¡La peste!

Viernes, 11 Noviembre 2022 21:08

Que nadie se alarme por este título tremendista. De lo que voy a hablar no es de la peste como enfermedad en cualquiera de sus terribles variantes, sino de la peste como mal olor en otra acepción del término, quizás no demasiado precisa.

Nunca he tenido buen olfato. Siempre, ya desde niño, me ha costado trabajo percibir o distinguir olores. Ahora, de mayor, ya casi no me entero de lo que pasa en el mundo por mi nariz. Esto, que en sí mismo es una limitación importante, aunque pueda parecer increíble, tiene sus ventajas pues olores los hay de muchos tipos, aunque en el lenguaje común se suelen dividir en dos grandes grupos: los buenos y los malos olores. Mi relativa ventaja consiste en que, aunque me pierda el importante placer de disfrutar de los buenos olores, sin embargo, compensatoriamente, me pierdo también gran parte de los nauseabundos malos olores tan abundantes en nuestro entorno ciudadano. Eso sí, de lo que no me puedo escapar (nadie puede) es del exagerado mal olor, de lo que vulgarmente denominamos peste.

La popularmente llamada peste suele ser el baremo que nos ayuda y alerta a los ciudadanos, avisándonos de que algo va mal o muy mal en nuestro entorno: excrementos, escape de todo tipo de gases, el tufo de una avenida con mucha circulación de vehículos, de que algo se está quemando…

Tengo claro que mi grado de incapacidad olfatoria, a través del tiempo ha hecho de mí una persona cómoda, olvidada del sentido del olfato, que si no fuese porque no podría respirar me hubiese ya amputado la nariz para no oler nada nunca más: si ese maldito órgano no me sirve más que para oler el perfume de excrementos o los peores gases y podredumbres… ¿para qué me sirve? Y más en un pueblo como este donde abundan diversas fuentes de malos olores, donde tanta peste se acumula. Salgo de mi casa un día normal y el primer saludo es del cercano imbornal de lluvia que sabe dios cuanto tiempo hace que no se ha limpiado ni desatascado, después paso por mi plaza, la Plaza Ángel Perales (da igual la Plaza a la que me refiera, hace días estuve en la de la Reina Fabiola y era aún peor, allí, además, las moscas se me comían) y cuando yo, el del mal olfato, me encuentro a veinte metros de los malolientes contenedores de basuras ya empiezo a detectarlos. Llegados a menos de tres metros te puede dar algo: hay quien tira la basura y sale corriendo de allí.

Mis felicitaciones al Sr. Alcalde por haber cambiado la Gerencia de la SAG.

(Por favor: que nadie se confunda. Esto último es una de mis ironías)


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