La historia de Jessica Drummond transcurre en 1881, en una pequeña ciudad de Arizona. Se trata de una mujer que impone sus deseos de forma autoritaria y dictatorial, una terrateniente que cabalga con audacia, con arrojo, con vigor, con ímpetu y brío, vestida con unos pantalones, camisa y sombrero negros, y seguida por los 40 hombres que trabajan para ella: sus cuarenta pistoleros.

 

Las cosas cambian cuando llega a la ciudad un nuevo sheriff. Un día, uno de los hermanos Bonnell, Griff, el mayor de ellos, planta cara a esta situación —es cierto que su pasado como pistolero le ayuda en esta tarea—. Y vemos la gran transformación de Jessica Drummond.

 

En la película se trata el odio, la traición, la muerte, pero también la violencia y las relaciones de superioridad de Jessica sobre sus pistoleros; y como trasfondo aparece un pueblo corrompido, donde todos prefieren mirar a otra parte antes que luchar por la libertad y contra la tiranía.

 

También trata sobre las relaciones entre los sexos, de lucha y competición, o de igualdad. El guión expone los hechos de una forma que, pese a representar cierto desorden, nos ofrece una historia sencilla, fina, simplificada, coherente y nada ortodoxa con los mitos del western clásico.

 

40 pistolas es uno de los dos únicos westerns de Samuel Fuller, película innovadora, en ocasiones desconcertante, que escribió, produjo y dirigió en 1957, con un estilo brusco, tosco, de diálogos breves y cínicos, que la podrían catalogar como cine negro; por último, la fotografía en blanco y negro, de Joseph F. Biroc, es magnífica. En definitiva, un film cuyo visionado es muy recomendable.