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José Manuel Pedrós García

Equilibrios

Viernes, 14 Octubre 2022 21:04

La personalidad humana es muy compleja, quizá demasiado, y a menudo no se corresponde con lo que deberíamos esperar de ella, porque si hacemos un autoanálisis, más o menos pormenorizado, posiblemente nos saldrían unas cotas de naturaleza o de idiosincrasia diferentes a las que nosotros mismos pensamos o nos hemos proyectado.

Deberíamos ser lo suficientemente humildes para no creernos superiores a nadie, pero, al mismo tiempo, lo relativamente orgullosos de nosotros mismos para pensar que tampoco somos inferiores a los demás; porque muchas veces nos infravaloramos hasta el punto de creernos puro papel de fumar, y eso hace que nos sintamos deprimidos, y otras veces, en cambio, pensamos que somos el centro del universo, que nadie hay más importante que nosotros, y que nuestras ideas son las únicas que tienen valor. Incluso, estirando el hilo, podemos llegar a pensar que no necesitamos estudiar o leer nada para saber de algún tema más que esos estudiosos que denominamos «intelectuales», o algunas veces, en plan despectivo o apático, «culturetas», que sí, saben mucho, o han estudiado mucho, o su cultura es muy amplia, pero desconocen —creemos— todos los intríngulis de la vida, y no saben, como quien dice, ni freír un huevo.

Hay una anécdota (no sé hasta qué punto será cierta, porque estas cosas que circulan por las redes sociales muchas veces son pura fantasía, pero, en cualquier caso, de ser cierta, es muy significativa), que dice que en una fiesta, en 1949, coincidieron Marilyn Monroe y Albert Einstein. Se cuenta que Marilyn tenía especial interés en hablar con Einstein, y que fue ella misma la que se acercó al científico, y para romper el hielo le dijo: «Qué le parece, profesor, ¿deberíamos casarnos y tener un hijo juntos? ¿Se imagina un bebé con mi belleza y su inteligencia?». Albert Einstein parece que esbozó una sonrisa, adoptó una expresión seria ante la propuesta de la actriz, y le respondió: «Desafortunadamente, me temo que el experimento salga a la inversa, y terminemos con un hijo con mi belleza y su inteligencia».

Quizá la moraleja de la situación es que Marilyn valoraba su belleza por encima de cualquier otra cosa, mientras que Albert pensaba que su inteligencia era lo fundamental. Sin embargo, se sabe que el coeficiente intelectual de Einstein era alto (160), pero el de Marilyn todavía lo era más (165), con lo cual se ve claramente que la apreciación que podemos hacer de nosotros mismos no es siempre la más adecuada.

Uno tiene que saber en cada momento de dónde viene y a dónde quiere llegar. No debemos olvidar nunca nuestra procedencia, nuestras raíces, sobre todo si hemos nacido en una cuna humilde y hemos prosperado lo suficiente en la vida para estar, tanto en el plano económico como cultural, por encima de la media, porque, en ese caso, podemos llegar a creernos superiores a los demás, y nuestra vanidad puede dispararse, llegando a humillar o a despreciar a todos esos que conviven con nosotros o se encuentran a nuestro lado.

Siempre he pensado que la humildad es lo más preciado que podemos poseer, y que mirar a los demás por encima del hombro nunca es lo más adecuado. Sin embargo tampoco nos hemos de arrodillar ante nadie supuestamente más poderoso que nosotros, pues entonces nos convertimos en vasallos, y la época feudal, afortunadamente, ya pasó hace mucho tiempo.

Sé que es difícil el equilibrio, muy difícil. En la balanza de nuestra vida, a menudo no se encuentran los dos platillos a la misma altura, pero deberíamos intentar que lo estuviesen, pues entonces llegaríamos no sólo al equilibrio sino también a la Justicia. A fin de cuentas, la Justicia se representa con una balanza y con los ojos vendados, y eso es muy significativo.


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Modificado por última vez en Lunes, 17 Octubre 2022 12:18

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