Evocando unas imágenes

Escrito por Francisco Gómez Caja
Viernes, 24 Febrero 2017 17:01

En los últimos ciento cincuenta años El Raval siempre ha sido un barrio de acogida de población recién llegada a Barcelona, al mismo tiempo que las clases acomodadas se trasladaban al nuevo Eixample. Los barrios antiguos como el Raval se convirtieron en el destino habitual de los emigrantes del resto de España hacia la industriosa Barcelona, en el año 1950 durante la posguerra la cifra de censados en este barrio superaba los 107 mil vecinos, tras la llegada masiva de personas del Sur sobre todo Andalucía.
 
La parte baja del Raval era conocida popularmente como “El Barrio Chino” por las numerosas actividades marginales que tenía lugar en su apretada trama urbana de edificaciones modestas, en cualquier caso siempre fue un barrio tradicionalmente reivindicativo y luchador clave dentro de la historia del movimiento sindicalista.
 
Así me lo contaba mi abuelo Caja cuya edad iba con el siglo porque nació en 1.900, es por ello que me decía que de vez en cuando se daban una vuelta por allí los grises para hacer ejercicio; eso sí con serenidad, porque según se decía les habían enseñado a actuar sin ira, que actuaran como cuando las mujeres acudían a los lavaderos públicos para hacer su colada, dándole a la ropa mojada con la pala de manera, -con naturalidad sin rabia-
 
También me contaba la facilidad que tenia para con una pequeña palanquilla levantar adoquines que otros utilizaban de proyectiles, por ello siempre terminaba sus relatos con las palabras: De todo esto tu mutis, y el dedo índice puesto vertical sobre los labios.
 
El barrio estaba lleno de señoras calzadas con sus zapatos topo lino y peinadas con aquel tupé que tantas mujeres lucían que se le dio por llamar arriba España. Lo extraño de aquel grupo al que todos los días se podía ver, es que por lo pintadas y arregladas que iban parecían esperar la hora de ir a misa, además es que el callejón donde permanecían se llamaba curiosamente calle de la Virgen.
 
Los más pintoresco de aquellas viviendas es que por dentro estaban limpias, pero por fuera tenían unas mugrientas fachadas y unos viejos balcones de forja cruzados por cuerdas en donde colgaba la colada chorreando agua y esa ropa blanca y variopinta se daba la mano con la del vecino de al lado, mientras el sol daba, y no daba, se movía como intentando escaparse entre los barrotes de una prisión sin poner los pies en el suelo, por ello éste tenía una capa de tierra y lodo que sorprendía con una rancia y pestilente humedad
 
Carmen estaba apoyada en el zaguán de una estrecha puerta de cristales de diferentes colores. Era una mujer de buen tipo y buen ver, vestida con un traje chaqueta que marcaban las curvas de un frondoso y exuberante cuerpo metido en años, unos zapatos planos completaban su vestuario, tenía los brazos medio cruzados y las piernas ligeramente apoyadas una sobre otra. Destacaba de ella su belleza serena y al mismo tiempo desafiante, con los labios pintados y sus negros ojazos, tan negros y tan abiertos como la penumbra en que estaban sus pensamientos y aquella casa de dos plantas. El cristal superior mostraba su rotulo gracias a la bombilla que había en el interior y que decía: “Habitaciones todo confort” y a la altura de la primera planta otro que apenas se podía leer habitaciones 10 pesetas San Ramón 20, seguramente para que no olvidaran el lugar y lo recomendaran a familiares y amigos.
 
Todas las mujeres que se plantaban en aquellas puertas bien vestidas para la época marcando sus curvas mientras esperaban tiraban hacia detrás una historia que partía el alma, una historia fruto de la incomprensión que no hace muchos años había partido una nación. La guerra civil, una guerra que se había llevado a tantos seres queridos, y que seguía represaliando y escarmentando con ajusticiamientos a los perdedores. Todo ello nos había introducido en la más absoluta desdichada y mísera penuria bajo un régimen autoritario. Ahora para sobrevivir había que tragarse el orgullo, tragarse la dignidad y tragarse los sentimientos, porque detrás estaba el nudo de la cruda realidad; los seres más indefensos que la necesitaban.
 
Lo que más costaba a esas mujeres era volverse inmune ante las miradas, las miradas que se clavan como puñales y que llegan más hondo que las palabras, miradas de hombres jóvenes y mayores con ojos ciegos de maldad y perversión que denigran e insultan al semejante.
 
