Individualismo y colectividad

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 14 Octubre 2016 15:59

No sé si es un problema personal, un problema de la sociedad, o un problema de la colectividad política, pero a menudo, muy a menudo, tendemos a clasificar las opciones políticas entre las que apuestas por el individualismo y las que apuestan por la colectividad.
 
Hace algunas semanas había hablado ya de los conceptos que nos parece que pueden representar, o se pueden atribuir, a la izquierda y a la derecha, como algo que está muy arraigado en el imaginario popular, y estas percepciones (no me atrevería a llamarlas intuiciones) son una clasificación más que nos lleva a menudo a marcar diferencias. Como todo en esta vida, o como una mayoría, en el medio está la virtud, y no es que me decante por la ambigüedad más elástica (o más ecléctica), sino que creo (también lo he subrayado en alguna ocasión) que igual que todos participamos de aciertos y de errores, todos tenemos que comprender que en cualquier dicotomía se pueden encontrar unas opciones positivas y otras negativas.
 
Los que se declaran individualistas, supongo que creen que el trabajo, que dignifica a la persona (eso nadie lo discute, ni lo duda), es lo que fundamentalmente ha marcado el progreso y la calidad de vida de cada uno, y que si uno ha trabajado, o ha estudiado mucho para ganar dinero, y lo ha conseguido, no tiene por qué repartir ese beneficio entre los holgazanes, que nunca han dado un «palo al agua», y sólo han vivido de las ayudas económicas, de la Seguridad social, o de las limosnas. Hasta aquí, todo parece lógico y razonable; pero hay algo más, y es que, de la misma manera que cada uno tiene una capacidad de trabajo diferente, o una capacidad intelectual distinta, no todos los seres humanos tienen las mismas oportunidades en la vida, y no es lo mismo haber nacido en el seno de una familia humilde que en el de una aristocrática, como no es lo mismo haber nacido en el paseo de la Castellana de Madrid o en la calle Colón de Valencia, que en una aldea diminuta de Soria o de Teruel, o en un poblado, por extremar más la cuestión, de Somalia o Camerún (sin menospreciar a ninguna provincia ni a ningún estado, ni atribuirle tampoco a ninguno un estatus superior, aunque sepamos que existe un primer mundo y un tercer mundo, al menos hasta ahora). Y el que exista una distribución equitativa de oportunidades ya no es un problema de individualismo o de colectividad, al menos no es «sólo» un problema, porque aquí sí que influye ya la percepción política que cada uno de nuestros diputados, senadores, concejales, etcétera, tenga; y no nos sirve el que se sea conservador o progresista, de derechas o de izquierdas, o como se quieran clasificar las diferentes opciones. Aquí es un problema de sensibilidad social, de amor al prójimo, de sentido común, y los políticos, junto con todas las personas que tienen capacidad de decisión y de acción en el ámbito empresarial, social o humano, en general, no deben favorecer siempre a sus familiares, a sus más allegados o a sus amigos, sino a los más desprotegidos, y deben intentar que las desigualdades económicas y sociales tiendan a suavizarse y no a incrementarse, como desgraciadamente estamos acostumbrados a ver con demasiada frecuencia.
 
Hay una frase muy conocida del profesor José Luis Sampedro, que dice: «Hay dos tipos de economistas: los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres». Podría terminar, perfectamente, aquí, creo que la frase del profesor es suficientemente clara, pero creo que se podría cabalmente trasladar la profesión, y aplicarla también a los políticos y a los empresarios, que son los que tienen en sus manos la posibilidad de cambiar todas esas desigualdades que a una mayoría nos disgustan.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

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