Cada 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, salimos a las calles para demandar derechos e igualdad de oportunidades para las mujeres y también para visibilizar la lucha histórica de todas compañeras que nos han precedido. Hemos conquistado mucho, pero todavía no lo suficiente, la igualdad real y efectiva, por desgracia, es un escenario que aún nos queda muy lejano.

Este día es un día que no se felicita. El 8M no es una fiesta, es un día para reivindicar, reflexionar y movilizarse en pro de la igualdad de género. Felicitar el 8 de marzo opaca el verdadero significado de este día y minimiza su importancia, lo regala a ser una festividad más y no un día central en la búsqueda de la igualdad. Por no decir, que perpetúa estereotipos de género cuando destaca aspectos superficiales de la mujer o ensalza a las mujeres como otredad. Cuando un hombre celebra el 8M por su madre o por su hermana, en realidad, celebra su propia existencia y, una vez más, se pone a sí mismo en el centro. Todo lo contrario de lo que persigue este día.

Estamos en contra de felicitar esta fecha, pero eso no significa que la lucha por la igualdad no pueda ser gozosa. Está en la naturaleza humana sentir más afiliación por aquello que nos provoca sentimientos positivos y es imposible mantener un activismo feminista prologando y más o menos intenso sin algo de alegría. Más en los tiempos que corren, en los que una ola reaccionaria recorre nuestra sociedad en contra de todos los avances conseguidos por el feminismo. Es evidente, que la hostilidad hacia este movimiento ha crecido en los últimos años porque nuestra lucha asusta a muchos que viven demasiado cómodos en una sociedad desigual.

El movimiento feminista es un lugar precioso, no dejéis que os convenzan de lo contrario. Hay demasiado interés en vender que hay división y enfrentamientos, lo que, casualmente, solo beneficia al inmovilismo. Los espacios feministas, más allá de articular luchas, también son lugares de desahogo, confidencias, esparcimiento y risas. De pasar tiempo con personas que comparten tus mismas inquietudes y con quienes nos podemos expresar como no podemos hacerlo en ningún otro sitio. Me reconforta y llena el corazón haber pasado este 8 de marzo con grandes mujeres, primero con mis compañeras de trabajo y después con mis compañeras de militancia de la Coordinadora Feminista del Camp de Morvedre, todas grandes personas a las que admiro y respeto profundamente.

En estas ocasiones y en otras, no siempre podemos estar todas. Hay una frase que se suele ver bastante este día que dice ‘Lucha si puedes, descansa si lo necesitas’. Eso es exactamente el feminismo, cuidarnos por encima de todo, entender los tiempos de cada una y dar espacio cuando las fuerzas flaquean en esta lucha que es tan intensa. No siempre estamos todas y es que luchar también puede ser un privilegio. Muchas compañeras no pueden asistir porque están cuidando, porque la doble jornada de trabajo productivo y reproductivo les agota, porque son migrantes encerradas en un CIE o precarias que no pueden faltar a su trabajo. Pienso también en las mujeres trans que han dejado de participar en nuestros espacios porque sienten que ya no son un lugar seguro para ellas por la hostilidad de algunas personas, lo mismo con las compañeras racializadas.

Escribo estas palabras con la resaca emocional que provocan días como el 8M, que son todo un torbellino de emociones que, inevitablemente, al día siguiente te dejan un vacío existencial. De emociones tristes, por la desigualdad que todavía vivimos, por las agresiones que hemos visto en varias manifestaciones, incluida la de Puerto de Sagunto, cuando alguien lanzó desde una ventana un objeto contundente contra la multitud y que podría haber acabado en desgracia. Pero también por las emociones felices, por las manifestaciones multitudinarias que evidencian el apoyo masivo de la sociedad a la igualdad y al feminismo, por la sororidad entre las mujeres que participamos. Todas las resacas se pasan, también esta. Empecemos a pensar en lo que tenemos por delante.