Al llegar la mañana unos niños sentados en la acera, uno por encima de otro leen un tebeo al lado del quiosco que en su tenderete cogidos con pinzas tiene varios periódicos, en el centro “Solidaridad Nacional” con su logo el yugo y las flechas y debajo con letra negrita “Diario de Falange Española Tradicionalista y de las Jons”, al precio de una peseta, y al lado se encontraba la “Vanguardia Española” y el “Diario de Barcelona”.
 
Otra imagen que tengo está en uno de mis libros, es la de Amparo mujer de 83 años nacida en Teruel vino a vivir a este pueblo cuando tenía cinco años porque su padre como la inmensa mayoría vino a trabajar a la fábrica. Con seis años empezó sus estudios en el colegio María Inmaculada para niñas de Altos Hornos de Vizcaya hasta los 14. Entonces las alumnas que terminaban sus estudios con matrícula de honor tenían la opción de entrar a trabajar a la siderúrgica, y entró a trabajar junto con cuatro compañeras con la misma calificación formando plantilla de la empresa. Ella fue destinada al departamento comercial, unos años después con motivo de la puesta en marcha de las nuevas baterías de cok pasó a trabajar en las oficinas de estas.
 
Los llamados hornos de cok o baterías son hornos cuya utilidad es obtener la destilación del carbón extrayendo de este el alquitrán, los gases y el agua. En un proceso de elevación de temperaturas hasta los 1050ºC. en unos hornos verticales como colocados en batería se obtiene el llamado carbón de cok, imprescindible junto con el mineral de hierro en el horno alto para la producción de arrabio.
 
Pero entonces Amparo tenía que cruzar media fábrica, porque entraba por la puerta del Paso y a través del laboratorio y del horno alto hasta llegar a las baterías. Siempre recibía algún que otro silbido y esas miradas lascivas cuando apenas era una adolescente, los gases como el hidrogeno el monóxido de carbono y el etileno que escapaban en el proceso no le importaban, pero el ambiente machista y esas miradas que había a su alrededor le hacían estar siempre crispada, su jefe viendo lo que pasaba se encontraba incapaz para solucionar el problema, por ello y lamentándolo mucho tuvo que prescindir de ella. Se tuvo que marchar a trabajar al colegio para niños de Begoña, aquí hacia de secretaría y como ayudante del psicólogo que hacía a los niños unos tés con dibujos y ella en taquigrafía recogía las respuestas, porque mientras trabajaba estuvo haciendo la carrera de comercio, lo que actualmente sería una ingeniería técnica comercial, claro está que pudo estudiar cuando su hermano entró en la escuela aprendices antes no lo pudo hacer, siempre era la prioridad del estudio para los varones.
 
Durante ocho años estuvo trabajando hasta que un día pensó en casarse, y las leyes que hacen libre a las personas también pueden limitar su libertad.
 
La ley del 16 octubre 1942 en su artículo primero decía: El estado se atribuye la potestad exclusiva de regular las condiciones de trabajo en las empresas. Con esto el régimen franquista trató por todos los medios de alejar a la mujer de los puestos de trabajo. Por ello el artículo 72 de la reglamentación entonces vigente de la industria siderometalúrgica decía: Todas las mujeres que contrajeran matrimonio quedaban automáticamente en excedencias forzosa, tendrá derecho a una dote de tantas mensualidades de su sueldo o jornal base como años de servicio hayan prestado a la empresa, sin que puedan exceder de 12 mensualidades. Estas mujeres tendrán derecho a reingresar únicamente en caso de incapacidad o fallecimiento del marido, ocupando la primera vacante que ocurra o el primer puesto que se haya de cubrir dentro de su categoría sin que para ningún efecto se le compute el tiempo de excelencia y siempre que no rebase los 50 años. Las mujeres casadas que actualmente prestan sus servicios de la empresa a que esta reglamentación abarca podrán optar entre continuar trabajando en ella o pedir la excedencia con los mismos derechos establecidos en el apartado anterior.
 
Y yo les pregunto: ¿Qué conductas deben estar limitadas por el Estado a través de las leyes? ¿Qué cosas no podemos hacer y qué cosas que no queremos hacer, acabamos haciéndola por esta presión? ¿Hasta qué punto esta presión impide que desarrollemos nuestra propia personalidad?
 
Porque Amparo cuando tenía 41 años después de 23 años de casada se separo de su pareja, y aunque solicito la entrada a la siderúrgica nunca lo consiguió.
 
Un abrazo de Paco
 
Francisco Gómez Caja

 

 

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