Casas baratas

Escrito por Luis Ballester Moreno
Viernes, 25 Septiembre 2020 10:38

- ¡Eh! Fernando ¿te tiro?

- ¡Va! Tú no llegas aquí.

- ¿Cómo que no? Allá va.

Y el pobre Fernando sintió en sus espaldas tal puntazo que se cayó hacia atrás sentando sus posaderas sobre lo que acababa de expulsar de su cuerpo. Él sabía que a mí se me daba bien lanzar la jabalina y aquella caña era estupenda, grande y fuerte como las de verdad. Pero, “caray” nada más hacerlo me arrepentí pues el golpe fue tan tremendo que pude haberle causado una grave lesión. Y no digamos, él estuvo una hora acordándose de toda mi familia y me costó estar aguantándole una semana entera para no romper nuestra amistad.

Serían sobre las nueve y media de la mañana y veníamos de coger “morras” de la estación. Aquel día se había dado bien, llevábamos los sacos casi llenos y nos habíamos parado a descansar, solo que él se paró antes y yo seguí un poco más.

Subíamos como de costumbre por el tendido de las vías del tren y en los laterales, o sea en la “cuneta”, descansábamos a veces para hacer nuestras necesidades.

A las seis de la mañana ya estábamos debajo de la máquina esperando a que “cagara” si había suerte. Naturalmente la máquina estaba parada, pero nosotros no dábamos tiempo ni a que se enfriara el carbón, pues nada más salía de las calderas empezábamos a apartar las morras a ver quién las cogía más gordas. Era nuestro primer trabajo del día, después vendrían otros que tampoco serian malos.

Sin embargo, lo que era digno de ver es lo que hacían los hermanos Machuco.

Cuando el tren salía de la estación cargado de vagones llenos de carbón hasta arriba, naturalmente tenía que ir muy despacio, entonces José subía al tren y empezaba a tirar carbón a las vías para después, cuando se alejara el convoy, recogerlo y llenar los sacos.

Pero esto no era tan fácil como parece porque había enormes dificultades para hacerlo.

Primero, la mucha vigilancia y, después, por la enorme dificultad para gatear hasta subir arriba aunque lo peor, era la Guardia Civil. Todo esto hecho a una velocidad endiablada

Un día, una pobre mujer que también acudía a ver que podía llevar para casa, - sus hijos tenían frío -, le fallaron las fuerzas y cayó a la vía y el tren, la partió en dos. Fue algo terrible.

Más de una vez durmieron en el calabozo del cuartelillo los hermanos Machuco y otros muchos después de llevarse una buena tanda de palos de los guardias, que por entonces se creían dioses. Eran el terror de las gentes que por cualquier cosa y sin motivos de importancia, se veían acosadas por el poder sin límites de estos servidores públicos que eran todo menos eso. Abusaban descaradamente por el solo hecho de llevar ese uniforme y sobretodo, por creer que todos los demás eran rojos, malos, traidores y no merecían sino un trato degradante y vejatorio.

Nosotros los más pequeños no dormíamos en el calabozo pero más de un tirón de orejas, golpes y sustos nos llevábamos. Pero había que volver al tajo, hacía falta en casa. Estudiar no, para nosotros no había esa oferta, pero trabajar, a pesar de nuestros pocos años, era imprescindible pues arrimando todos y aun así, faltaba mucho. Continuará...

Luis Ballester Moreno

Modificado por última vez en Viernes, 25 Septiembre 2020 10:43

 

 

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