Cambio de cromos

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 09 Julio 2021 21:02

Un Gobierno que busca el equilibrio de las ideologías por encima de la cohesión de las ideas y de la acción de gobierno es un Gobierno abocado al fracaso. Pero, lo que es peor, es un Gobierno que se encamina, a sí mismo y al país al que dirige, hacia el peor de los escenarios. Y, en este caso, muy a mi pesar, vuelvo a hablar de España.

Las legislaturas pocas veces son como se imagina que puedan ser. Crisis económicas, incidentes internacionales o alertas sanitarias como la que vivimos ahora, pueden alterar cualquier planificación gubernamental y hacer virar todos los timones sobre lo propuesto en un programa de gobierno. Eso sí, lo que no es permisible, de ninguna manera, es que las premisas ideológicas básicas con las que se accedió a gobernar acaben en el cesto de los papeles como cualquier otro panfleto electoral.

Que el Gobierno Sánchez iba a perder la brújula lo sabíamos todos desde el momento en que pactó con aquella amalgama de partidos que eran su única opción para acceder a la Moncloa. Pero que, además, fuese a perder también el reloj, la cantimplora y el calendario es algo que hasta podríamos decir que nos sorprende.

El trato ideológico “fluido” que está dando a su manera de sacar adelante el futuro de España resulta preocupante, tanto desde la visión interna de los españoles que intentan comprender hacia donde vamos, como desde la perspectiva exterior de quienes no entienden cómo puede funcionar así un país y, por supuesto, no se alinean con él para ningún proyecto que pudiese resultar medianamente ambicioso.

Nunca pensé que fuese a decir esto, pero, esta semana, me he sentido identificado y conforme con las manifestaciones de Gabriel Rufián a Sánchez en sede parlamentaria. Con el descaro que caracteriza, a uno y a otro, Rufián vino a decirle a Sánchez que su “NO” al referéndum de autodeterminación es tan sólido como el que en su día dijo a los indultos: puro hielo al sol.

Si la credibilidad hay que ganársela, Sánchez elige siempre el camino contrario. Su ansia por mantener a cualquier precio su estandarte del diálogo lo está llevando a cometer verdaderas tropelías que afectan, y afectarán, al futuro democrático de un país que, pese a quienes no quisieran verlo, gozaba de una excelente salud democrática. Hay cosas con las que no se puede jugar y la integridad y la seguridad del Estado es, probablemente, la principal de todas ellas.

En una línea similar, su persecución hacia en enaltecimiento del franquismo mientras deja atrás la barbarie etarra como si de un juego de niños se tratase, es otra de las grandes vergüenzas que deberemos recordar de este Gobierno. Ni defiendo a unos, ni, por supuesto, defenderé nunca a los otros. Pero si barbaries hubo en la Guerra Civil y en la post-guerra, también las hubo, y como mínimo, igual de injustificadas, en los años en que ETA nos llenaba de asesinatos y secuestros los informativos de cada mediodía.

Esta semana se cumplirán 24 años del asesinato del Miguel Ángel Blanco. No podría calificarlo como la mayor barbarie de las cometidas por los etarras. Los atentados contra las casas cuartel de Vic o de Zaragoza, Hipercor, o los autobuses de la Guardia Civil donde se causaban decenas de muertos en una misma acción podrían tener ese mismo calificativo de peor barbarie. Pero con el atentado de Miguel Ángel, ETA tuvo la precaución de pedir a todos los españoles, con antelación suficiente, que nos sentásemos ante los televisores a presenciar cómo lo mataban. Y lo consiguieron. Pocos de quienes vivimos aquellos días podremos olvidar qué hacíamos y donde estábamos en cada una de aquellas interminables 48 horas. Cruel, aberrante, vergonzoso, salvaje… Cualquier calificativo que pudiésemos aplicar a esa acción quedaría corto en la memoria de un demócrata.

Es cierto que fue el final de la imagen social que, inexplicablemente, tenía ETA. Ahí acabó su “prestigio” porque un país, unido y entero, se les puso en contra. Intentaron colear un poco más, pero de nada les sirvió porque la sociedad ya no quería saber nada de salvajes de esa calaña.

Eso, por supuesto, hasta la llegada de Sánchez, previo pacto con Bildu, ha llevado a decidir que no es delito enaltecer el terrorismo de ETA, el de los casi mil muertos, porque ETA, como organización, ya no existe. Pues mire, el franquismo, como acción política, tampoco. Y seguro que, por una cuestión puramente biológica, es más fácil reeditar, con los mismos protagonistas, lo que ETA nos hizo sufrir, que lo que los dos bandos de la Guerra Civil hicieron pasar a España. El terrorismo es terrorismo venga de donde venga y debe ser perseguido desde que se tiene conocimiento de sus intenciones y ya de por vida para evitar su reactivación. Si no, la seriedad que debe presuponerse a la política no deja de quedar en un mero cambio de cromos.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

 

 

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