Los hombres me explican cosas

Viernes, 01 Marzo 2024 21:07

Los hombres me explican cosas es un libro de Rebecca Solnit que contiene una recopilación de ensayos sobre la desigualdad de género que hace que los hombres se crean con una autoridad intelectual que nadie les ha conferido. Para explicar este fenómeno, Solnit utiliza historias reales, algunas contadas en primera persona. Por ejemplo, relata que durante una cena, un hombre comenzó a explicarle insistentemente un libro que había leído, sin darse cuenta de que la autora era la propia Solnit y a pesar de que se lo habían indicado al comienzo de la conversación. Al final, se reveló que el hombre ni siquiera había leído el libro completo, solo una reseña publicada en el periódico.

El libro de Solnit popularizó el término mansplaining, que conjuga man (hombre) y explaining (explicar), que, en algunas ocasiones, se ha traducido a castellano como machoexplicación. El mansplaining es una de esas agresiones machistas que están en la base de pirámide de la violencia, puede ser sutil y se mueve en lo simbólico, pero igualmente nos acaban cansando, hastiando y minando la moral. Es una de esas cosas que todas asumimos que nos toca soportar porque el simple hecho de ser mujeres: la arrogancia de hombres que, sin importar su nivel de conocimiento real sobre algún tema, asumen tener una comprensión superior a la tuya.

Este fenómeno se manifiesta de manera especialmente flagrante en situaciones en las que, aun cuando el conocimiento del hombre es claramente limitado y la mujer es una experta en la materia, la presunción masculina se impone, despreciando el saber y la competencia femenina como si fueran irrelevantes. Recientemente, se ha popularizado en las redes sociales un video que ilustra perfectamente esta dinámica: muestra a una golfista profesional mientras recibe consejos no solicitados de un espectador masculino. La respuesta de la golfista aguarda una realidad común: aunque visiblemente molesta, ella opta por sonreír, agradecer y, en ningún momento, revela su estatus profesional. Este incidente revela dos problemas profundos: por un lado, un hombre que ignora la autonomía de una mujer, y por otro, una mujer que, condicionada por la sociedad, no se siente capaz de establecer límites claros.

A veces el impulso del hombre por explicar se convierte en la prioridad. Me encanta cuando voy a alguna conferencia y en el turno de palabras alguien dice ‘más que una pregunta, tengo una reflexión’, que irremediablemente se despliega en una larga disertación no solicitada, ocupando un tiempo precioso y, muchas veces, desviando el tema central de la discusión. Curiosamente, suele ser un hombre, claro. Este comportamiento muestra una clara falta de conciencia sobre los límites y el contexto apropiado para compartir opiniones personales, así como una profunda convicción de que sus contribuciones, independientemente de su relevancia, merecen una atención central.

La presencia desproporcionada de hombres en mesas redondas o tertulias en medios de comunicación para comentar sobre cualquier tema imaginable no es casualidad, sino más bien un reflejo de una cultura que promueve la confianza masculina sobre la cautela y la autocrítica femenina. Esta dinámica se sustenta en la audacia de muchos hombres que, armados con una certeza casi cómica sobre su dominio de cualquier tema, no dudan en ocupar espacios de discusión y decisión. Mientras tanto, las mujeres, educadas en un sistema que a menudo cuestiona nuestras competencias, nos incentiva a dudar de nuestro propio conocimiento. Este fenómeno podría explicarse, en parte, por el síndrome de la impostora, que nos lleva a subestimar nuestras propias habilidades y logros. En contraste, parece que algunos hombres están inmunizados contra este síndrome, armados con una audacia que les permite hablar extensamente sobre cualquier cuestión.

Entre la vasta variedad de ‘mansplainers’ que deambulan por el mundo, existe uno particularmente irritante: aquel que se atreve a instruirnos sobre cómo debería ser nuestra lucha feminista. Este espécimen, con una confianza desbordante y una falta de autoconciencia casi cómica, parece creerse dotado de una perspectiva única y esencial sobre el movimiento feminista. Ahora que se acerca el 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, esta especie de ‘experto’ emerge con particular energía, dispuesto a ofrecer sus ‘valiosas’ lecciones no solicitadas y frecuentemente desinformadas, sobre cómo deberíamos organizar nuestras protestas, plantear nuestras demandas y, en esencia, conducir nuestra propia lucha. Este 8M, que el silencio de los hombres marque el inicio del verdadero cambio: escuchar, no explicar.


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