La manzana

Viernes, 13 Octubre 2023 21:04

El día 26 de junio de 1931, el profesor de Psicología de la Universidad de Indiana, Winthrop Kellogg, inició uno de los experimentos más temerarios de la historia: criar a su hijo Donald de diez meses junto a Goa, una pequeña chimpancé de siete meses. Y los criaría exactamente de la misma manera. La pregunta que trataba de responder era: «¿Qué nos separa a los humanos de los animales, sobre todo de los animales supuestamente superiores?».

Cinco años antes, en 1926, había saltado a las portadas de los periódicos del mundo entero la noticia de dos hermanas que habían sido criadas por lobos. Aquella historia contaba cómo las niñas-lobo tuvieron problemas para adaptarse a vivir entre humanos y cómo, después de un tiempo, seguían aullando, comiendo carne cruda y abalanzándose sobre las aves que se les acercaban.

Esta historia inspiró al profesor Winthrop Kellogg, que defendía que los comportamientos en la infancia son tremendamente difíciles de desaparecer, aunque esto chocaba con la teoría que esgrimían diferentes expertos, que consideraban que las niñas no habían sido capaces de adaptarse a vivir en el entorno humano porque padecían autismo.

Aun defendiendo esta teoría, el profesor Kellogg se lanzó a probarla por su cuenta. La idea era sencilla: criaría a su propio hijo, Donald, y a una bebé chimpancé llamada Goa, como si fueran hermanos, tratándolos de la misma forma. Los vestirían igual, los abrazarían de la misma manera, los bañarían a la vez y comerían juntos. Las condiciones ambientales de la crianza de ambos debían ser las mismas para que el experimento fuera fiable. De esta forma, observarían la evolución de los bebés, buscando el momento exacto en el que el animal y el humano llagasen a distanciarse en lo relativo al aprendizaje y al lenguaje. Pero aquel experimento se enfrentaba a dos problemas importantes, además del dilema ético. El primero era superar las barreras legales que le impedían separar a un bebé mono de su madre y trasladarlo a un hogar típico de una familia de los EEUU, algo que se superó sin problemas. El segundo era convencer a Luella, su mujer y madre de Donald, pero este punto no se despeja en The Ape and the Child, el libro que publicó más tarde el psicólogo explicando los resultados del experimento.

En el libro se incluyeron algunos datos, como la medición del peso, la presión arterial y la masa corporal, así como otras pruebas más macabras, entre ellas, disparar una pistola para ver cómo reaccionaban los hermanos, o golpear las cabezas de los pequeños con una cuchara para comprobar el sonido.

Kellogg explica con todo lujo de detalles lo que Goa y Donald experimentaron durante los 9 meses que estuvieron juntos, pero no aclaró por qué el experimento terminó tan pronto, cuando la idea inicial era la de desarrollarlo durante cinco años, aunque, seguramente, su mujer tuvo mucho que ver en aquella decisión. Y es que, mientras que Goa se había adaptado casi con perfección al entorno humano, Donald lo que hacía era imitar a su «hermana». Se valía de los ruidos propios del chimpancé para pedir comida y empezó a morder a todo el que se le acercaba. Además, el desarrollo del lenguaje se retrasó en comparación con otros niños de su edad. Mientras él solo podía decir tres palabras, el niño promedio de EEUU era capaz de decir 50 y de empezar a formar oraciones. Goa, por su parte, tuvo un desarrollo más acelerado que el del niño. Descubrió primero los juguetes, asimiló mejor las órdenes que Donald, aprendió a utilizar los cubiertos, a ir al baño, y todo lo hacía con mucha facilidad. Es decir, todo ocurrió al contrario de lo que había previsto Kellogg, que sería Goa la que empezaría a imitar el comportamiento más cercano al de un niño humano, y no a la inversa, porque lo que consiguió el psicólogo fue enseñar a Donald a actuar como un mono.

Ninguno acabó bien. Después del noveno mes de experimento, Goa fue devuelta a los brazos de su madre, pero allí no consiguió adaptarse a «su vida de mono» encerrada en un jaula, y murió al año siguiente.

El profesor Kellogg fue muy criticado por su irresponsabilidad al haber hecho aquello a ambos bebés, porque, como él defendía, las conductas aprendidas podían dejarles huellas de por vida. Con el tiempo, admitió su error, señalando que debía haber buscado otras alternativas menos peligrosas para los bebés.

Donald pudo recuperar el tiempo perdido en su desarrollo intelectual. Estudió Medicina y se especializó en Psiquiatría; pero después del fallecimiento de sus padres, se quitó la vida. Nunca se supo si aquello tenía que ver con la forma en la que había sido criado.

Esta historia me recuerda la idea de que una manzana podrida en un cesto de manzanas sanas no se vuelve sana, sino que acaba con la lozanía de las demás, y extendiendo los experimentos al terreno político ¿podemos pensar en la regeneración de los miembros de la extrema derecha actuando junto a los de la derecha tradicional, o la gangrena llegará a todos por igual? Y para ser más claros, ¿podríamos decir que un «no demócrata» que conviva codo con codo con un demócrata, se volverá demócrata a su vez, o las formas dictatoriales del no demócrata abrazarán al demócrata? Ya sé que esto parece un trabalenguas, y que los juegos de palabras, a veces, son difíciles de asimilar, pero convendría reflexionar, porque eso puede ser (y no quiero ser pájaro de mal agüero) lo que nos venga.


Si le ha interesado esta información, puede unirse a nuestro canal de Telegram y recibirá todas las noticias que publicamos para el Camp de Morvedre. Síganos en https://t.me/eleco1986

Lo último de José Manuel Pedrós García

Más en esta categoría: « Dioses y ciencia Leer y escuchar »

 

 

SUCESOS

SALUD