El valor de las cosas

Viernes, 09 Septiembre 2022 21:05

No sé si escribo bien, porque uno no puede ser juez de sí mismo: Es evidente que nunca se condenaría. Mis amigos me sonríen y me dicen que han disfrutado mucho con la lectura de mi última novela; pero los amigos, a menudo, no son imparciales y te ven más desde la óptica del cariño y del aprecio que desde otro punto de vista. Intento hacerlo bien, eso sí, y reviso y corrijo hasta la saciedad, y antes de publicar algo ha pasado por numerosas cribas, filtros y modificaciones, intentando al final ofrecer algo digno, algo que posea unas cualidades óptimas y un mínimo de interés.

Sin embargo siempre me queda la duda. Siempre pienso si la posible fascinación, o el atractivo que creo que puede suscitar aquello que hago, es sólo producto de mi inmodestia. Y recelo, y la vacilación y la incertidumbre se apoderan de mi semblante como si fueran furias mitológicas, erinias aplicando el castigo divino a los culpables por sus malas acciones.

No sé si realmente es la duda la que estimula la inteligencia, porque la certidumbre, la seguridad, desde luego, lo único que provoca, a mi juicio, es arrogancia, y en el mundo ya hay bastante altanería, bastante altivez, bastante insolencia, bastante intolerancia, y creo que debemos apostar por la humildad y la sencillez más que por otra cosa, y por ser juiciosos y reflexivos. Ya dijo en su día Carl Sagan algo muy interesante: «Saber mucho no es lo mismo que ser inteligente. La inteligencia no es sólo información, sino también juicio para manejarla».

Hasta hace un momento estaba hablando de mí, y eso ya es un signo de vanidad, o de egocentrismo, y no está bien que lo haga, porque choca con mis argumentos, los destruye. Es mejor hablar de cosas que realmente merezcan la pena, aunque, mejor que hablar, es escuchar, y hacer. Hablando no se aprende nada, uno dice lo que se supone que ya sabe, o lo que opina, mientras que escuchando siempre se aprende algo, aunque es cierto que muchas veces sólo se escuchan necedades. Todos los días las oímos en la radio, las leemos en la prensa, o las vemos en la televisión, y los políticos y los contertulios se enzarzan en discusiones bizantinas que no conducen a nada, intentando cada uno apostar por sus cartas sin valorar en absoluto las cartas de los demás, por considerar que son falsas, que están marcadas o que no nos van a hacer ganar la partida.

Todos queremos ganar en la partida de la vida. Todos queremos ser los mejores, los únicos. Y para que haya un primero tiene que haber también un segundo, y un tercero y un último.

¿Merece la pena luchar sólo por lo nuestro como hacemos a menudo? ¿Qué somos nosotros? Nada, meros peones en el ajedrez del mundo. Pero la reina, el alfil o la torre pueden caer antes que nosotros, aunque tengan más valor en la partida, aunque sean más importantes y estén rodeados de todos esos escoltas llamados peones.

Los niños son egoístas en general, piensan en ellos, en lo que anhelan, en sus preferencias, pero los adultos somos a menudo niños que se han hecho mayores, y seguimos siendo igual de egoístas, y seguimos pensando en nosotros y en nuestros más allegados por encima de los demás. ¿Es eso lo más importante y lo más positivo para que el mundo siga su curso de bonanza, o quizá deberíamos desprendernos de ese materialismo que nos envuelve y de esa vanidad que nos ofusca?


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Modificado por última vez en Viernes, 09 Septiembre 2022 13:03

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