¿Por dónde seguimos?

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 09 Septiembre 2016 16:02

Que nada cambie durante agosto no es algo que deba sorprendernos. Excepto la ilusión por unas vacaciones a punto de llegar y la desilusión por el final de los días de descanso y la vuelta a la rutina, pocas diferencias suele haber entre los días últimos de julio y los primeros de septiembre.
 
Resulta más preocupante, eso sí, que todo siga siendo igual cuando ha pasado enero, febrero, marzo… y hemos llegado al 9 de septiembre sin apariencia de que nada tenga visos de cambio. Pocas dudas deben quedar, a estas alturas de artículo, de que me estoy refiriendo al bloqueo que nuestros políticos han impuesto sobre sí mismos y cuyas consecuencias estamos pagando, como siempre, entre todos.
 
A los “españolitos de a pie” nos cuesta mucho menos ponernos de acuerdo y sacar adelante asuntos de igual o mayor trascendencia (proporcionalizando el entorno, por supuesto) y, por eso, no entendemos que los expertos de la política, que deben ser, por definición, punteros en los campos de la negociación, no sean capaces de alcanzar, ni de lejos, un atisbo de acuerdo por el bien de todos.
 
Tengo por costumbre (no digo que sea buena, pero tampoco todo lo contrario) no contestar cuando se me hace, por tercera vez, la misma pregunta. Considero que si no se me ha escuchado en las dos primeras veces, poco puede cambiar por contestar una tercera. Me estoy planteando si, llegado el caso de las ya famosas “terceras elecciones”, debería saltarme esta costumbre que tan bien me ha funcionado hasta ahora, con el convencimiento, eso sí, de que no voy a ser yo el único que se lo plantee si se consumase una nueva llamada a las urnas.
 
No sé si va a ser por la influencia de Juego de Tronos, pero el afán multidestructivo de un amplio espectro de nuestro Parlamento amenaza con consecuencias graves, o muy graves, que acabaremos pagando, como siempre, quienes debemos resignarnos a expresar nuestra opinión cada vez que se nos convoca a las urnas (ahora ya no podemos decir “cada cuatro años”). Resulta increíble, por no decir impresentable, la incapacidad para aceptar y gestionar la voluntad ciudadana que aparentan tener algunos de los representantes elegidos y la falta de consciencia de las repercusiones que esto puede tener en el futuro de todos.
 
Parece que lo importante, lo único que va a ser capaz de poner de acuerdo a nuestra clase política, es que las elecciones no se celebren el día de Navidad. Desde luego, votar el 25 de diciembre, supone una mayúscula burla a las ilusiones de todos los ciudadanos que, cada mañana, nos levantamos para asumir nuestras responsabilidades. Pero, ¿es eso lo que realmente importa? ¿Es eso lo que realmente nos indigna? No, lo indignante fue tener que volver a votar en junio y que se vislumbre hacerlo por tercera vez en diciembre. Además del coste económico que supone una convocatoria electoral, debería valorarse también el coste de credibilidad que representa para el país y para los ciudadanos que trabajamos, de verdad, para hacerlo un poco mejor.
 
Con todo esto, si me preguntan quien ganará las próximas elecciones, cada vez estoy más convencido de que será el enemigo invisible de la participación ciudadana: la abstención. Nos estamos cansando de ver cómo nuestra voluntad pasa por el forro de los caprichos de una serie de señores, y señoras, que no atienden a nada que no sean mayorías absolutas (ante las que, por cierto, se muestran totalmente contrarios, salvo que sean sus titulares). La sensación de que nada va a cambiar por muchas veces que se lo digamos, cala en el desánimo de la opinión pública hasta el punto de que ya se considera que, la mejor opción, es dejar de opinar.
 
Pese a todo, me mantengo en la idea de que no votaremos en diciembre. Que, por algún sitio, va a aparecer un pequeño atisbo de cordura (sí, es posible unir cordura y política en una misma frase) que va a evitar el ridículo exterior y el hartazgo nacional que supondría que esto llegase a pasar. Pero también considero que, si se nos vuelve a preguntar, la respuesta debe ser clara y contundente: “Tomense Vdes la vida tan en serio como nos obligan a tomárnosla a todos”. Seguro que así encontramos pronto una buena solución.
 

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

 

 

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