Un Montón de Óscar

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 03 Noviembre 2023 21:01

El pasado fin de semana tuve la suerte de poder llegar a tiempo al pase de la película Quan no acaba la nit, el primer largometraje de Óscar Montón en el que participa una importante representación de actores y técnicos de nuestra comarca. Siempre es una alegría ver como los profesionales a los que «se ha visto nacer», alcanzan metas que, en su día, eran sueños y que, con constancia y mucho trabajo, han podido hacerse realidad.

La historia refleja un escenario muy habitual, hace ya algunos años, en nuestra provincia: la conocida Ruta del Bakalao, que tantos fines de semana de gloria dio a algunos como quebraderos de cabeza a otros. Fiestas aparte, es un reflejo, a mi juicio muy acertado, de una sociedad que dejamos atrás hace muy poco tiempo y que poco, o nada, se parece a lo que ahora vivimos.

Tuve ocasión de comentar con alguno de los actores esta cuestión. La inmersión en un entorno tan distinto al que vivimos cotidianamente debe ser una de las principales dificultades de esa profesión que tan buenos ratos nos hace pasar, pero, al mismo tiempo, imagino que debe provocar reflexiones profundas cuando el esfuerzo se hace para adaptarse a un tiempo que vivimos hace tan pocas décadas. Efectivamente, coincidieron con lo que había visto en la película: la sociedad de la segunda mitad de los 80 tiene muy pocas similitudes con la de 2023 y, lo que es más triste, la evolución ha sido para peor.

Anécdotas aparte, impensables hoy en día, como que no aparezca ningún teléfono móvil o que se siga llamando al timbre de casa para recoger a un amigo, la película nos narra un escenario de amistad y complicidad cada vez más ausente en el mundo que hoy vivimos.

Siempre digo, medio en broma, que el aire acondicionado y el Facebook nos quitaron uno de los principales valores de la vida rural: la fresca. Hasta hace unos años, era un ejercicio necesario para evitar el calor y «mantenernos informados» de la actualidad del entorno. Ahora, ambas cosas pueden hacerse desde el sofá que, en la mayoría de casos, es más cómodo que esas sillas de madera con asiento acolchado que nos acompañaban cada noche a la puerta de casa.

A primera vista, esta evolución puede parecer positiva, porque todo avance que acomode nuestra vida debería serlo. Pero la realidad nos dice justo lo contrario. Vamos hacia atrás en comunicación interpersonal y eso nos arrastra, en el mismo sentido, en complicidad, amistad y compromiso con los que están cerca.

Nos vamos haciendo, año a año, una sociedad más individualista y, por qué no decirlo, más egoísta. Cada vez estamos más centrados en nosotros mismos y nos importa un poco menos lo que pase alrededor. Y eso no es bueno. Vivir en sociedad tiene sus dificultades y su necesidad de concesiones, pero también la fuerza adicional que nos da la posibilidad de contar con los demás para alcanzar, juntos, nuestros objetivos. Dejar perder ese gran valor que es la convivencia nos llevará a ser un conjunto, cada vez menos junto, de seres aislados compartiendo espacio físico.

Es innegable el avance tecnológico de la informática y de los medios de comunicación que tenemos a nuestro alcance, pero lo que no podemos decir es que sea un avance social porque, realmente y analizando en frío, es justo todo lo contrario. Sería un buen ejercicio que, en bares y restaurantes, igual que se prohibió fumar se prohibiese también el uso de teléfonos móviles. Quizá nos haría darnos cuenta de lo que tenemos alrededor, del día a día que compartimos con personas que tienen historias que contarnos, de paisajes infinitos que apenas valoramos porque no podemos verlos mientras miramos a un esquimal patinando sobre hielo o a un gracioso gatito jugando con una pelota de lana.

Hace tiempo que venimos oyendo que las redes sociales nos acercan a los que están lejos, pero nos alejan de quienes están a nuestro alrededor. Y es cierto, se nos está haciendo invisible lo cercano y, con ello, estamos perdiendo el valor principal de ser sociedad porque ya nos resulta más sencillo comprar un traje de neopreno a un señor que vive a orillas del Caribe que pedir una pizca de sal al vecino de nuestra escalera.

Paradójicamente, aunque no por ello menos llamativo, ha querido la casualidad que las sociedades que se comparan sean la que vio la jura de la Constitución por el Rey Felipe VI y la que ha visto, esta misma semana, el juramento de la princesa Leonor. Mucho cabe decir al respecto, pero ese contenido vamos a dejarlo para otro artículo (si no para varios). De momento, tanto al director, como al equipo técnico y al elenco de actores, les deseo el mejor de los éxitos con esta película y, aunque la academia americana pueda no fijarse en ellos, para mí, solo por el hecho de hacernos pensar, ya merecen un Montón de Oscar.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

 

 

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