El clima y la política

Escrito por Ramón García Ortín
Viernes, 28 Octubre 2022 21:01

El papel que antaño jugaban el concepto de pecado y de infierno ha sido sustituido en parte por el sentimiento de culpabilidad y cambio climático, cada fenómeno meteorológico es achacado por los medios de difusión al calentamiento global, que según sus negros presagios nos va a llevar inevitablemente a sequías, hambrunas terribles y episodios meteorológicos cada vez más frecuentes y catastróficos.

Un precedente de este discurso lo tenemos con Noé, su famosa Arca y su Diluvio, que, desde lo alto de los púlpitos, los científicos con sotana se han dedicado a divulgar. Hoy no hace falta acudir a ninguna iglesia los domingos para escuchar a los nuevos profetas de su agorera religión, televisión y radio te la llevan a domicilio, sin gastos de envío, a diario, las 24 horas del día.

Al discurso tratan de darle credibilidad con el aval de los ‘expertos’ meteorólogos del régimen y lo hacen con el mismo valor científico que lo hacía el señor Noé, hasta el punto que la Agencia Estatal de Meteorología ha tenido que salir al paso e indicar en sus informes que: «Las proyecciones climáticas se basan en resultados de modelos informáticos que implican simplificaciones de procesos físicos reales que en la actualidad no se comprenden totalmente. En consecuencia, la AEMET no asume responsabilidad por la precisión de las proyecciones climáticas aquí disponibles, ni por las interpretaciones, deducciones, conclusiones o acciones realizadas por cualquier persona en relación con esta información». O que: «…los aumentos en el tiempo de las temperaturas medidas posiblemente se deban al efecto del crecimiento urbano en el entorno de muchas de las estaciones de referencia, situadas mayoritariamente en ciudades o en sus proximidades». Como ejemplo de esto, en El Puerto, las mediciones de temperaturas realizadas por el Departamento de Geografía de la Universidad de Valencia resultaron en algunos lugares del interior de la población más de cinco grados superiores a las realizadas en la periferia.

El miedo y el sentimiento de culpabilidad son piedras angulares sobre las que se asienta el poder, la oración, yo pecador, que nos enseñaban en nuestra tierna infancia que dice textualmente: «Yo pecador me confieso a dios…/que pequé gravemente…/por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa…» se ha adaptado, ahora nuestro pecado parece que consiste en querer hacer tres comidas al día, ducharse con agua caliente y poder tomarse una cerveza con los amigos, y esto no hay planeta que lo resista, parodiando a Asterix, estamos provocando que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas.

Este discurso ha sido asumido por la izquierda y podemos situar su eclosión con la publicación en 1972 del informe, convertido en la biblia de los ambientalistas, ‘Los límites del crecimiento’, patrocinado por el Club de Roma, entidad que tiene sus orígenes en 1968, creada por los imperialistas, en un momento crítico que veían como el famoso fantasma, que en el siglo XIX recorría Europa, se había extendido por todo el mundo y el ejemplo de sus logros sociales ponían en grave riesgo su dominio.

Utilizaron todos los medios para frenar su avance: El asesinato de líderes de movimientos anticolonialistas como el presidente del Congo, Patrice Lumumba (1961), golpes de estado como el de Brasil de João Goulart (1964), o genocidios como el de Indonesia (1965), auspiciados por Bélgica, EEUU y Holanda respectivamente, son solo algunos de los muchos ejemplos que se pueden poner. Los medios nunca hablan de ellos.

A pesar de todo, el socialismo seguía progresando en todos los continentes, el Mayo del 68 en Francia y las movilizaciones en EEUU contra la guerra de Vietnam, golpeaban en el mismo corazón del sistema.

Había que desviar el deseo fundamental de los pueblos de acabar con la explotación y para ello han situado en primer plano el clima como principal problema a resolver, con lo cual, la miseria, el hambre, las guerras, no son consecuencia de la agresividad y carácter del imperialismo, sino las pretensiones del pueblo trabajador que quiere tener una vivienda cómoda, una alimentación adecuada, un trabajo digno y un esparcimiento que le permita disfrutar de la vida, esto es lo que está calentando el planeta.

Los ideólogos del régimen están plantando árboles delante de nuestras narices para que no podamos ver el bosque, han logrado que la izquierda esté encandilada con las florecillas del campo y los pajaritos de colores, mientras ellos se entregan en cuerpo y alma a su política de rapiña arrasando lo que sea.

Quisiera terminar advirtiendo que a los ‘terraplanistas climáticos’ nos gusta la naturaleza y la higiene como al que más, que no vamos con el mechero prendiendo fuego a los pinos, ni dejamos perdidas nuestras calles de excrementos de perro.

Ramón García Ortín

 

 

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