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José Manuel Pedrós García

Al César lo que es del César...

Viernes, 16 Abril 2021 21:07

Hay una cosa que me gusta de los políticos: Su facilidad de palabra. Habrá gente que me diga: «Pero eso no es lo importante, lo importante es la labor que pueden desarrollar, todo lo que pueden hacer por los demás, la idea de servicio a su comunidad», y es cierto, eso es, o debería ser, lo único importante, lo fundamental. Sin embargo…

Sin embargo, estamos acostumbrados a vernos envueltos en esa verborrea embaucadora que despliegan y que nos hipnotiza, como una víbora a su presa, y que detrás de eso no haya nada más. Les escuchamos hablar, y es como si inhaláramos un narcótico delicado que nos hace caer en un profundo sopor, un sopor que nos atrae, pero que, al final, nos deja noqueados. Y todas sus palabras nos parecen las más indicadas a nuestras necesidades, a nuestra forma de pensar, a nuestros sentimientos o a nuestros anhelos. Después nos damos cuenta de que nos han engañado, de que todo eran cantos de sirena para atraer a los navegantes hacia los arrecifes mortales de una costa en la que su embarcación iba a encallar; pero cuando nos hemos dado cuenta, ya no hay remedio, ya se han hecho con el poder, que les permite distribuir a su antojo aquellos beneficios que la sociedad, que ellos administran, otorga a todos los que lo necesitan o a aquellos a los que el beneficio debería ir dirigido.

En breve se van a celebrar elecciones en Madrid, y aunque esto no debería hacernos pensar demasiado a los que vivimos en otra comunidad, sí que nos debería hacer reflexionar, para que, cuando nos toque votar a nosotros, sepamos a qué atenernos.

Me gustaría poder diferenciar entre unos políticos y otros, entre los que aplican políticas que se ajustan a la ley y benefician a los más necesitados, y los otros, que sólo velan por sus intereses, por los intereses de sus familiares y por los de sus amigos más allegados. Pero creo que al final, en mayor o menor medida, todos, o casi todos, actúan como cortados por el mismo patrón (o eso es lo que parece), aunque al final cuente todo: «ser honrado y parecerlo». Sin embargo, parece que no cuenta para nada la opinión de los votantes; o las promesas que se han hecho durante la campaña; o el programa político que se había confeccionado y tanto se había publicitado, sino los propios intereses de esos que hemos elegidos como gestores.

Sé que a veces somos demasiado críticos, pero estamos tan acostumbrados a ver cómo se mete la mano en la caja, que al final, como pasa en otras muchas facetas de la vida, pagan justos por pecadores. Y no está bien que seamos así. Deberíamos dar a cada uno lo que le corresponde, como se dice en el pasaje bíblico: «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Pero, ante todo, deberíamos tener suficiente memoria, y saber, cuando vamos a votar, quién es aquel en quién debemos confiar y quién es aquel que ya nos ha defraudado tanto, que no merece en absoluto nuestro respeto. Quisiera ser optimista, pensar en la buena voluntad y el buen hacer de las personas, y dentro del conjunto de todas las personas, están también, por supuesto, los políticos, que, antes que políticos, son personas; pero estamos tan acostumbrados a velar por lo propio y no prestar demasiada atención a lo común, a lo que es de todos, que ya casi se ha generalizado esto en todos los campos, hasta tal punto que lo vemos como normal. Y no debería ser normal. Tendríamos que cuidar lo que es de todos de la misma forma que cuidamos lo nuestro; y si esto es así, los políticos, también por la misma razón, deberían administrar el patrimonio público de la misma forma que cada uno administra su propio patrimonio, y dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.


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