Fe y ciencia

Viernes, 05 Agosto 2022 21:06

Nuestra sociedad es cada vez más extraña, y cada día se empobrece más, y no me refiero sólo a que se empobrezca en el sentido económico, que es algo evidente, sino en algo más importante: en valores. La generosidad, el altruismo, el respeto, la sinceridad, la tolerancia, todo eso cuenta muy poco, o nada. Cuenta mucho más lo material, el postureo, el lujo, la apariencia. Lo diré una y mil veces si es necesario, a ver si esas conciencias corruptas y oscuras intentan salir y ver la luz, el sol, respirar el aire profundo de la naturaleza y sumergirse en las aguas cristalinas del mar.

Salir en la televisión le hace a cualquier cretino tener éxito en la vida. Las influencers, con cientos de miles de seguidores en Instagram, son las que se llevan el gato al agua sólo con publicar cada día las chorradas que hacen en cada momento, mientras que la inteligencia, los conocimientos, la ciencia y la cultura se infravaloran y se menosprecian.

Los ricos son cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. ¿Dónde está el equilibrio? ¿Dónde está lo equitativo? La Iglesia, o las diferentes religiones, porque todas son igual, hacen el agosto en estos tiempos de crisis, y apelan a la fe para ganar más adeptos, o para no perder los que tienen (ese es su negocio), pero sólo los que abrazan el materialismo más radical y se apuntan al carro del neoliberalismo beligerante son los que aplauden sus postulados y sus dogmas, mientras la ciencia es —quizá— la única que apuesta por el progreso, por desempolvar la verdad y por seguir con el ritmo de crecimiento y avance.

El cristianismo, del que procede Occidente, y que se afianzó en toda América, ha olvidado por completo las enseñanzas de Jesús, y en lugar de rescatar de la miseria a todas esas gentes de Iberoamérica, o de África, impregnadas de necesidades y escasez —que sucumben ante la más absoluta de las desdichas—, se ha dedicado hasta ahora a conservar sus riquezas y, en nombre de esa dudosa fe que les envuelve bajo palio, convertirse en la mayor de las multinacionales: una multinacional que sólo vende humo, que se enriquece cada día más y que ordeña a nuestro país, como en un pasado reciente exprimió a tantos países, mientras los príncipes de la Iglesia se convertían en mecenas de ellos mismos, acumulaban riquezas y arte, absolvían a los poderosos y enviaban al infierno de la pobreza al pueblo llano.

Afortunadamente, cada vez es mayor en nuestro país la gente que se desentiende de fundamentalismos y credos, y apuesta por el estado laico real, no ese de pacotilla, que detesta el progreso y desea volver al pasado ominoso y aciago que nos envolvió entre las sombras y la negritud. Sin embargo, es muy bonito declararse socialista y republicano, pero después apoyar a la monarquía (la Casa Real se lleva aproximadamente 8 millones de euros al año), para que el rey y toda su familia vivan como viven y tengan todas las prebendas necesarias y superfluas. También queda muy bien declararse ateo, o aconfesional, inyectando cada año millones de euros a las arcas de la Iglesia, de la Conferencia Episcopal o del sínodo de obispos, porque al final son éstos los que se reparten el botín, argumentando que destinan una parte a Cáritas (sólo el 2,3 % de lo recaudado en la casilla de la Renta, no nos engañemos, pero lo publicitan muy bien, como si hubiesen estudiado en las mejores escuelas de marketing). También argumentan la importancia de la enseñanza concertada, tan necesaria —según ellos— para evitar que la enseñanza pública adoctrine a los niños y niñas; pero la educación católica recibe anualmente 4.866 millones de euros de dinero público, y la tendencia va en aumento, pero en sus colegios —también según ellos— no se adoctrina a nadie sino que se educa en valores. En fin… Hipocresía en estado puro: de nuestros políticos, de los magnates (o mangantes) de la Iglesia católica, de los monárquicos, de la banca, de la clase empresarial, de los neoliberales.

En realidad, yo sólo quería hablar de la fe y de la ciencia, y como siempre me he ido por los cerros de Úbeda. Sin embargo, me pregunto: ¿Podremos alguna vez rescatar lo verdaderamente importante? Porque la fe mueve montañas (y eso es una metáfora), mientras que la ciencia las descubre, las analiza y utiliza su materia para el progreso y el bienestar común (y eso es, no sólo real, sino, además, una parte muy importante para el avance y el desarrollo): Lo que en realidad nos debería importar.


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