Jaime Siles

Viernes, 27 Mayo 2022 21:06

El pasado día 17 de mayo tuve el privilegio de asistir en el Ateneo de Valencia al homenaje al poeta valenciano Jaime Siles, uno de los poetas vivos más importantes del panorama poético nacional, miembro de la generación del 68, de los Novísimos y de la Joven Poesía Española. El editor de Olélibros Toni Alcolea, la presidenta del Ateneo, el ensayista y filólogo Marco Antonio Coronel y el homenajeado estuvieron debatiendo durante una hora y media sobre filología, sobre poesía, sobre enseñanza, sobre anécdotas cotidianas y sobre un sinfín de cosas más que hicieron que la tarde se convirtiera en un suspiro envuelto en elocuencia y sabiduría, sobre todo por parte del propio Siles, lo que en ciertos momentos me hacía cuestionarme el seguir escribiendo. Tanta distancia observaba, que la humildad y la mediocridad de mis palabras no podían compararse con la profundidad de sus vocablos y de su léxico.

Jaime Siles fue siempre para mí un referente poético desde que leí sus versos en la antología poética que Cátedra —que tanto ha hecho por la poesía y las letras hispánicas— editó en 1980 con el nombre de Joven poesía española. En aquella época yo era un amante de la poesía, que devoraba todo lo que caía en mis manos, intentando aprender de los consagrados, y que había empezado a hacer mis primeros pinitos serios, después de haber destruido una parte importante de lo que había escrito desde los 12 años, habiéndome propuesto como meta el escribir un poemario (o lo que fuera) durante el año siguiente. Así nació Cronología de un año, al que le siguieron Estigmas, Lágrimas de cera, Nabhi en éxtasis y doce pseudo poemarios más, todos inéditos y que por vergüenza torera nunca publicaré. En 1995, el poemario Dimensión consiguió alzarse como Finalista en el Premio nacional «Mario Ángel Marrodán» en Vigo (éste sí que vio la luz), que me hizo descubrir —o comprender— la incomprensión y la inutilidad de todo lo que hacía, y empezar a derivar mi mensaje literario hacia la narrativa breve, hacia la novela y hacia los artículos de opinión. Y en eso estamos.

Pero volvamos al principio, porque «yo no he venido a hablar de mi libro», parafraseando a Umbral, sino de Jaime Siles, sobre todo de sus palabras durante el homenaje que se le hizo (un homenaje muy merecido, que siempre es bueno hacer en vida de un personaje), al que acudió lo mejor de las letras valencianas, aunque envuelto en aquella nube de escritores y poetas importantes, estuviéramos también algunos simples aprendices, que hemos hecho de nuestro oficio algo similar a lo que pretende un albañil al hacer una pared recta: hacerla bien; porque somos sólo eso, mientras Siles es un arquitecto de la palabra, consagrado pero cercano, como lo demostró en una tarde cuajada de sabiduría, conocimientos y experiencia.

Sin embargo, no podría terminar este pequeño alegato sin que mi espina crítica —que siempre me martiriza— saliera al exterior a través de la carne entumecida cumpliendo su papel, que no es más que el de un aspirante a escritor que sólo ha tenido una formación autodidacta. Porque Siles habló de una forma detractora de la poesía social, sobre todo (eso entendí) refiriéndose a los poetas de la generación de los cincuenta, esos que habían nacido en los contornos de la Segunda República Española, esos que alimentaron mi imaginación y mi ideología a los dieciocho años, esos que sortearon la censura franquista con inteligencia y nos abrieron los ojos con sus palabras densas y avinagradas y sus metáforas inauditas. Yo no podría reprobar esa poesía que tanto hizo por la juventud de principios de los setenta, aunque algunos digan que no es una poesía noble, y esa generación de los 68 la desautorizara, porque para mí era como la cebada que se le puede dar envuelta en la paja a los equinos: el más exquisito aperitivo.

Jaime Siles también amonestó la educación actual, «que sólo sirve —acentuaba— para crear camareros que pongan copas (profesión muy digna, entiendo yo, ya que los que tienen oportunidades emigran buscando un trabajo acorde a su formación y a su capacitación), cuando en la década de los sesenta —continuaba diciendo Siles—, lo que se estudiaba durante el bachiller superior era notablemente mejor a lo que en la actualidad se puede impartir en la universidad»; y censuró fundamentalmente la ley Celaá, argumentando la pobreza de la educación pública, y el contrasentido que tiene el que su creadora llevara a sus hijos a las mejores escuelas privadas, a lo que yo respondo: «Si un gobierno progresista no apuesta por una educación pública de calidad, ¿lo va a hacer un gobierno neoliberal?». La respuesta es evidente: «No». Quizá todo se deba a que se han ido cambiando las leyes educativas durante los sucesivos gobiernos del PSOE y del PP, y esto ha empobrecido los contenidos, cuando lo más lógico es que se creara una normativa adecuada a la educación pública, que no partiera de la sensibilidad de los políticos sino del conocimiento de los educadores, y que no se modificara con los gobiernos de partidos antagónicos (que en realidad no lo son), pues ambos han pretendido siempre ocupar el centro político con el único fin de conseguir votos, y han imaginado que lo que unos hacían eran malo, cuando lo que ellos imponían era peor.

Pero eludiendo estos comentarios últimos, y volviendo al principio, debo decir que tuvimos la oportunidad de escuchar a un verdadero maestro, a un Jaime Siles en su salsa, donde la docencia, la filología y la poesía fueron las tracas finales de una fiesta: La fiesta de su homenaje; y a eso únicamente es a lo que habíamos ido allí.


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