No hay nada como los veranos de la infancia. Yo los pasaba junto a mis padres en un camping. Estaba todo el día en la calle, bañándome en la piscina, dando vueltas con la bicicleta, jugando con mis amigas o bailando los temazos de los CD de Caribe Mix. Veranear en un camping es una cosa bastante excitante cuando eres niña, siempre hay mucho que hacer y que explorar dentro de ese perímetro vallado de caravanas y tiendas de campaña, de gente que viene y va y otra que se queda durante todo el verano y que se acaba convirtiendo en familia durante un par de meses.

Pero, si había algo que realmente me llenaba de ilusión, era la llegada de la noche, cuando todos nos reuníamos alrededor del televisor para ver el ‘Grand Prix del verano’. Sentada junto a mi familia y parte del vecindario del camping, con los ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja, disfrutábamos en comunidad de esta competición estival presentada por el gran Ramón García. Ver a los equipos enfrentarse en desafíos locos y disparatados era demasiado divertido. ¡Incluso soñaba despierta con formar parte de uno de esos equipos y salir por la televisión!

Tras muchos años de rumores, ha sucedido: ha vuelto aquel icónico programa. Se estrenó el lunes y fue lo más visto de esa noche y primer ‘trending topic’ en Twitter. La nostalgia está de moda. Muchas personas, pero en especial las que crecimos en los 90 y también en los 80, estamos deseosas de volver a conectar con la infancia y adolescencia. La nostalgia se ha convertido en una forma de escapismo y comodidad en un mundo que evoluciona rápidamente porque nos permite sumergirnos en un pasado, aparentemente, más simple y familiar.

El debate sobre si antes se vivía mejor que ahora es una constante. Mi generación, apaleada por diferentes crisis, no para de repetirse aquello de que seremos los primeros en vivir peor que nuestros padres. Un contrato fijo durante 40 años en la misma empresa, una casa en propiedad o el sueldo de una sola persona para mantener a toda una familia… Son cosas que nos suenan lejanas. Sin embargo, es importante reconocer que cada época tiene sus ventajas y desafíos únicos, la nostalgia a menudo tiende a embellecer el pasado. El presente nos brinda nuevas oportunidades y comodidades que antes eran inimaginables. Los avances en medicina, tecnología o derechos humanos a lo largo de los años han mejorado la vida de muchas personas.

El nuevo ‘Grand Prix del verano’ cuenta con la retransmisión de Cristinini, una streamer de la plataforma Twitch, y ya no incluye a azafatas sexualizadas ni vacas a las que los concursantes tengan que enfrentarse. Síntomas nítidos de una apuesta por modernizarse. En la actualidad, en los programas de televisión en España ya no se utilizan animales como parte de su entretenimiento por diversas razones éticas y de bienestar animal. La sociedad ha evolucionado en su comprensión y conciencia sobre los derechos de los seres vivos, reconociendo que el uso de animales con fines lúdicos o por mero espectáculo, puede generar sufrimiento y estrés innecesarios.

La vaca es un icono del programa y han conseguido que esté presente, pero acorde a los nuevos tiempos que corren. Lo han resuelto de maravilla, este personaje ahora lo encarna una persona disfraza, en vez de un animal, y sirve como un comodín que los pueblos participantes pueden emplear para incordiar al equipo contrario y hacer más difícil que consigan el objetivo de la prueba. El show ha encontrado nuevas formas de entretener al público, enfocándose en contenidos creativos e innovadores que respetan el bienestar y la integridad de todos los seres vivos involucrados.

Este buen ejemplo contrasta con la persistencia de ciertas fiestas de pueblos que se empeñan en seguir haciendo del sufrimiento de vacas y toros el centro de su diversión, como sucede en este municipio. Es crucial que continuemos reflexionando sobre nuestras tradiciones y costumbres, buscando alternativas más respetuosas con los derechos de los animales y avanzando hacia un futuro en el que podamos celebrar nuestras raíces culturales sin causar daño a ninguna forma de vida y que sean, de verdad, unas fiestas ‘libres de violencias’.