El cristianismo

Viernes, 17 Noviembre 2023 21:06

Que la Iglesia católica debe renovarse es algo que muchos de los cristianos anhelan. Algunos sectores ven a Francisco como un papa progresista, un papa con un carisma diametralmente opuesto al de Juan Pablo II; y si en 1982 —por ejemplo— el papa polaco concedió un estatus de privilegio y autonomía al Opus, ahora, el último papa ha promulgado dos leyes por las que la Obra pierde ese condición de gracia que ostentaba, y eso hace que el Opus Dei, una de las organizaciones católicas más influyentes de los últimos cincuenta años, atraviese un momento de incertidumbre e inquietud, que le ha obligado a replantearse su naturaleza.

José María Escrivá de Balaguer fundó en 1928 un proyecto religioso muy ambicioso, un proyecto que estaba destinado a mantener una serie de prerrogativas conservadoras dentro del seno de la Iglesia católica, algo que el propio Juan Pablo II confirmó, otorgándole una independencia y unos privilegios que no tenían otras instituciones religiosas. Esto hizo que la Obra se creciera, pensando no solo en su fortaleza sino también en su auge como entidad religiosa líder, algo que ahora hemos visto que no es así, y que ha hecho que aquel proyecto religioso se vea forzado a reformular sus estatutos en un congreso que se celebró en abril y que está pendiente de la respuesta de Francisco.

Muchos son los que ven en las decisiones del papa actual la plasmación de las viejas tiranteces que siempre han existido entre los jesuitas y el Opus. Sin embargo, como ocurre en la política internacional, también en la Iglesia católica hay una visión progresista y otra conservadora, aunque tradicionalmente siempre ha tenido mucho más peso la opinión conservadora de los cardenales italianos, que han influido en el resto de cardenales de una forma poderosa. Y es que, si la duda es lo más sensato que existe, tener la completa seguridad sobre algo que no se puede demostrar convierten a una persona en insensata, o en soberbia, y entre la mayoría de los prelados ha habido y hay mucha soberbia.

Siempre se ha pensado en el conservadurismo rancio de la Iglesia, en lo lento que ha estado para tomar decisiones importantes y en lo que le ha costado siempre pedir perdón por lo errores cometidos en un pasado, hasta el punto de no tener demasiado sentido ese perdón cuando ya han pasado varias generaciones, incluso dos o tres siglos, y no solo los damnificados han desaparecido sino también los herederos de sus herederos, y los veredictos de la Iglesia que condenaron a aquellas personas, o a aquellas instituciones, en su día, están más que superados por el progreso de la sociedad; pero este conservadurismo innato no es motivo para que exista también un ala progresista que ve las cosas de diferente manera, quizá más acorde a la situación mundial y al progreso de la sociedad, y seguramente Francisco apunta —o debe apuntar— en esa dirección. Todos recordamos, por ejemplo, a los llamados «curas comunistas» de los años sesenta y setenta del siglo XX, que lo único que hacían, además de trabajar en algún oficio, como complemento a su labor pastoral, era velar por los más oprimidos, relacionándose con los trabajadores, que eran —y son— la capa más sensible y más humilde de la sociedad. También recordamos a los sacerdotes y obispos peruanos y brasileños que crearon y fomentaron la denominada «Teología de la Liberación» derivada de la filosofía y del sentimiento del concilio Vaticano II, y que solo pretendía velar y proteger a la población más esclavizada y más humillada por los potentados; pero Juan Pablo II se encargó de dinamitar las huellas más nobles de Jesús de Nazaret, que habían enraizado entre la población más modesta a través de aquellos eclesiásticos con valores piadosos e ilustres.

Las religiones en general no tienen demasiado sentido en nuestro tiempo, si sus miembros no empatizan con ese sentimiento verdaderamente cristiano, que parece ser que solo es teoría, pero cuya práctica dista mucho de ser una realidad. Su fe y sus dogmas están más que superados, y el cristianismo oficial ha quedado relegado a unos mínimos, hasta el punto de que, incluso muchas de las personas que aplauden las posiciones políticas más conservadoras, se apartan de los postulados de esa ortodoxia que en Europa poco a poco tiende a desaparecer.

De cualquier forma, si los pocos cristianos que aún quedan (y hablo de ellos porque es la religión mayoritaria en nuestra sociedad) quieren mantener su fe, deberían intentar acercarse no a los dogmas de la Iglesia, muchas veces infundados, sin sentido ni lógica o promulgados hace solo dos o tres siglos, sino a la doctrina. (Recordemos, por ejemplo, que el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos, último de los dogmas emitidos por la Iglesia Católica, fue definido por Pío XII el 1 de noviembre de 1950, es decir hace menos de un siglo. ¿Quiere decir esto que la Asunción de la Virgen no había existido antes?). Insisto, los cristianos deberían alejarse de los dogmas y acercarse a la filosofía o a la doctrina inicial del cristianismo, esa que apostaba por la solidaridad, por la ayuda, por la humildad, por la igualdad entre hombres y mujeres, por el paralelismo entre todas las razas, por la protección a los más necesitados, que rechazaba las jerarquías dentro de su seno y que pactaba por la equitativa distribución de la riqueza, todo eso que anhelaba Jesús de Nazaret, porque eso, en definitiva, es el progreso.


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