No acostumbro a escribir sobre algo que sea noticia puntual y de lo que se hable en todos los medios de comunicación, entre otras cosas porque si ya han hablado de ello gente más cualificada que yo, entiendo que poco nuevo puedo aportar, y si aporto algo diferente va a ser más pobre, o más desafortunado, de lo que ya se ha dicho. Tampoco me gusta escribir algo y publicarlo inmediatamente. Creo que es mejor dejar reposar un poco las cosas, para calibrar después el verdadero alcance que puedan tener, pudiendo corregir aquello que es obvio o inadecuado.
Dicho esto, voy ahora a hacer una excepción porque, como dice el dicho, «la excepción confirma la regla».
Que se hable tanto de la Copa Mundial Femenina de la FIFA, que han ganado las chicas de nuestra selección de fútbol, es bueno, e importante, aunque también se tendría que hablar de las medallas que han ganado otras chicas en otras disciplinas deportivas, y de eso no se ha dicho nada, o muy poco; pero que se tenga que hablar de la grandeza de nuestro fútbol femenino a consecuencia del revuelo que ha suscitado la polémica del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (me niego a citar su nombre para no darle más publicidad), me parece bochornoso. Y más vergonzoso es todavía que se hable de esta polémica y no de la gesta deportiva.
En estos momentos no quisiera entrar en ninguna disquisición política, pero creo que después de casi cincuenta años de democracia, todavía no hemos enterrado ese poso rancio de machismo que, queramos o no, a la mayoría de los hombres nos alcanza, pero todavía me parece más deleznable que una persona, que ya nació unos años después de la muerte del dictador, actúe como ha actuado y además quiera justificar su actuación con mentiras al más puro estilo de ciertos políticos que no quiero nombrar.
Supongo que el machismo es una anomalía (y creo que he empleado la palabra adecuada) que nada tiene que ver con la ideología política, y que se da tanto entre gente de la derecha como de la izquierda, o entre individuos ricos y pobres, o entre personas cultas e ignorantes, y que se da además entre una parte importante de la población masculina y —lo que es más lamentable— entre una parte, aunque menor, de la población femenina.
El Ministerio de Igualdad se creó con una misión muy concreta, y con un cometido necesario en nuestra sociedad, la de erradicar las desigualdades por razón de sexo, raza, religión, orientación sexual, etcétera. Sin embargo estamos viendo cómo en muchas comunidades en las que gobierna la derecha se tiende a eliminar este apartado o se procura no dotarlo de presupuesto, con la idea de que se hunda él solo, y esto es muy significativo porque nos demuestra quién está a favor de la igualdad entre hombres y mujeres y quién no, quién quiere desterrar el machismo y que no vuelva a ser una lacra y a quién le da lo mismo (o incluso lo fomenta o lo aplaude), quién desea que la convivencia entre todos sea pacífica y quién no, y así podría continuar enumerando desajustes en nuestra sociedad que ya deberían estar solucionados.
Creo que en estos momentos tendríamos que hacer un análisis de nuestra situación y un propósito firme de rectificación, incluso de reparación hacia todas las personas damnificadas por una u otra cuestión, y sobre todo me parece necesario que el Ministerio de Igualdad no solo no desaparezca sino que se le dé todavía un auge mayor.
