Esta tarde vi llover

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 21 Octubre 2022 21:06

Esta tarde ha llovido, poco, pero me ha hecho recordar que esta semana se han cumplido 40 años de la pantanada de Tous. Quienes vivimos aquellos días de intensas lluvias y desoladoras consecuencias, difícilmente olvidaremos, a lo largo de nuestra vida, la sensación de impotencia y destrucción que aquella catástrofe produjo en tantos municipios de nuestra provincia.

Resulta difícil imaginar que, hoy en día, pudiese repetirse un episodio de estas características, pero, muy probablemente, también entonces parecía imposible que algo así pudiese llegar a suceder. Sin embargo, han sido muchos los momentos en que las lluvias han sido protagonistas de eventos especialmente difíciles en esta Comunitat y cada vez que se anuncia una gota fría, una DANA o como quiera llamarse, acabamos mirando al cielo con un poco de esperanza, pero con mucho temor.

Poco parecemos haber aprendido, visto el estado en que se encuentran los cauces de ríos y barrancos en una estación, el otoño, caracterizada por la intensidad de las precipitaciones y, más aún, en este año en que venimos advertidos de esa intensidad desde antes de acabar el verano. Cierto es que, en aquella pantanada, la causa fue mucho más grave que la acumulación de cañas y vegetación en puentes y desagües, pero no lo es menos que llevamos vividos ya demasiados casos en que sí que han sido culpables de daños que, aunque menores, se podían haber evitado.

Queda demostrado que la limpieza y el mantenimiento de cauces es la mejor herramienta de prevención de desbordamientos, pero la definición competencial entre administraciones no permite resolver fácilmente la lógica necesidad de atender los trabajos necesarios para el correcto y adecuado mantenimiento de ríos y barrancos.

Por mucho que nos remontemos en la historia de la Administración pública, cuando el encargado de resolver un problema no tiene vínculo alguno con quien va a sufrir sus consecuencias, la solución al problema tiende a dilatarse hasta la infinidad.

Las confederaciones hidrográficas, todas, aunque a nosotros nos toque sufrir a la del Xúquer, son entidades de esas que todo el mundo sabe que existen, pero nadie ha visto jamás. Mejor matizo, nadie las ha visto jamás aportando una solución, aunque su omnipresencia en la generación de problemas y limitaciones es popularmente conocida.

La moda reciente de “autorizar” a los ayuntamientos a la limpieza de los cauces, lejos de ser la solución al problema es una evasión de responsabilidades.

Con esta “medida” la Confederación pretende quitarse de enmedio en trabajos que le corresponden competencialmente y asignarlos a ayuntamientos que ni tienen medios ni capacidad para asumirlos. La consecuencia es clara: a nueva barrancada, mismos viejos problemas de siempre.

Pretender que sean los pequeños ayuntamientos quienes se encarguen de la protección del territorio, a estos niveles, es como encargar a un niño la vigilancia de un cuartel. Parece mucho más lógico que fuese una serie de brigadas, eficientemente preparadas y equipadas, desde la propia Confederación, quienes afrontasen estas labores, con antelación suficiente a los meses en que las lluvias generan estos problemas.

No debemos olvidar que, en no pocos casos, los ejes de las aguas de los barrancos suponen límites de términos municipales e incluso de provincias. Entramos ya entonces en la necesidad de arbitrar la cooperación intermunicipal para afrontar el objetivo puesto que, de lo contrario, ese mismo eje de las aguas se desplazaría hacia el margen de aquel ayuntamiento que hubiese hecho correctamente su trabajo, con la consiguiente reducción de la superficie de su término y, además, con el soporte de un mayor caudal, dada la limpieza del cauce, no exento de restos vegetales procedentes de la otra parte del cauce.

Esto, que así escrito puede parecer un disparate pero que la realidad física del agua demostraría a la primera de cambio, es la consecuencia de la solución propuesta por la Confederación. Y para evitarla, así, de primeras, se me ocurren dos soluciones: o cedemos la competencia del mantenimiento de los cauces a los ayuntamientos (y dejamos desaparecer las confederaciones que poco aportarían ya) o que cada palo aguante su vela y, de la misma forma que los ayuntamientos limpian calles y alcantarillados, la Confederación genere y aplique un plan continuado de limpieza de cauces que evite la reiteración periódica de estos episodios.

Y todo esto porque esta tarde vi llover, pero con la seguridad de que algunos, al leerlo, también parecerá que siguen oyendo llover… desde sus despachos.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

 

 

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