Recién cumplidos los dos años desde el asalto al Capitolio de Estados Unidos alentado por el expresidente Donald Trump, vemos en Brasil una acción similar por parte de los partidarios del derrotado Jair Bolsonaro. Una legión de bolsonaristas asaltaron el 8 de enero las sedes del Congreso, la Presidencia y la Corte Suprema de Brasil, dejando a su paso multitud de destrozos y robos. Ni los partidarios de Trump ni los de Bolsonaro han querido aceptar los resultados de las elecciones que dieron la victoria a Joe Biden y a Lula da Silva, respectivamente. La extrema derecha se aprovecha del sistema democrático para tomar el poder a base de manipulación y mentiras, pero lo atenta cuando ese mismo sistema la expulsa de los centros de decisión, fruto de la voluntad popular. Son la antipolítica más peligrosa que viene a implosionar los sistemas de participación y convivencia desde dentro, con una legión de seguidores, lamentablemente, muy cohesionados y cegada por el odio, una de las emociones más potentes que existen y que, por desgracia, desemboca en lamentables actos como estos.

Mientras la comunidad internacional ha respondido casi de inmediato a este asalto a las instituciones brasileñas con una condena prácticamente unánime, ¿qué ha hecho la oposición en España? Como siempre, el ridículo —y es que ha llegado un momento en el que tampoco esperamos más—. PP, Ciudadanos y Vox han tenido la audacia de utilizar un intento de golpe de Estado violento y antidemocrático para atacar al gobierno de España, elegido de forma democrática por la ciudadanía del país. Además, intentan equiparar el referéndum sobre la independencia de Cataluña con el ejercicio de tratar de asaltar el poder por la fuerza. No sé si somos conscientes de lo extremadamente graves e irresponsables que son las declaraciones que han vertido algunos de los líderes de estos partidos, que banalizan y legitiman estas acciones que son un auténtico atentado contra la democracia.

Entre relativizar lo que ha pasado en Brasil y alentar a que suceda lo mismo en España se mueve la cosa en las derechas y sus portavoces políticos y mediáticos. Por desgracia, en un mundo lleno de desafíos, no podemos dar nada por sentado, ni siquiera la democracia, especialmente ante el preocupante coqueteo de la derecha con la extrema derecha, cada vez más cerca y actuando con mayor complicidad. La idea de que todas las ideas son válidas es muy peligrosa. No, no todas las ideas son respetables, el fascismo no es respetable, el discurso y políticas contra los derechos humanos se tienen que rechazar y no acoger. La propia supervivencia del sistema democrático pasa por sancionar este tipo de ideas. Cabría esperar más de partidos que autodenominan constitucionalistas, pero después pactan en las instituciones con los amigos de Bolsonaro y Trump en España. Cuando no, directamente, mantiene el Poder Judicial secuestrado, una forma de golpe de Estado más sibilina y discreta que el asalto a un edificio institucional, pero igualmente perjudicial para la calidad democrática.

Ante lo ocurrido en Brasil solo cabe una reacción posible: la condena firme, sin excusas ni malabarismos. Quien haga lo contrario solo demuestra su escaso compromiso con la democracia. Lo que ha pasado en Washington y en Brasilia es un aviso a lo que puede suceder en otras partes del mundo, también en España, donde las elecciones están a la vuelta de la esquina. Cuando la derecha empezó a llamar a Sánchez ‘presidente ilegítimo’ inició la peligrosa senda de cuestionar la validez de gobiernos elegidos de forma democrática y fruto de la negociación y del acuerdo. El mismo abono para la crispación que utilizaron Donald Trump y Jair Bolsonaro. Muchos esperan y desean que aquí también se produzca un asalto al Congreso o a la Moncloa. Después dirán que los antisistema son otros.