Vergüenza

Viernes, 10 Noviembre 2023 21:06

Es vergonzoso lo que pasa en este país en general, pero en particular causa bochorno lo que pasa con la derecha política, esa derecha tan mediática, tan moderada (aunque en el lenguaje sea todo lo contrario y muchos de sus miembros tengan lengua bífida), tan conservadora, que se ha instalado en el «no» y no aporta soluciones a ninguno de los problemas que surgen en nuestra sociedad. No tenemos una derecha responsable, comprensiva y dialogante, una derecha que observe los comportamientos, que analice las ideas, que valore lo que se ha hecho bien y tienda su mano a esas iniciativas que, aunque no partan de nadie de su seno, contribuyan a mejorar la vida cotidiana de los españoles, a aumentar sus derechos, a fomentar un nivel de vida acorde a las necesidades de cada persona y que esté a la altura de cualquier ciudadano europeo.

Una derecha que sea pacífica, que olvide los rencores del pasado y que no siga instalada en ese pasado ominoso, execrable, al que una mayoría no desea volver. Una derecha que sobre todo no mienta, porque hay algunas personas que hacen de la mentira generalizada su principal caballo de batalla, y creo que los ciudadanos no nos merecemos eso. Nos merecemos políticos y periodistas que nos digan la verdad por encima de todo, que no estén sujetos a los dictámenes de ningún poder fáctico o económico y que obren en consecuencia, con total transparencia y claridad; pero la ignorancia es tal, que creemos más las mentiras que nos convienen que las verdades que nos inquietan.

Sin embargo hay una realidad acuciante, una realidad que contrasta enormemente con todo eso que necesitaríamos para ser un país moderno a la altura de cualquier país europeo; porque España sigue dividida: Los azules y los rojos, los buenos y los malos, los cristianos y los ateos, los monárquicos y los republicanos, los españoles y los antiespañoles, los amigos de España y los enemigos del país; y ahora también los nacionalistas periféricos, a los que odian los nacionalistas españoles, esos que se aferran a una ideología rancia, en la que creen que estarán mejor instalados, pero que rezuma por todos sus poros negritud, podredumbre y corrupción; porque hay una parte de todos esos, que deberíamos desterrar con nuestro voto de las instituciones; una parte que añora aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor», aunque acuartelados en su ignorancia desconozcan quién fue su autor.

Y no es así, o no debería ser. Estamos en el siglo XXI. Todos hemos de convivir con todos, y tendría que existir más diálogo y más pactos, deberíamos dejar aparcadas las caras agrias y la soberbia, pero sobre todo tendríamos que aborrecer el engreimiento y la mentira; y deberíamos apostar cada día por la cultura, por la ciencia, por el conocimiento, por la libertad y por el respeto, aunque también sería necesario aventurarnos a un reparto equitativo, y luchar por un salario justo y por un equilibrio en el gasto público, en el que la sanidad, la educación, la vivienda y tantas cosas necesarias no fueran el privilegio de unos pocos sino el derecho de todos. Esa sería la única manera de que el progreso fuera cada vez mayor y de que no fuésemos un país al que el resto de los ciudadanos europeos miraran siempre por encima del hombro.


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