Melancolía y fragilidad

Viernes, 16 Diciembre 2022 21:06

La luna y la noche siempre han sido dos elementos que han inspirado a los artistas las obras más emblemáticas, góticas y macabras, quizá porque la noche provoca, o sugiere, las más bajas pasiones, y la luna llena acompaña a los licántropos a saciar sus ansias de sangre.

Bécquer, Byron, Mary Shelley, Poe, Baudelaire, Lovecraft, King, Tolkien, Huxley, Houellebecq… Hay tantos, que enumerarlos todos sería interminable. Y todos tienen un denominador común: la tristeza, la fragilidad, la melancolía.

Lovecraft dijo en su día: «Infeliz es aquel a quien los recuerdos de la infancia sólo le traen miedo y tristeza». ¿Quién no ha tenido en su infancia momentos de tristeza o de miedo? Todos, en mayor o menor medida, somos por lo tanto, potencialmente, infelices, como somos frágiles, por mucha fortaleza que aparentemos, y melancólicos, aunque parezcamos alegres y encendidos.

Narciso Ibáñez Serrador dijo una vez que las historias de terror son para los adultos como los cuentos para los niños. En cualquier caso, en los cuentos tradicionales, siempre hay una bruja mala, un ogro, un lobo, y junto a estos personajes están los niños buenos que al final logran vencer la maldad de esos antihéroes; y esto, para los niños, quizá supone una satisfacción al acabar el cuento triunfando el bien sobre el mal. De la misma forma, las historias de terror para los adultos suponen el pensar que, por muy precaria que sea nuestra vida, por muchas insatisfacciones que nos reporte, al final estamos en nuestro hogar acogedor y no sufrimos las consecuencias de esos personajes que en el cine, en la televisión o en los libros, acosan a los protagonistas.

Quizá esa ha sido también la martingala que históricamente han esgrimido siempre los ministros de la Iglesia: «No nos hemos de preocupar por muchas exigencias que la vida nos depare —dirían—, ni por muchos traumas que tengamos que soportar, porque en la otra vida seremos premiados por el Juez Supremo». «Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados», o «bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos», etcétera; pero mientras tanto pedían —y piden— para «ayudar a la Iglesia en sus necesidades», es decir para llenar las arcas de sus palacios episcopales.

No sé si es, quizá, porque se acerca la Navidad, o porque tengo afán persecutorio contra todo tipo de hipocresía, pero eso de predicar y no dar pan es algo que me supera, y me ha hecho, de nuevo, volver a las andadas; porque creo que la melancolía y la fragilidad solamente se instalan en nosotros cuando vemos las desigualdades que existen entre unos y otros, entre los más humildes y los más poderosos, entre esos a los que sólo les consuela el pensar en una vida fuera de esta vida (que habría que ver si existe) y todos esos otros que se han aprovechado históricamente de la fragilidad, de la inocencia, de la ignorancia, y les han obligado a la sumisión, al acatamiento y a la reverencia a todos los que han considerado inferiores.


Si le ha interesado esta información, puede unirse a nuestro canal de Telegram y recibirá todas las noticias que publicamos para el Camp de Morvedre. Síganos en https://t.me/eleco1986

Más en esta categoría: « Ideologías El estrés »

 

 

SUCESOS

SALUD