La pesadilla

Viernes, 18 Noviembre 2022 21:07

Subía por la escalinata principal del Ayuntamiento con la idea de buscar al alcalde en su despacho. Sentía la urgente necesidad de trasmitirle una reclamación o una queja muy importante que, ahora mismo soy incapaz de recordar.

Ya en la primera planta del vetusto edificio, equivocadamente, entré en el Departamento de Cultura. Allí me encontré una actitud clara de sospecha y con miradas inquisitivas de los funcionarios. Cuando abrí la boca para preguntar, un empleado con cara de pocos amigos se me anticipó diciéndome que eso era en Bienestar Social, en la planta tal. En dicha planta me encontré con el mismo hostil ambiente anterior. Una joven de agrio semblante, antes de poder abrir la boca me preguntó que quién me había enviado allí y, cuando intenté decirle que en la primera planta me habían dicho que… me interrumpió con una sardónica carcajada volviéndose hacia sus compañeros haciendo gestos de haberme desenmascarado. Desconcertado, insistí con una cierta angustia que yo no sabía nada de los de abajo, que yo lo único que pretendía era hablar con el alcalde. Ahí empezó el pitorreo, de todos los despachos salían preguntando qué hacía yo allí, que qué buscaba… una joven debió apiadarse de mí y me indicó que estaba en el edificio equivocado, que aquello era Camí Real, que el despacho del Alcalde estaba en el viejo Ayuntamiento.

Al volver a subir por segunda vez al descanso de la primera planta del añoso edificio dudé, no me atrevía a entrar en los despachos y tener que empezar de nuevo con el desagradable calvario…

Le estaba preguntando a un bedel, un sujeto mal encarado, cuando este miró temerosamente hacia la escalera por donde bajaba un grupo de personas muy bien trajeadas. Entre ellos reconocí al alcalde, inconfundible, alto, delgado, de andar ágil pese a su avanzada edad, perfectamente distinguible entre muchos por poseer dos cabezas: la de la izquierda de buen parecer, con el cabello oscuro perfectamente brillante y muy bien peinado y, la de la derecha, un enorme cráneo ausente de todo pelo y con muchas huellas de los golpes dados y recibidos.

Esa cabeza apenas hablaba pero, o bien sonreía sarcásticamente de un modo inquietante que hacía temblar al más pintado, o reía emitiendo estruendosamente grandes carcajadas. Le pregunté si podía exponerle una queja y, muy amable y educadamente la cabeza izquierda me respondió que sí, que hablase. En ese momento, angustiado, me di cuenta de que no me acordaba en absoluto de cuál era el motivo de mi queja. En ese momento el cabezón de la derecha estalló en espantosas carcajadas poniendo al descubierto una enorme boca casi desdentada… aquello fue lo que me hizo despertar con todo el cuerpo bañado en sudor.

Es lo que tiene asistir a un Pleno Municipal.


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