Energía en lata

Viernes, 27 Octubre 2023 21:05

Durante mi etapa de estudiante universitaria, no recuerdo exactamente en qué curso, me encontraba en medio de un maratón de estudio y largas noches en vela cuando, para mantenerme despierta y concentrada, recurrí a las bebidas energéticas, convencida de que eran la solución perfecta. Al principio, parecía que aquella lata funcionaba como una poción mágica, me daba un impulso de energía instantáneo que me permitía pasar horas frente a los apuntes sin sentir fatiga. Pero lo que no sabía era que estaba a punto de vivir una experiencia que me haría repensar mi relación con esas bebidas.

A medida que avanzaba la semana de exámenes, mi dependencia de las bebidas energéticas se hizo evidente. Me encontraba bebiendo al menos una lata por día y, a veces, incluso dos o tres. En ese proceso, muchas veces me sentía excesivamente agitada y el corazón me latía rápido, pero pensaba que eran consecuencias normales del agotamiento y los nervios de los exámenes. Hubo un punto en el que empecé a notar que mi mente estaba acelerada, pero mi cuerpo se sentía exhausto.

Pero lo peor, sin duda, fue cuando acabaron los exámenes y radicalmente dejé de consumir estas bebidas. El cansancio casi no me permitía salir de la cama, notaba todo el cuerpo agotado, como si hubiera cogido una gripe. Estaba experimentando síntomas de síndrome de abstinencia. Mi cuerpo se había acostumbrado a esta sobrecarga de estimulantes y ahora se estaba rebelando ante la privación total de estos. Decidí preguntar e investigar más sobre el tema y descubrí que las bebidas energéticas generan en el cuerpo una doble dependencia: al azúcar y a la cafeína. Una lata de 500 ml contiene unos 160 mg de cafeína y 60 gramos de azúcar, que es como tomar dos cafés solos con 15 azucarillos, casi nada.

Por suerte, bastaron unos días para que los síntomas de abstinencia se desvanecieran y mi energía volviera a niveles regulares. Pasado el mal trago, aprendí una gran lección sobre la importancia de cuidar mi salud tanto o más que mis objetivos académicos. Me enseñó a equilibrar mi trabajo académico con mi bienestar personal y a no depender de soluciones rápidas como las bebidas energéticas. Con el tiempo, también he ido aprendiendo del valor de una alimentación saludable y equilibrada para obtener todos los nutrientes que el cuerpo requiere. Una buena alimentación y descanso es todo lo que necesitamos.

He decidido contar aquí esta pequeña experiencia porque estos días el debate sobre las bebidas energéticas está abierto. Según datos del Ministerio de Sanidad, el consumo de bebidas energéticas no ha parado de crecer en los últimos años, especialmente entre personas jóvenes. Son bebidas muy accesibles, baratas, tienen un buen marketing y generan adicción. Una receta perfecta para que una parte de la población española las haya incorporado de forma más o menos regular a su dieta.

La Consellería de Sanidad de la Xunta de Galicia está tramitando una norma para limitar el consumo de bebidas energéticas en menores y otras comunidades autónomas se lo están planteando. Si la venta de bebidas alcohólicas está limitada a personas menores, la de bebidas energéticas también debería de estarlo, ambas tienen efectos negativos en la salud y el desarrollo de las personas jóvenes. Es esencial proteger su salud y bienestar, presente y futuro, porque según varios estudios, estas bebidas pueden producir, en lo inmediato, dolores de cabeza, palpitaciones o ansiedad, pero, a largo plazo, puede generar problemas más graves en el sistema cardíaco y circulatorio.

No puedo dejar de sorprenderme y alegrarme al mismo tiempo que la primera autonomía que haya decidido aplicar esta norma esté gobernada por el Partido Popular. Es la evidente de que las políticas que protegen la salud pública no son de derechas ni de izquierdas: son de sentido común. En tiempos pasados, especialmente cuando la incidencia del COVID-19 estaba descontrolada, la derecha de este país intentó hacernos creer que las restricciones destinadas a salvaguardar la salud eran un atentado contra la libertad individual. Queda claro que, independientemente de su origen, cuando existen riesgos para la salud de la población, las administraciones públicas tienen la obligación de tomar medidas para frenar riegos mayores.


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