Carta a mi madre

Escrito por
Miércoles, 27 Abril 2011 02:00

Cuando tuve a mi hija experimenté una sensación extraña, acababa de dejar de ser mujer para muchas personas, y me había convertido en madre. La gente que me rodeaba dejaban de preguntar, en esas conversaciones cortas y triviales que tenemos al cruzarnos con algún conocido en la calle o en la parada del autobús, por mi trabajo, mis estudios o mis preocupaciones para preguntar por mi hija y mi maternidad. Mi vida se llenó de potitos, pañales, noches sin dormir, abrazos infinitos, lloros compartidos, risas y descubrimientos. Entre otras cosas descubrí que para mis hijos yo solo era una madre, que siempre sería así, y que había muchas experiencias de mi vida que para mi eran entrañables y que aunque se las transmitiera solo las vivirían como anecdóticas, como esas cosas que las madres te cuentan una y mil veces y te sabes el final.

Ser madre en esta sociedad es una experiencia premeditada a la que te enseñan las vivencias de tus antecesoras, reproducimos lo que se supone que debemos hacer, llegamos a sentir lo que se supone que debemos sentir. Mis hijos son en mi vida mi principal preocupación, mi primera alegría, mi mayor satisfacción, mi forma de aprender y enseñar en la práctica sin teorías que valgan. Mis hijos son, si me paro a analizarlo detenidamente, una parte importante de lo que yo fuí para mi madre, de lo que mi madre fue para mi abuela.

Nunca ví a mi madre como una mujer, jamás la hubiera visto, porque ella era mi madre. Hace casi un año que mi madre no está con nosotros y tengo la sensación de conocerla más de lo que la había conocido hasta ahora. Al morir, necesité acercarme más a ella, saber como fue su vida, vi y re-vi(vi) las fotos que ella mil veces me quisó enseñar y para las que yo no solía tener tiempo, y la atendía pero pensando en que ropa me pondría ese sábado. Necesité que mis abuelos me contarán otra vez las muchas anécdotas de su infancia. Me agarré a sus pañuelos, su perfume, y los pendientes que me regaló en mi último cumpleaños (y sobre los que pensé: «joder mama vaya gustico tienes») como si fuera a su propia piel. Escuché cientos de veces las canciones de su época mientras la imaginaba bailando en el comedor como tantas veces hacia mientras yo me reía y le decía: «¿así bailabais? Normal que ahora os duela a todas la espalda!». Busqué en mi memoria cada abrazo, cada beso, cada conversación, busqué respuestas a algunas preguntas para las que la vida no tenía respuesta y en los recuerdos, al menos, encontraba alivios. La recordé pintándose, peinándose, vistiéndose, probándose zapatos de tacón, la recordé enfadada con el mundo, la recordé llorando, riendo, abrazando a sus amigas o sintiendo con ellas alegrías y tristezas compartidas, la recordé contándome amores adolescentes (cuando me intentaba consolar con alguno mío que no había salido bien), la recordé cansada de trabajar y de correr a todas partes para llegar a tiempo, la recordé siendo hermana, siendo hija, siendo nieta. Mi madre empezó a ser una mujer en mi vida cuando dejó de estar en ella físicamente.

Las mujeres cuando somos madres dejamos de ser mujeres sobre todo para nuestros hijos, y pasamos a convertirnos en esas personas que están ahí sin condiciones. Se fue sin saber que me ha enseñado muchas cosas, que cada conversación caló en mi subconsciente y he tirado de él cuando la he necesitado para tenerla muy presente en cada momento, para transmitirle a mis hijos que también soy una mujer, no soy solo una madre, que por otra parte, no es poca cosa. Este es para mi, el primer Día de la Madre en el que no la voy a poder llamar al móvil para felicitarla, pero cada día recuerdo su voz como si nos habláramos a diario. En el Dia de la Madre yo hago un ejercicio de justicia para con mi madre, para con todas las madres, que son mujeres, que viven experiencias propias y que los hijos sin darnos cuenta las hacemos de menos, porque solo son de nuestras madres. Sería justo reconocerles hoy, que es su día, cuánto han hecho por muchas personas, amigos, pareja, vecinos, abuelos... además de la labor de madres. Nadie nos enseña a ser madres, la sociedad nos marca unas pautas y las seguimos al dedillo, sin atrevernos a veces a transgredir, para no caer en el error, y creo que es hora de empezar a cuestionar algunos supuestos, es hora de darles a las mujeres su lugar.
A mi madre.

Mellisa Ruiz López
Modificado por última vez en Miércoles, 27 Abril 2011 02:00

 

 

SUCESOS

SALUD