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José Manuel Pedrós García

Imparcialidad

Viernes, 24 Febrero 2023 21:06

Hay una pregunta, que seguramente algunos nos hacemos, que es la siguiente: ¿Hay alguien que sea verdaderamente imparcial? Y cuando digo imparcial, me refiero imparcial en todos los sentidos: político, religioso, incluso social, económico o cultural.

Hay mucha gente, por ejemplo, que dice: «yo soy apolítico», creyendo que esa afirmación ya es suficiente para reseñar que no se pertenece a ninguna ideología concreta; y no es cierto, nadie es apolítico, porque decir eso ya es síntoma de pertenecer a una determinada opción concreta.

No hay nadie así. Todos tenemos una determinada tendencia, incluso los que creen que no tienen ninguna, pues eso beneficia, fundamentalmente, a los que ostentan el poder, como el no votar en unas elecciones, o votar en blanco, beneficia a aquellos que han conseguido mayor número de papeletas positivas, con lo cual eso ya es un índice muy significativo.

En el gremio periodístico, que es ese en el que la imparcialidad debería ser mayor, tampoco hay nadie que sea totalmente imparcial, incluso aunque uno no se deba a ninguna formación. Ya sabemos lo que ocurre con todos esos que están pagados por unos o por otros: Defienden a capa y espada, incluso con las mentiras más abyectas, su nómina, y eso es lo que determina que todos, en mayor o menor medida, estemos desinformados, porque la información sólo tiene un camino, el camino de la verdad. Ese es el que deberíamos seguir todos los que pretendemos que nuestros artículos lleguen a los lectores de una forma transparente. Sin embargo, nuestros artículos son «artículos de opinión», y aunque no nos pague ningún partido político, ningún grupo religioso, social o cultural, nuestra opinión está sujeta a una determinada forma de ser, a una determinada opción, a una forma de pensar, y aunque no queramos, eso va a condicionar que lo que escribimos lo hagamos en un sentido o en el inverso.

Por otra parte, apelamos a la verdad, a nuestra verdad; pero ¿cuál es ésta? Volvemos a lo mismo, y al final, por muchas vueltas que le queramos dar, lo que debe de importar es que seamos honestos, que seamos capaces de ver lo que está mal y denunciarlo, sea de una cuerda política o de otra; meter el dedo en la llaga y comprobar que allí hay una llaga; y poner siempre los puntos sobre las íes. No nos debe de importar en absoluto quién ocupe el poder (o la oposición), nos debe de importar cómo lo está haciendo, y decirlo, pero sin ambages, sin equívocos, sin ambigüedades, aunque, eso sí, con educación, con buenos modales y con buenas palabras, porque para decir las cosas insultando, con demasiada acritud o haciendo un ruido inmenso, ya hay algunos políticos.

Lo que nos debe importar, en definitiva, es ser transparentes en todo momento; no querer que los demás actúen como nosotros no somos capaces de hacerlo; no coaccionar a nadie para que piense como nosotros, porque cada uno es libre (o debe serlo) para pensar como crea más conveniente; no desconfiar de nadie hasta que ese alguien nos demuestre que debemos desconfiar de él; y ser capaces siempre de ir con la frente bien alta porque nuestra actitud ante la vida y ante los demás sea siempre la más correcta.


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