Segunda Navidad de la pandemia, primera después de la vacunación. Una Navidad que dábamos por hecho que sería como siempre, con sus luces, comidas y cenas, regalos, cabalgatas y otras tradiciones… Pero no, y vaya decepción. No lo digo solo por la ridiculez de luces que nos ha puesto el ayuntamiento en el Puerto de Sagunto, que también, me refiero especialmente a cómo el avance de la pandemia ha hecho que se tengan que suspender muchos planes y prácticamente todo el mundo tenga a alguien confinado a su alrededor. Cuántas esperanzas teníamos puestas en estas fiestas y cómo todas expectativas se han acabado disolviendo como un terrón de azúcar en un vaso de agua. La nueva variante Ómicron está provocando un repunte de la pandemia en medio mundo, los casos no paran de aumentar y parece que las celebraciones de Año Nuevo serán discretas. Lo bueno, muy bueno: la vacuna está haciendo efecto. Con el doble de contagios que el año pasado hay la mitad de hospitalizaciones porque, si bien la vacuna no es garantía de no contagiarse, sí que lo es de pasar una enfermedad mucho más ligera. Los médicos no paran de alertar sobre como la gran mayoría de pacientes que acaban en la UCI están sin vacunar y, aun así, hay personas que rehúsan ponerse la vacuna, ellos y ellas verán. Mientras tanto, agradezco que el pasaporte COVID nos permita disfrutar al resto de ocio con un poco más de seguridad.
En todo este jaleo de la Navidad, los responsables políticos no paran de pedirnos mucha responsabilidad y creo que la enorme mayoría de la ciudadanía la estamos teniendo. Ahora bien, yo esperaría un poco de reciprocidad por su parte. Después del brillante proceso de vacunación por el que nos ha felicitado toda la comunidad internacional, qué despropósito de gestión de esta ola que están haciendo. Una vez más, te puedes contagiar haciendo vida social, pero trabajando hay un aura mágica que te protege. La actividad económica ni se ha parado ni se va a parar, tampoco se ha impuesto el teletrabajo, eso sí, después de trabajar no quedes con nadie, por responsabilidad. Por otra parte, la mascarilla obligatoria en exteriores ha vuelto cuando ya hace tiempo que la ciencia dice que no es necesaria si hay distancia suficiente. Esta medida ha conseguido enfadar por igual a personas de izquierdas, derechas y extremo centro, eso sí, nos queda el consuelo de que al menos abriga, aunque lo cierto es que con estos días de viento de poniente más bien sobra. Finalmente, la guinda del pastel, nuestro sistema sanitario vuelve a estar colapsado y su personal saturado y harto. Si en el inicio de la pandemia la saturación estuvo en las UCI, en esta era postvacuna, en la que la infección generalmente no pega tan fuerte, lo está en la atención primaria. ¿Qué tenían que hacer nuestros gobernantes? Reforzar la atención primaria. Y lo que han hecho no solo es no reforzar la atención primaria, sino en muchas comunidades despedir al personal médico con ‘contratos COVID’. Los Reyes Magos les traerán carbón por no hacer sus deberes, no tengo duda.
En fin, no me gustaría acabar este artículo navideño con tanto pesimismo. No todo van a ser penas, al final de este túnel parece que se ve algo de luz. ¿Por qué? Pues porque algunos científicos señalan que Ómicron podría ser el principio final de la pandemia. En los países que ha habido un repunte de casos, como sucede ahora en España, después ha habido otro pico de bajada. Dicen los expertos, que una cepa como esta, muy contagiosa pero poco virulenta, es sintomático de que la cosa se termina, quizá esta enfermedad pasará a convivir con nosotros y nosotras como el constipado o la gripe. Confío en lo que nos dicen y en que estas serán las últimas Navidades de excepción y que al año que viene podremos celebrar como toca. Muy felices fiestas a todos los lectores y lectoras de El Económico y un año 2022 lleno de esperanza y alegrías.
