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José Manuel Pedrós García

Falsificaciones

Viernes, 31 Marzo 2023 21:05

Después de que Egipto fuera conquistado por las tropas de Napoleón, todas aquellas reliquias históricas y recuerdos artísticos egipcios encontrados —o muchos de ellos— se pusieron a disposición del mercado europeo. Las momias podían comprarse a los vendedores ambulantes, y la élite europea solía organizar fiestas en las que el centro de la diversión era desenvolver las momias. Por si eso no fuera repugnante e indecente por sí mismo, los restos bien conservados de los antiguos egipcios se molían hasta convertirlos en polvo y se consumían como remedio medicinal, algo similar a eso que es conocido por muchos: El cuerno de rinoceronte molido para evitar la impotencia. «Lo que es capaz de hacer la ignorancia».

Sin embargo, esto llevó a algo mucho más desagradable y asqueroso: La demanda era tan alta que se inició el comercio de falsificaciones en el que la carne de los mendigos fallecidos se vendía como si fuera de las momias egipcias. Sólo el escribir esto ya produce náuseas. Imaginad el resto.

Con anterioridad, en la Edad Media, era tal la religiosidad, la ignorancia y el hambre, que el comercio de reliquias falsas de santos se convirtió en una profesión lucrativa. Muchos monasterios e iglesias querían tener alguna reliquia de algún santo o santa, y así se inició un comercio de huesos por parte de vendedores desaprensivos que no tenían ningún reparo en vender cualquier hueso de cualquier cementerio, certificando que era de algún santo conocido, o desconocido, para obtener un beneficio económico por parte de abadesas, abades o sacerdotes (el tener en una vitrina destacada de sus templos aquellos huesos, le daba un cierto prestigio, y esto llevaba a que hubiese más audiencia de fieles, y en consecuencia más dádivas por parte de los feligreses).

Las falsificaciones siempre han existido, no es algo propio de nuestro tiempo. La picaresca y las necesidades siempre han exprimido la imaginación, y si ahora vemos camisetas, sudaderas o zapatillas falsas con el anagrama de Nike, Adidas o Lacoste, por ejemplo; relojes que parecen de Cartier o de Rolex; incluso superdeportivos rojos imitando a Ferrari, o amarillos que son una réplica perfecta de Lamborghini, pero que están fabricados en China, y cuestan la cuarta o quinta parte del original, en otros tiempos se han explotado otras cosas no menos llamativas, y acordes a las necesidades —o a los caprichos— del momento.

Siempre ha existido la falsificación, como ha existido la mentira, el fraude, la estafa o la apropiación indebida, pero nadie lo ha reconocido. Nadie ha dicho nunca que aquello no era auténtico.

Si le preguntáramos a cualquiera de nuestros políticos corruptos, seguro que tendrían (o tienen) artimañas suficientes para salirse por la tangente y culpabilizar a los demás de todos sus problemas (labia, desde luego, no les falta). La inocencia es algo que incluso el más culpable tiene siempre en su mente. No sé si esto es algo propio de nuestra naturaleza humana, pero si realmente fuéramos como deberíamos ser, la responsabilidad y la verdad deberían ser las cualidades que nos adornasen, y no todas esas características que a menudo admiramos.


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