En defensa del perreo

Viernes, 03 Junio 2022 21:06

Quien me conozca desde hace unos años se extrañará de leer lo que voy a escribir a continuación y es que yo de adolescente era bastante sectaria en lo que a música se refiere. Para mí, si no era rock o metal era basura, básicamente. Pero estoy orgullosa de haber crecido y madurado, ampliando mis horizontes a estilos musicales muy diversos. Cuando me preguntan qué música me gusta mi respuesta es que prácticamente todo. Es cierto, soy una melómana empedernida y no me canso de descubrir cosas nuevas. Un rato estoy escuchando Metallica y al rato Bad Bunny, estos artículos siempre los escribo mientras escucho Fleet Foxes (un grupo de indie folk maravilloso). Y no pasa nada, absolutamente nada. Abrir la mente me ha dado la capacidad de disfrutar de todo, de montarme un concierto en casa como si fuera cabeza de cartel en Rock in Rio o Glastonbury o bailar como si estuviera a las cinco de la mañana en Cocoa.

En este proceso de crecimiento en el que, creo, que he ido deconstruyendo mis prejuicios, me ha venido genial conocer de dónde vienen las críticas a la música urbana y por qué no son del todo justas. La primera y más recurrente: las letras machistas. Asociar todo un género, como puede ser el reggaetón, al machismo, es un error de fondo, primero, porque no todo el reggaetón es machista, segundo, porque machismo hay en todos los estilos musicales. ‘Prefiero verte muerta que con otro hombre’ cantaron los míticos Beatles o ‘solía amarla, pero tuve que matarla, tuve que enterrarla seis pies bajo tierra y aún puedo oír cómo se queja’, escribieron los Guns and Roses. Y como estos, podría dar mil ejemplos.

Por otra parte, tendríamos que hablar del origen del prejuicio, una rica combinación de adultismo y latinofobia. Los nuevos géneros musicales, los que rompen con lo existente anteriormente, se critican y sancionan por parte de las generaciones anteriores que, en un profundo conservadurismo, rechazan cualquier cosa nueva. Me acuerdo de la película ‘Detroit Rock City’ en la que unos adolescentes se escapan a un concierto del grupo Kiss y lo hacen a escondidas porque la madre de uno de ellos piensa que los integrantes de la banda son mensajeros del diablo. También son famosas las críticas que recibieron en su día grupos que hoy en día son un mito como The Beatles, AC/DC o Nirvana. Quejarse por las nuevas músicas huele a naftalina, de verdad. Por otra parte, como decía, la latinofobia, el rechazo hacia la cultura que viene de América Latina como si todo fuera un producto inferior. A la vez que se sacraliza lo que llega del mundo anglosajón porque el imperialismo cultural es así. El reggaetón ya está haciendo más por la lengua y cultura hispana que la Oficina del Español de Toni Cantó.

Antes la música urbana parecía un terreno casi exclusivamente dominado por los hombres, pero cada vez hay más mujeres que posicionan sus temas como éxito y llenan estadios y aprovechan para lanzar mensajes más o menos complejos de empoderamiento y emancipación. Culmina en la creación de un nuevo género que podríamos denominar como reggaetón feminista y que se consagra en grupos como Tremenda Jauría, que canta cosas como ‘Ni mami, ni chati, ni linda, ni guapa. No me llamo nena, tus letras de mierda no nos representan a ver si te enteras’.

Vamos a bailar reggaetón que un momentito de catarsis lo necesitamos todas y es muy sano y liberador. Que, como dijo la anarquista Emma Goldman, «si no puedo bailar no es mi revolución».


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