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Miguel Álvarez Lozano

Bona collita

Viernes, 18 Febrero 2022 19:08

El Puerto, para no ser un pueblo agricultor, puede presumir de haber logrado la mejor cosecha que pudo soñar. Una cosecha currada, sudada, conseguida a base de sacrificios tales que las generaciones actuales no pueden alcanzar a comprender, no porque no sepan pensar ni por incapacitados, sino simplemente porque la experiencia ni se transmite ni se hereda.

A los que, desde muy niños, nos tocó vivir la posguerra nos marcó, en aquel ambiente de miseria, escasez y analfabetismo, que nuestros padres, la mayoría de ellos obreros procedentes de otras provincias, pusiesen tanto empeño en inculcarnos la necesidad de estudiar. Hombres y mujeres de aquella generación, la inmensa mayoría poco o nada letrados, repetían a diestro y siniestro una consigna a sus proles con estas o parecidas palabras: “Solo os pedimos una cosa; nos estamos quitando el pan de la boca para que estudiéis, para que el día de mañana no seáis como nosotros. Así que no nos falléis”.

Y, en general, no fallamos. En los años 50 y 60 a lo más que podía aspirar un hijo o hija de obrero era a docente de primaria, o a “practicante” (enfermer@) o adquirir una buena formación profesional en la Escuela de Aprendices. Algunos, incluso lograban sacar adelante un “peritaje”. Las expectativas de muchos padres y madres se vieron satisfechas y en algún caso hasta colmadas.

En los años 70, 80, y de ahí en adelante, las circunstancias mejoraron lo que permitía que, con el mismo sacrificio que las generaciones anteriores, los resultados mejorasen, que muchos jóvenes porteños, accediesen a estudios superiores de todo tipo. La dinámica que movía a estos jóvenes era la misma de siempre, nada nuevo bajo el sol: un indomable espíritu de superación.

Esto mismo también sucedía en el resto del país. La diferencia estaba y continúa estando en que en el Puerto estos resultados, la collita, ha sido espectacular, ha acabado convirtiéndose en un criadero de cerebros muy bien preparados. Soy consciente de que esta última conclusión parece exorbitada, pero os puedo asegurar de que no lo es en absoluto.

Como no me siento autorizado no daré nombres, este no es el momento ni el lugar, pero puedo asegurar que no exagero si os digo que tenemos bastantes porteños colocados en los más altos ámbitos de la ciencia; en laboratorios donde se realizan los experimentos más novedosos y actuales que podamos imaginar; científicos de campanillas repartidos por todo el globo terráqueo y algunos sitios más. No es broma: tenemos uno que dirige un muy importante proyecto de investigación bajo tierra.

Sería bueno que nuestra gente conociese esta realidad, que estuviese orgullosa y contenta de estos valiosos logros y que fuésemos conscientes de que este es el mejor, y más importante legado, de aquellos sacrificados siderúrgicos que fueron nuestros abuelos.


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