El orgullo humano

Viernes, 02 Diciembre 2022 21:05

Los seres humanos hemos sido siempre engreídos, prepotentes. Desde los albores de la prehistoria nos hemos considerado el centro del Universo. Hemos intentado dominar al resto de las especies animales, por considerarnos superiores y únicos. Frente a todo aquello incomprensible para nosotros, hemos creado a una serie de dioses, que hemos mezclado incluso con los humanos, para crear semidioses, aunque el summum de todo haya sido el pensar en un único Dios, suficientemente omnipotente en todos los ámbitos, que nos creó a los hombres a su imagen y semejanza (puede haber mayor endiosamiento). Sin embargo, siempre ha surgido alguien a nuestro alrededor que nos ha hecho «bajarnos del burro». O hacer que pongamos los pies sobre la tierra.

La humanidad seguiría siendo igual de orgullosa, o de soberbia, que lo fue en un pasado, en el que se pensaba que el ser humano era el centro de todo el Universo, si no hubiera sido por alguien que se encargó de quitarnos ese engreimiento de una simple bofetada, pues hubo una serie de científicos ilustres que plantearon algo diferente y que anularon ese orgullo humano de creer que nosotros como raza éramos algo superior y que nuestro mundo era el centro de todo.

Copérnico demostró que la Tierra no era el centro del Universo, como se pensaba en su tiempo, y Galileo Galilei tuvo que lidiar con la Santa Sede, y renunciar a su idea de que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés, como siempre se había creído, y como la Iglesia, que dominaba todos los estamentos —y en muchos aspectos los sigue dominando— había decretado. Era la única forma de que Galileo Galilei pudiera salvar el pellejo.

El hecho de que se pensara que la Biblia era la palabra de Dios, no se había cuestionado nunca, y la creación del hombre, al hacer Yahvé una figura humana con barro y darle el soplo de la vida, tampoco lo había discutido nadie; pero Darwin demostró que el hombre no es el centro de la Tierra como pensamiento, ni fue creado por ningún ser superior, sino que es, más bien, un animal evolucionado, que surgió después de millones de años en los que la transformación de los seres vivos daba lugar a especies superiores y más perfectas, y esto supuso para los bien pensantes del momento una regresión en sus ideas y una alteración en la forma de pensar y de actuar.

Más adelante, cuando se pensaba que ya nada podía ir a peor, y que todo estaba, más o menos, normalizado, apareció Freud, para decirnos que la mente no era el centro del hombre, como se pensaba, sino que era el inconsciente, siendo la mayoría de las acciones del hombre el resultado de motivos ocultos en el subconsciente que él no podía controlar. Y aunque las teorías de Freud han evolucionado en la actualidad, y se han creado nuevo parámetros para determinar sus ideas, no podemos descartar el que Freud fuera pionero en señalar que el inconsciente era lo que nos transmitía ciertos sentimientos y que el sueño podía interpretarse como algo que influía poderosamente en la vigilia.

Y nos encontramos con que el primero eliminó la Tierra del centro del Universo. Darwin eliminó al hombre del centro de la Tierra, y Freud eliminó la conciencia del centro del hombre.

La ciencia siempre ha sido más poderosa que la religión, y ha tenido que rescatar todo eso que los ministros de un dios, que nadie ha visto ni oído nunca, se han encargado a lo largo de los siglos de instalar en la mente humana y en el sentimiento colectivo. Siempre tiene que haber alguien que dé un paso más para liberarnos de todos los prejuicios que los fanáticos y los fundamentalistas no están dispuestos a relegar.


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