El accidente

Viernes, 27 Octubre 2023 21:04

Juan y Marta, son dos jóvenes que cada mañana se desplazaban a la Universidad de Valencia para cursar sus estudios. Él escogió estudiar doble titulación de Derecho y Criminología, mientras que Marta siempre tuvo vocación para enseñar a los más pequeños y escogió el camino del doble grado en Educación Infantil y Primaria. Un martes del invierno de hace dos años ambos acudieron a la parada del bus situada en la avenida Hispanidad, a la altura del antiguo Mercadona.

Allí coincidían con otros estudiantes y, en general trabajadores, como Esther, la mejor amiga de la madre de Marta, que cogía el autobús hasta Blasco Ibáñez para desde allí desplazarse con el metro hasta su trabajo en el Hospital Provincial. Aunque ésta última ese día decidió ir a coger el autobús unas paradas más abajo, porque en la de avenida Hispanidad, de manera habitual el transporte de las siete de la mañana iba completo con muchas personas de pie, y le tocaba esperar el refuerzo, que por los motivos que sea, últimamente también iba lleno.

Aún así, en aquella ocasión Esther tampoco tuvo mucha suerte y, a pesar de esperar el autobús más abajo, tuvo que subir en el refuerzo, eso sí en un asiento. Al llegar a recoger a Juan y Marta, estos no tuvieron más remedio que viajar de pie, pero al menos ya estaban en marcha. Este refuerzo pasa por Sagunto. En aquella parada subió una señora mayor, con poca movilidad, la pobre daba mucha pena ahí de pie, por lo que Esther decidió cederle su asiento. Y así, como tantas otras ocasiones, el bus siguió su camino hacia Valencia, con un montón de pasajeros viajando de manera muy precaria.

Fue un dos de febrero, no importa quien tuvo la culpa, pero ese fue el último viaje de Marta, un desgraciado accidente en el que el autobús tuvo que frenar de manera muy brusca y aún así chocó contra el vehículo que se cruzó en su camino. Los pasajeros que iban de pie se llevaron la peor parte, pues muchos de ellos salieron despedidos contra el parabrisas delantero, lo cual provocó desgracias mortales como la de Marta. Juan no recuerda nada de lo ocurrido, pues perdió la conciencia cuando su cabeza casi se partió con alguno de los obstáculos con los que se encontró en su vuelo hasta la parte delantera del autobús.

Esther, estuvo consciente en todo momento, viviendo el desastre en toda su crudeza. Dos años después sigue atormentándole el recuerdo de la tragedia. Ella, desafortunadamente quedó muy afectada en su médula espinal, consciente de su gravedad, pero su mayor herida está en acordarse de la pobre Marta que el día del accidente quedó sobre la calzada, inmóvil, sin la sonrisa que siempre le acompañaba al empezar el día.

Juan aún sigue en rehabilitación tras la ultima operación en la que han conseguido avances en darle movilidad a su pierna izquierda. El dos de febrero suele ir al cementerio, donde en un nicho en el tercer nivel, está la lápida de su buena amiga Marta, con su foto y su mirada risueña. Juan le habla, recordando los buenos momentos que ambos compartieron, aunque sigue en duelo por su pérdida, sin entender como pudo pasar un accidente tan brutal por no contar con los medios de transporte adecuado. Esther suele acompañar en su silla de ruedas a la madre de Marta, que tampoco ha superado la pérdida de su única hija, a pesar de la ayuda psicológica que ha recibido desde entonces.

Evidentemente todo lo escrito es pura ficción, pero el peligro de accidente de los autobuses entre nuestro pueblo y Valencia esta ahí, eso no es ficción, los pasajeros que viajan de pie cada día se la juegan ante ese riesgo latente, que cualquier día puede convertirse en real. Es necesario que las autoridades se conciencien antes de que una desgracia provoque que se levanten los dedos acusadores contra quienes pueden y deben tomar medidas, pues está situación se lleva advirtiendo desde hace mucho, demasiado tiempo ya.


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