El miedo

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 27 Enero 2017 17:25

El miedo es un sentimiento que se caracteriza por una sensación muy amarga provocada por la impresión de un peligro, real o imaginario, que puede ser presente, futuro o pasado. Es una vibración primaria que se deriva de la aversión natural a un riesgo o a una amenaza, y se manifiesta tanto en los animales como en el ser humano. La expresión mayor del miedo es el terror, y muchos apuntan que el miedo está relacionado en cierto modo con la ansiedad.
 
El profesor José Luis Sampedro, en un vídeo grabado antes de su fallecimiento, que circula por las redes sociales, hablaba del miedo como instrumento de poder para forjar en los ciudadanos la suficiente perturbación y desconfianza, haciendo que acepten los designios negativos del gobierno de una determinada nación, porque antes, ese gobierno ha generado unas expectativas mucho peores de las que después ha implantado.
 
Decía: «Que la gente acepte los recortes y los vea casi necesarios se debe a una de las fuerzas más importantes que motivan al hombre: el miedo. Gobernar a base de miedo es muy eficaz. Si usted amenaza a la gente con que los va a degollar, y luego no los degüella, pero los explota, los engancha a un carro… Ellos pensarán: bueno, al menos no nos han degollado». Esto es algo que lo saben muy bien, y lo explotan a menudo, todos los regímenes dictatoriales, cuyo gobierno se basa en la imposición de unas ideas concretas y en el miedo infundido a la población a represaliar a todos aquellos que no acepten o no acaten esas imposiciones. Y este último párrafo, es sólo un paréntesis de la idea anterior.
 
Por la misma razón, si el gobierno nos dice que va a subir los impuestos un 10 % (y es sólo otro ejemplo), o que va a bajar las pensiones un 3 %, y después congela las pensiones o sube los impuesto un 5 %, la población se siente satisfecha porque lo que había imaginado que iba a suceder, finalmente no ha llegado a buen término, y sus expectativas salariales han sido mejores de las esperadas.
 
A simple vista, parece que explotar el miedo en los ciudadanos sea algo de una bajeza moral ilimitada, propia más bien de dictadores sin escrúpulos (aunque habría que ver si hay algún dictador con escrúpulos, lo cual dudo). Los políticos deberían explotar en sus alocuciones la bondad de sus propuestas y de sus formas, teniendo un cuidado extremo en que todo aquello que prometen después sean capaces de llevar a buen término. Deberían explotar también la confianza. Siempre es bueno ofrecer, o generar, confianza a tus interlocutores, como lo es ofrecerla a los amigos y a los familiares. Cuando alguien desconfía de ti, eso es un signo de que algo inadecuado hemos hecho para que los demás actúen de semejante manera. De la misma forma deberían explotar —y trasladarla a su vida política— la honradez. Creo que esto es algo que se les debería exigir a todos los que entran en política, pero, claro, hay un problema: Uno puede ser la persona más recta del planeta, pero si llega a un sitio en el que la inmoralidad es la moneda de cambio, al final se vuelve igual que todos los que tiene a su alrededor. Y eso es un problema grave. Y una última cuestión podría ser la veracidad. Un político no puede (y no debe) decir siempre lo contrario de lo que piensa para ganarse el voto y la confianza del electorado. Sin embargo estamos acostumbrados a ver a más políticos de la cuenta que dicen lo contrario de lo que piensan y hacen lo contrario de lo que dicen.
 
Todo esto que hemos apuntado estaría muy bien en un mundo utópico en el que todo fuera idílico, pero desgraciadamente no vivimos en un mundo así, porque estamos viviendo en una tierra en la que la corrupción es algo generalizado, tanto en el mundo político como en el empresarial, y el que no defrauda nada, pudiendo hacerlo de una forma más o menos oculta, se convierte en un bicho raro, al que los demás ven como un necio con ideas ilógicas y sin aspiraciones ni futuro.
 
Sin embargo todo esto no es lo que utilizan muchos en mítines, congresos y discursos, porque eso no conmueve las conciencias de los votantes, no las intranquiliza, como sí lo hace el miedo: El miedo a perder lo que ya tenemos; el miedo a perder aquello que con tanto esfuerzo hemos conseguido; el miedo a no ganar lo que creemos que como mínimo nos corresponde; el miedo a la pérdida de la libertad. El miedo, en definitiva, ese sentimiento que se caracteriza por una sensación amarga provocada por la impresión de un peligro, real o imaginario. Esa sensación que de una manera tan magistral desarrollan algunos de nuestros más insignes políticos para conseguir los votos de los ciudadanos ingenuos y confiados.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

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