cuesta ya tener un coche como para que se le grave con más impuestos, al menos mientras no se dé una alternativa útil con los medios de transporte público.

No se puede castigar el uso del coche cuando, a día de hoy, no tiene alternativas válidas. La mejora de la calidad y la frecuencia de los medios públicos de transporte sería, ya de por sí, un aliciente a reducir el uso del vehículo privado, pero no hace falta salir del Camp de Morvedre para ver que esta utopía está aún a muchos años de ser visible. Sin ir más lejos, la involución del servicio de Cercanías de RENFE y su cada vez peor calidad, deja pocas opciones que no sea reducir la lista de la compra (o la capacidad de ahorro) de las familias para poder pagar algo tan necesario como es el transporte diario hasta el puesto de trabajo.

Si nadie le pone remedio, cualquier día será más barato viajar en avión que llegar al trabajo en coche. Lástima que no todos podamos tener un Falcon a la puerta de casa para que nos lleve de paseo. Así que, de momento, o nos seguimos apretando el cinturón para poder ir a trabajar o nos quedamos el tiempo que haga falta, esperando a que pase nuestro tren. Es lo que hay.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

Modificado por última vez en Martes, 02 Noviembre 2021 11:36

 

 

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