El individuo y la pareja (II)

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 28 Abril 2017 13:54

El derecho canónico antiguo sólo reconocía la legitimidad de un matrimonio cuando éste era religioso, y cualquier hijo que naciera fuera del matrimonio era considerado producto de la esfera del pecado. En el siglo XVI, después de la reforma protestante, se empezó a desplazar el carácter religioso de la familia, siendo sustituido en parte por la unión civil, algo que en la actualidad es reconocido en la mayoría de los países occidentales, que consideran familia a toda unión que se ha formalizado en el ámbito del derecho civil. Esperemos que el progreso, entre otras cosas, nos pueda traer también la idea de que la estabilidad y el consenso son fundamentales para que la pareja funcione en armonía, como son necesarios el diálogo permanente, la colaboración en las tareas domésticas por parte de ambos, el reparto, más o menos equitativo, de quehaceres, y las atenciones entre los dos miembros; pero que si las cosas no funcionan; si los caracteres de ambos son totalmente divergentes, o las aficiones y los gustos dispares, siempre es preferible una separación amistosa, sin traumas, enfrentamientos, egoísmos o rencores, que mantener una pareja enemistada permanentemente.
 
Las mujeres, afortunadamente, en nuestra sociedad occidental, desde el pasado siglo XX conquistaron una serie de derechos que hasta hace bien poco les habían sido negados; y esos derechos, que sólo disfrutaba el sector masculino, siempre habrían tenido que ser reconocidos a todos, hombres y mujeres; pero también había esclavos y amos, y siervos y señores, como en la actualidad hay asalariados y empresarios, y es muy difícil que los derechos sean iguales para todos. Esa sería nuestra mayor tarea para este siglo: Intentar que todas las personas tuviéramos las mismas obligaciones, pero también que todos disfrutáramos de los mismos derechos y de las mismas oportunidades.
 
La semana pasada hablaba de que es fundamental que los caracteres de los dos miembros de una pareja se acoplen, como es importante la personalidad de cada uno y su complementariedad; y aunque, a priori, pueda existir enamoramiento con independencia de características como la edad, la cultura, la posición social, la religión, etc., sí que es importante que entre los dos miembros de una pareja existan cualidades que los unan, y cuantas más, mejor.
 
Todos conocemos, al menos en Occidente, cual es nuestro signo zodiacal, y en alguna ocasión hemos comprobado lo que nos dicen los astros, porque, aunque no tengamos mucha confianza en que lo que nos digan pueda ser cierto o no, sí que tenemos curiosidad por saber lo que dicen, y si eso que apuntan nos puede interesar o convenir.
 
En otras latitudes también existen otro tipo de horóscopos diferentes a los nuestros, como los de China, los Celtas, los Precolombinos, u otros menos extendidos en nuestra cultura, que, no obstante, algún aficionado a la Astrología conoce. Precisamente, para los astrólogos, existen una serie de cualidades, o características, que se corresponden con cada uno de los signos, que es importante conocer, para saber el alcance que puede tener la afinidad entre dos signos concretos, y saber si dos personas determinadas pueden o no tener futuro como pareja, al menos, en función de lo que los astros establecen.
 
Los signos de Aire y los de Fuego tienen entre ellos fácil relación, como lo tienen los de Agua con los de Tierra, en cambio estos últimos ofrecen problemática con los primeros. Pero además sucede una cosa muy curiosa, de la misma forma que el signo marcha el carácter o la esencia del individuo, el ascendente marca su personalidad; y puede ocurrir que una persona tenga un signo, por ejemplo, de Aire o Fuego, y su ascendente sea de Tierra o Agua (o viceversa), con lo cual se puede producir un conflicto interno en esa persona, que algunas veces ni ella misma es capaz de comprender o dominar, aunque el ascendente siempre se superpone al signo de una forma bastante armoniosa, y aquello que puede producir cierta discordia en el propio individuo, el ascendente lo sintetiza para suavizar dicha desavenencia.
 
Todos conocemos en mayor o menor medida cuál es nuestro signo, pero una mayoría no conoce su ascendente, que se calcula en función de la fecha y la hora exactas de nacimiento y del lugar de origen, por lo que es importante, para saber lo que los astros reflejan de nuestra personalidad, conocer nuestro ascendente.
 
Son Fuego los signos de Aries, Leo y Sagitario. Tierra los de Tauro, Virgo y Capricornio. Aire los de Géminis, Libra y Acuario; y Agua los de Cáncer, Escorpio y Piscis.
 
Todo esto le puede parecer a algunos algo propio de videntes chiflados que sólo pretender embaucar a los mortales para «sacarles los cuartos»; pero la Astrología es una ciencia que tiene unos cinco mil años de antigüedad. Nació de la contemplación del cielo por parte de los pastores caldeos, que observaban a la Luna y se dieron cuenta de la periódica aparición de sus fases, de la sucesión de las estaciones y de la influencia que ejercían los espacios siderales sobre la Tierra y sus habitantes. En la actualidad son pocas las personas de espíritu abierto que dudan de la influencia de las fuerzas cósmicas o las radiaciones sobre los seres humanos y su comportamiento; por lo tanto podemos decir que estamos hablando de una ciencia que podría ser el origen, al menos en parte, de la Psicología, que nos puede servir para conocernos mejor y para saber nuestras afinidades o simpatías hacia los que nos rodean, o, en cambio, nuestro rechazo o nuestra incompatibilidad con amigos y conocidos. Lo que ocurre es que no nos creemos lo que encierran determinadas materias, como la Astrología, porque nos pasa como con todo aquello que desconocemos o ignoramos. Como dice el refrán: «La ignorancia es muy atrevida».
 
La energía que procede del Sol es la causa fundamental de muchos de los fenómenos que suceden en la Tierra. El influjo del Sol y de la Luna en las aguas de mares y océanos es el que origina el fenómeno de las mareas, propio de la atracción ejercida por la corriente electromagnética que el Sol y la Luna generan, actuando como acumuladores.
 
El cuerpo humano emite rayos similares a los de las radiaciones electromagnéticas, que están en conexión con las corrientes que proceden del Cosmos, por lo que influyen en la mente y en el organismo humano de una u otra manera, penetrando a través de los centros nerviosos y lanzando al espacio rayos que confluyen con las irradiaciones astrales.
 
La energía que procede de los astros y los cuerpos celestes actúa en los seres humanos de una forma subconsciente, las células nerviosas captan esta energía de una forma sutil y la transmiten al subconsciente; pero cada individuo, en función de la fecha y el lugar de su nacimiento, recibe una descarga de energía diferente, que si no lo hace único, sí lo hace distinto; por eso, si hay doce signos diferentes y, en teoría, hay también doce ascendentes, podríamos hablar de que nos encontramos con ciento cuarenta y cuatro (doce por doce) personalidades diferentes, y que, aunque cada una de esas personalidades tenga unos matices propios, en esencia son similares. Todo esto es importante para saber la compatibilidad o incompatibilidad que puede existir entre los dos miembros de una pareja, para saber la empatía que entre ellos se puede llegar a producir, para conocer los grados de coincidencia, y, en definitiva, la felicidad y durabilidad que una pareja puede llegar a tener.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

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