¿Quien teme la cultura?

Escrito por Buenaventura Navarro
Martes, 20 Mayo 2014 00:30

«Tristes armas,
si no son las palabras,
Tristes, tristes».
Miguel Hernández.
 
I.- Cuando pueden existir diversas maneras de vivir, cuando los sueños de vida de los muertos por una sociedad más digna y más humana golpean nuestra mente, entonces, tal vez haya que detenerse y pensar. Pensar si el olvido sobre la ignominia en la que se asientan numerosos privilegios, dádivas y prebendas favorece la convivencia pacífica y democrática o si, por el contrario, eterniza una situación de injusticia y desigualdades. Si la lánguida resignación que se derrama como un orden natural, debe de ser realmente así, o más bien esconde una violencia. Y pensar también, con el escritor Francisco González Ledesma, que «la ciudad está llena de cosas que han existido, y en las calles siempre hay alguien que las recuerda. Por eso caminamos sobre el pasado y por eso el tiempo nos está esperando en las esquinas».

Así, cuando no tememos a la Historia, sobre la que debemos crecer, podemos traer algunos episodios que, como aldabonazos, agitan nuestra consciencia humana.

II.-1921, las cifras de ese año están grabadas en la piedra angular que preside el edificio que fue de las Oficinas Generales de la Compañía Siderúrgica del Mediterráneo en Puerto Sagunto. Ahí están. No sólo conmemora una fecha de finalización de obras, sino que nos observa diariamente en nuestro transcurrir ciudadano. Ese bloque pétreo datado que fue colocado por Antonio Sánchez Cabezos junto a otros trabajadores.

El amigo Antonio fue un jovencísimo minero de la zona del Campo de Cartagena que, saliendo de aquellas minas, vino a Puerto Sagunto a transformarse en un profesional de la siderurgia, y en otro ser humano mejor. Todavía en su ancianidad, llegó a sobrepasar los 103 años de edad con lucidez, recordaba como sus manos de juventud acariciaron aquella piedra que contempla el paso de nuestras vidas, como tampoco olvidaba los desvelos y los sacrificios por una vida más digna en la que creyó y defendió. Y, a pesar de todos los trabajos que tuvo que afrontar, siempre mantuvo su ideal: «Son mi pasión los libros»  

III.- Salón Victoria, junio de 1930, actual Casa de Cultura. Se celebran, durante varios días, masivas asambleas de trabajadores de la Siderúrgica del Mediterráneo. Uno de los oradores más influyentes es José Monleón Martínez, que llegará a ser presidente de la CNT en Puerto Sagunto.

Grabada en los corazones, además de en los informes policiales de la época, quedará su llamada a la persuasión para convencer y extender la razón, y, sobre todo, su canto a la ilustración y la cultura entre los obreros para saber sus derechos y sus obligaciones, haciendo buen uso de los libros de la biblioteca del sindicato, y evitar ir a las tabernas a beber y embrutecerse.

Y ese bellísimo canto hacia la cultura será pronunciado por un líder sindical honesto en una abarrotada sala de obreros encallecidos que no debían perder su destino.

IV.-Década de los años cincuenta del siglo XX, primeras elecciones sindicales para Jurados de Empresas en centros con más de 1.000 trabajadores. En la fábrica de Altos Hornos de Vizcaya, situada en Puerto Sagunto, salen elegidos, entre otros, Juan Torres y Prudencio Castelló. Son amigos, Juan es socialista y Prudencio es comunista. Ambos son perdedores de la guerra civil española. Cuando tiene que viajar a Madrid por gestiones sindicales propias de su representación, Juan Torres, en cuanto dispone de un momento libre en sus obligaciones, se acerca a visitar el Museo del Prado y a deleitarse admirando sus obras de arte, y luego se encamina a buscar libros en las tiendas de ocasión de la cercana Cuesta  Moyano, al lado de la estación de Atocha.

Juan Torres Casado trabajó en el Departamento de Obras de Altos Hornos de Vizcaya y estuvo sujeto a turnos en sus horarios laborales. Cuando entraba a trabajar a las 6 h de la mañana, madrugaba 2 o 3 horas antes para leer. Necesita y encuentra tiempo para alimentar su voraz pasión lectora. Y ante los comentarios recriminatorios, aunque bondadosos de su mujer, por quitarse horas de sueño, le responde que todavía debe de leer mucho, por él y por otros compañeros.

Juan Torres, andaluz, llegado a Puerto Sagunto después de sufrir la represión de la postguerra, es un autodidacta ilustrado. Es un apasionado de la grande y buena literatura (Cervantes, Quevedo, Machado, Góngora, García Lorca, Miguel Hernández, etc.). Su actitud declara una lúcida, perseverante y bella alabanza de amor a la cultura.

V.- Año 1966, se publica en España el libro sobre el Concilio Vaticano II, sus declaraciones, constituciones y decretos, junto a los discursos de sus Papas Juan XXIII y Pablo VI. Es una nueva visión modernizadora del catolicismo, siguiendo el Evangelio. En Puerto Sagunto se encuentra Miguel Lluch, impulsor del Partido Comunista de España y que será uno de los fundadores de Comisiones Obreras. Desde su concepción marxista de la vida, y su intenso afán de conocer, se introduce en los documentos del Vaticano II, lee y subraya, reflexiona sobre ellos, tal vez su mirada es más profunda que la de un sacerdote familiar suyo que no pasa de la mera anécdota entorno a este cónclave. Se produce un diálogo cristianismo-marxismo entre los representantes más abiertos de ambas vertientes. Y Miguel Lluch Rodríguez, comunista porteño, necesita saber, de la misma manera que unos años antes estudió con ahínco los sistemas de Organización Científica del Trabajo para dominar el Plan Bedaux que aplica su factoría de Altos Hornos de Vizcaya y dotarse de argumentos serios frente a la imposición empresarial de esos métodos.

Es el representante obrero más votado de su empresa, y ésta le hace ofertas de ascensos profesionales desmedidos para comprar su espíritu crítico y acallar su voz, pero Miguel Lluch no cede y se mantiene lúcido y peleón hasta su final, vencido por la enfermedad y el deterioro físico, pero sin renunciar a sus ideales de emancipación humana.

EPILOGO.- Nos preguntamos ¿quién teme a la cultura? No deben de ser los trabajadores, no los damnificados de la Tierra. Ellos son los que deben acercarse a ese bello ideal del conocimiento, y combatiendo, de esa manera, la ignorancia, llegar a ser cada día más cultos y más libres. Contribuyendo a dotar a la fuerza de la razón de mayor vigor dialéctico.

Que los señuelos y otras argucias (alcohol, drogas, modas, snobismo, nuevas adicciones informáticas, etc.), que nos acechan en el camino, no actúen como los cantos de sirena que nos intenten apartar de la senda ebúrnea de la humilde y sabia cultura. ¡Ojalá sea así, ojalá!
 
Buenaventura Navarro

 

 

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