Lo contraproducente

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 08 Julio 2016 15:26

Tomo prestado de Javier Marías la cabecera de su página en El País semanal del pasado 26 de junio, día de las elecciones, y tomo también prestado el titular: «Una posible manera de orientarse a la hora de votar, más allá de ideologías, es fijarse en los estilos, en la cursilería y el dramatismo, en la falta de sobriedad».
 
La mayor parte de las veces coincido con Marías. Me parece un escritor comprometido y transparente, para el que algunos piden (posiblemente con razón) el Nobel de Literatura. Ahora, que ya han pasado las elecciones, que ya se saben los resultados, que unos aplauden la decisión de los españoles y otros critican que seamos un pueblo ignorante e inculto, ahora, como digo, que ya ha pasado la euforia y el acaloramiento del momento al conocer el resultado, ahora es tiempo para el análisis y la reflexión.
 
Javier Marías, en su análisis previo a las elecciones (un artículo muy oportuno para el día del plebiscito), subrayaba que no se acababa de creer a los chillones y exagerados (hablaba de los mendigos, quizá como «paráfrasis» de los políticos).
 
Todos esos que habitualmente despiertan nuestra curiosidad o nuestra simpatía por sus palabras, vemos que al final no son los más dignos del voto que les hemos otorgado, porque una vez han pasado las elecciones, los ganadores (que no sé por qué siempre son todos, aunque algunos pocos hagan autocrítica y digan que han perdido en función de las expectativas creadas), pues esos ganadores, que tienen el privilegio de gobernarnos, olvidando las promesas y los puntos de sus programas, hacen lo que les viene en gana, argumentando, eso sí, que lo hacen en beneficio del país y para evitar que se nos hipoteque como pueblo (punto que algunos de sus votantes se creen, y argumentan en las tertulias con amigos de diferente color político).
 
Aquellos que lo observamos todo (también los comportamientos sociales), vemos cómo está el país de empobrecido, quién se ha llevado el dinero que nos pide Europa, y quién, trabajando, tiene un sueldo de 700 euros al mes, y quién, trabajando quizá menos, tiene uno de 4.000 (por poner una cifra modesta).
 
Mi admirado Javier Marías habla de estilo, cursilería, dramatismo y falta de sobriedad en los políticos. Él es muy sutil con los adjetivos, quizá hasta demasiado delicado (lo cual dice mucho en su favor), pero yo creo que habría que ser más contundente, y hablar de miseria, de falta de oportunidades, de corrupción en las personas, en los empresarios y en los partidos políticos (y no me atrevo a generalizar), de falta de tacto empresarial (o falta de escrúpulos), de pobreza entre la clase trabajadora y de enriquecimiento injusto, despilfarro y ostentación entre muchos miembros del empresariado, los poderes fácticos y la política más influyente.
 
Estoy completamente seguro de que Javier Marías en ningún momento quiso mediar en los resultados electorales (ni creo que con su artículo lo hiciera). No es ese su estilo, ni sospecho que él, como escritor de prestigio, se considere un poder fáctico, pero comentaba la cursilería y el estilo de Rajoy y su partido, al hablar de una niña a la que podían llegar toda suerte de males (estilo que nuestro Presidente abandonó al ver que no daba ningún resultado); y hablaba de la «ñoñez» de Unidos-Podemos con su logo de corazoncitos de colores y sonrisas. Los últimos han mantenido sus escaños y los primeros los han aumentado. No sé hasta qué punto, unos y otros eran conscientes de que esto pudiera suceder, como no sé si Marías podía sospechar esto, y pensar en lo «contraproducente». Pero no creo (quizá me haya vuelto muy escéptico) que el hecho de ser «cursi» esconda una personalidad sin escrúpulos o aviesa (como él dice), o que esas sensiblerías que algunos explotan le recuerden el monólogo de Ricardo III, en Enrique VI de Shakespeare, cuando el rey habla de que sabe sonreír y asesinar al mismo tiempo, o humedecer sus mejillas con lágrimas artificiales.
 
Creo que Javier Marías, que tiene muchos seguidores, y que es consciente de ello, está en posesión de una verdad relativa, como todos los que intentamos que nos lean sin querer sentar cátedra de nada y sin querer influir en nadie, porque pensamos que podemos estar equivocados en nuestros planteamientos, y sólo pretendemos hacer a la gente que observe las consecuencias de un voto. Un simple voto, sí, pero que puede inclinar la balanza para que los que siempre pagan las consecuencias de la mala gestión empresarial o política sean un poco más pobres, o un poco menos, según dónde haya ido a parar ese voto. Y esto no es sensiblería barata, ni cursilería, sino una realidad. Ahora esperemos que nuestros políticos más representativos entiendan definitivamente el mensaje de los urnas, aparquen sus egos sobredimensionados y sus aspiraciones de poder, y pacten lo que el pueblo les demanda en beneficio de una mayoría que aspira, simplemente, a poder vivir con dignidad.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

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