Reivindicaciones

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 23 Diciembre 2016 16:35

Nunca he sido partidario de las palabras malsonantes, de los «tacos», de los insultos, a veces indiscriminados o fuera de lugar, de la agresividad verbal o de los puñetazos sobre la mesa cuando se trata de reivindicar algo, de expresar ideas contrarias a las del interlocutor de turno, de manifestar nuestro rechazo a algo o a alguien, nuestro disgusto por una situación que nos incomoda, o nuestro enfado por alguna mala jugada que alguien nos ha podido infringir sin motivo aparente; aunque reconozco que la «ironía», a veces, es peor que una palabra más alta que otra; y los que no damos voces ni decimos tacos podemos actuar con esa ironía que tanto molesta —a veces con razón— a los demás..
 
Sin embargo, todo esto no es nada ante situaciones mucho más graves que todos vemos a diario: corrupción generalizada, enchufismo, tráfico de influencias, amiguismo, distorsión de la realidad, beneficio a las clases poderosas y empobrecimiento de la clase media y baja, empleo del dinero público en grandes fastos, privatización de la educación y de la sanidad, etcétera. Es decir, todo lo que vemos a diario, todo lo que clamamos a los cuatro vientos todos los días, y todo lo que nos duele en el alma como un aguijón ponzoñoso.
 
No hace mucho vi en las redes sociales un vídeo que trataba de desprestigiar a Pablo Echenique. Lo había insertado el diario digital OKDIARIO, que dirige Eduardo Inda. Parece ser que al político aragonés le gustan las jotas con cierto tono picante, y cuando se junta con algunos amigos de fiesta, dentro de su limitación, canta alguna.
 
No voy a negar que aquí Echenique estaba actuando de una forma políticamente incorrecta (aunque estuviera fuera del contexto que debe interpretarse como correcto), porque a determinados políticos se les analiza hasta la saciedad, para ver en qué pueden cojear, mientras que a otros se les perdona todo, y a mí lo «políticamente correcto» me suena a «falacia meliflua», por emplear unos términos «correctos» o «ambiguos», de esos que tanto les gusta emplear a determinadas clases políticas para decir poco, o nada, dando una apariencia completamente distinta.
 
La copla que cantaba decía así: «Chúpame la minga, Dominga, que vengo de Francia, chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia». Algunas de las connotaciones que el vídeo en cuestión traía aparejado, eran éstas: «Canción obscena», «Tintes machistas», «Aplaudida por Pablo Iglesias».
 
Pero ¿quién, en alguna fiesta, y al amparo de alguna copa de más, no ha entonado alguna canción obscena, o ha contado algún chiste machista (o en contra de los hombres, si lo cuenta una mujer)? El que no lo haya hecho, que tire la primera piedra; porque siempre pasa igual: los más machistas tildan de machistas a los demás, los más obscenos hacen lo propio, y los que actúan bajo formas fascistas, acusan de fascistas a los otros. Vemos «la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el nuestro»; y no quiero con esto enarbolar ninguna bandera (sobre todo roja o morada), ni defender lo indefendible. Ya he comentado al principio cuáles han sido siempre mis ideas más enraizadas, haciendo una declaración de principios; pero, independientemente del mal gusto que pueda tener la copla, cantada a ritmo de jota, esto es algo que a mí, particularmente, no me escandaliza. Lo que sí me escandaliza —y mucho—, como supongo que le ocurre a una mayoría, es todo lo que he apuntado en el párrafo anterior, y que, por sabido, no voy a repetir, por lo menos en este artículo; pero claro, a muchos políticos sí que le escandalizan las palabras del «podemita», como suelen llamar a los miembros de la formación «morada» en tono despectivo, y tratan de ridiculizarlo en las redes sociales, como tratan de ridiculizar, y echarlos como carnaza a los ciudadanos, a todos los que no son de su agrado, de su ideología política o de su condición social. Y es que los que han mandado siempre no se resignan a que lleguen otros, ocupen su lugar, lo hagan mejor que ellos y, sobre todo, favorezcan a las clases más humildes y más empobrecidas, que es lo que al final debe tener como meta cualquier político.
 
Los ricos no necesitan a nadie que los defienda. Ellos ya tienen sus propios mecanismos de defensa, y sus cohortes de asesores, abogados y procuradores (incluso algunas veces de jueces y policías pagados, o amigos en los altos estamentos políticos), que se preocupan por sus intereses y hacen por ellos lo inimaginable, sin que tengan que mover un solo dedo desde su piscina climatizada, su yate espectacular o su enorme mansión; pero los pobres que, en el mejor de los casos, han de sobrevivir con un salario de 800 € al mes para mantener a su familia y hacerse cargo de todos los gastos (algo, a todas luces, insuficiente), esos no tienen a nadie que defienda sus intereses; y está claro que los últimos gobiernos de turno no han velado nada por ellos, y sí lo han hecho, en cambio, por el Ibex 35, las multinacionales, la gran banca, los mercados o la señora Merkel. La realidad, desde luego, es más dramática que esa, edulcorada y almibarada, que nos dibujan los que nos gobiernan.
 
Por eso se escandalizan, o se rasgan las vestiduras, ante una letrilla picante, que no tiene mayor trascendencia, y la exponen en las redes sociales para escarnio y desprestigio ante todos los que acudimos a esas redes en busca de alguna información interesante. Claro, de esa manera se desvía la atención del personal, y mientras la gente piensa en las tonterías de algo salido (y subido) de tono, no piensa en la losa que tiene sobre sus espaldas.
 
¡Qué país, Dios mío! ¿Por qué no envías de nuevo a tu Hijo para que lo arregle? (Perdóneseme la blasfemia, y que la todopoderosa Iglesia católica, que también está metida en el grupo de los omnipotentes, no me tilde de hereje y me excomulgue, porque ahora, afortunadamente, ya pasó la época de la Inquisición y no creo que nadie me incinere en una pila de leña por la ironía de mis palabras).
 
Creo, y estoy hablando ahora muy en serio, que deberíamos hacer todos un análisis general de la situación (y no quiero decir un acto de contrición ni un lavado de conciencia), obrar en consecuencia y pensar a qué cosas debemos darle importancia y a cuáles no.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

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