Torre del camino. Un cuento de verano (2ª Parte)

Viernes, 04 Agosto 2023 21:06

(Continuación de la semana anterior)

El autobús siguió su andadura monótona y lenta. De momento, ella no dijo nada más, ni yo tampoco. Abrió el libro y se concentró en la lectura. Me imagino. Era un poemario de Miguel Hernández, uno de mis favoritos.

Estábamos a últimos de agosto. Todavía hacía calor, y llevaba una camiseta azul clara y unos pantalones estampados muy finos, con zapatillas blancas de deporte.

—¿Cómo te llamas?
—Marta. ¿Y tú?
—Andrés.
—Mucho gusto —dijo, y me tendió la mano.

Yo se la estreché, notando una energía que habitualmente no conocía en otras chicas al estrechar la mano.

—Igualmente.

Casi una hora después seguía leyendo el poemario, mientras yo me había puesto los auriculares y escuchaba la radio en el móvil.

¿Cómo encontraría la casa? ¿Estaría bien? ¿Tendría que gastarme mucho dinero en arreglarla? Las preguntas se amontonaban en mi mente. Estas y otras. ¿Estaría casada Marta? ¿Tendría pareja? ¿Podría ofrecerle mi vivienda? ¿Podría ir a verla si se instalaba en ella? ¿Podríamos tener entre nosotros algo más que una amistad? Marta era muy guapa, y la belleza femenina siempre me había descolocado, pero si era profesora de inglés también tendría una cultura sólida, ¿no?, y eso sería interesante.

Estaba envuelto en estas dudas cuando llegamos a Lezo. El autobús hizo una parada a la entrada de la población, donde bajaron algunas personas, y otra, la definitiva, en la parada que tenía asignada en el centro de la población, aunque esta no era muy grande, pues creo que no superaba los siete mil habitantes.

Bajamos del autobús y yo cogí el bolso que Marta había dejado en el maletero.

—¡Gracias!
—De nada.
—¿Cómo iremos a Torre del camino?
—Creo que tendremos que tomar un taxi.
—¿Lo cogemos entre los dos?
—De acuerdo.

Muy cerca de la parada del autobús había una de taxis.

Llegamos hasta ella y tomamos uno.

—¿A dónde van? —nos preguntó el taxista.
—A Torre del camino.
—¿A qué dirección?
—Al instituto —dijo Marta.
—Muy bien.
—Después yo iré a la casa de Virtudes —agregué—, en la playa. ¿Sabe dónde está?
—Esa casa está a un kilómetro del instituto.
—Sí. Más o menos.

Unos quince minutos después llegamos al instituto. Bajé, para acompañar a Marta y cogerle el bolso del maletero.

—Toma —me dijo, dándome diez euros—. Tú pagas el resto.
—No, por favor —y le rehusé el billete.
—Gracias.
—¿Nos vemos luego?
—No sé si podré —me dijo. Y se marchó camino de la puerta del instituto.

Volví a subir al taxi, y mi mente empezó a fraguar historias fantásticas de esas que siempre urdía mi mente. Historias que pasaban durante el verano, cuando el calor era más sofocante, las neuronas estaban revueltas y la sangre circulaba a gran velocidad, mientras la mirada se perdía en el oleaje buscando esos cuerpos femeninos, bronceados y esbeltos, que se sumergían en la espuma y le arrebataban al agua su frescor.

—Ya hemos llegado. Esa de ahí enfrente es la casa de Virtudes. Son 14 euros.

Le pagué al taxista y bajé.

Entré en la casa y comprobé el estado en el que se encontraba. Todo estaba igual que la recordaba de cuando era niño. Y no creía que hubiera que hacerle reformas demasiado importantes.

Había quedado con el constructor a las seis de la tarde y eran las cinco y cuarto. Me senté en un sofá del salón y seguí pensando en Marta.

El constructor llegó puntual, estuvo mirando la casa y comprobó las reformas que había que hacer, sobre todo en la cocina y en el baño para dejarlo todo acorde a los tiempos que corrían.

—Muy bien. Pues me tomo nota de todo y le enviaré un presupuesto al correo electrónico que me dejó.
—De acuerdo. Muy agradecido. Una pregunta…
—Dígame.
—¿Vuelve usted a Lezo?
—Sí.
—¿Le importaría dejarme en el instituto?
—No. En absoluto.

Subí a su coche y me dejó en el instituto.

Llamé a la puerta y salió un conserje.

—Buenas tardes. ¿Ha venido una chica que se llama Marta?
—¿La nueva profesora de inglés?
—Exacto.
—Sí, pero ha estado hablando con el director y se ha marchado con él.

Me quedé un poco aturdido. No me esperaba aquello.

El verano terminó, pero durante el otoño volví a casa de mi abuela en más de una ocasión y siempre que iba me acercaba al instituto y preguntaba por Marta, pero nunca estaba disponible, estaba en clase o no estaba. Nunca respondió a los mensajes que le dejé al conserje y nunca me llamó por teléfono. No volví a saber nada de ella, hasta que me cansé de esperar y la di por perdida.

Feliz verano


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Modificado por última vez en Viernes, 04 Agosto 2023 12:40

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