Almudena Grandes

Viernes, 03 Diciembre 2021 21:05

Este artículo lo escribí el día 25 de noviembre al llegar a casa, después de la manifestación en Puerto de Sagunto en conmemoración del Día internacional contra la violencia de género. Pensaba enviarlo a El Económico para su publicación el mes de enero, pero, forzosamente, he tenido que adelantarlo, no quedaba más remedio, aunque haya tenido que retocarlo un poco.

El sábado, día 27, estaba en Valencia, cuando a las siete de la tarde me enteré a través del móvil del fallecimiento de Almudena Grandes. Mi primera idea fue creer que se trataba de una noticia falsa, de esas noticias macabras que siempre circulan por las redes, pero enseguida pude comprobar que no lo era. Una casualidad —pensé— que dos días antes le dedicara un artículo. Y en ese momento el corazón se me quedó helado.

Cuando en 1989 leí Las edades de Lulú, quedé prendado de la narrativa de Almudena Grandes. En principio fue la curiosidad —lo reconozco— por comprobar cómo se desenvolvía una mujer escribiendo una novela erótica, algo que, en aquella época, parecía un género (o un subgénero) destinado, casi en exclusiva, a ser escrito por hombres; pero aquella novela me llevó después a leer otras novelas y algunos relatos de esta gran escritora.

No sé si en aquel último año de la década de los 80, cuando estaba en plena efervescencia la movida madrileña, el socialismo gobernaba en España con autoridad y los que éramos de provincias envidiábamos aquel frenesí y aquella pasión que irradiaba la capital del país, llegué a calibrar lo que suponía aquel entusiasmo, después de haber dejado atrás el intento de golpe de estado del 81 y haberse estabilizado la democracia a través del socialismo, aunque fueran unos años difíciles y el terrorismo de ETA amenazara en cualquier esquina de la península.
Pero ajenos a estos problemas sociales y políticos, o mimetizados con ellos, tampoco lo sé con seguridad, estaban los jóvenes madrileños, entre los que florecía la narrativa desenfadada de Almudena Grandes, que parecía querer traer un aire de frescura y estaba dispuesta a quedarse.

Una de sus lectoras comentó hace poco que Almudena es una de esas escritoras a la que siempre le compras los libros porque sabes que aciertas, y que, aunque para muchas personas es excesivo decir que es la mejor escritora de lengua hispana, para ella no lo es. De cualquier forma, creo que se puede decir de una forma escueta, que su literatura es sencilla y directa, pero, al mismo tiempo, nada banal, y eso, los lectores, siempre debemos agradecerlo. Sus personajes, desde luego, están muy bien configurados, lo que hace que enseguida les cojas cariño, y sus historias no pueden ser más envolventes ni más comprometidas con sus ideales y con su pensamiento político. Porque Almudena Grandes fue la gran señora del compromiso por la libertad de nuestro siglo, un compromiso que adquirió a través de la literatura, la única de entre todos los grandes escritores españoles que permaneció fiel a las entrañas de la dignidad, la única que hablaba desde la responsabilidad social.

Cuando leí Malena es un nombre de tango, me atrapó enseguida de una forma sugestiva, y yo, que no soy nada mitómano, a partir de ese momento, me convertí en un incondicional de la escritora madrileña. De cualquier forma, creo que esa cualidad de adicto a su literatura se vio reforzada, y casi desbordada, cuando aquella hija de exiliados republicanos aparece en El corazón helado; aunque a mí, que siempre me ha entusiasmado el relato corto, debo reconocer que su libro Modelos de mujer, formado por siete relatos protagonizados por mujeres, que en determinados momentos de su vida se enfrentan a algún hecho sorprendente, me pareció una forma intimista y casi personal de contar una serie de historias en las que la mujer es siempre protagonista, y eso, en nuestra época, siempre es importante subrayarlo.

Recuerdo que hace un par de años, mientras yo estaba firmando ejemplares de mis dos últimas novelas en una caseta de la feria del libro de Madrid, pasó por delante caminando Almudena Grandes junto con Thais Villas, que la iba entrevistando, mientras las cámaras de La Sexta filmaban a ambas. Una compañera, que estaba firmando ejemplares de su primera novela en la misma caseta que yo, la llamó con cierta vehemencia: ¡Almudena, Almudena! Thais Villas, se giró hacia ella y le contestó: «Señora, déjenos trabajar». Fue una anécdota muy graciosa que hizo sonreír a Almudena Grandes —y a mí—, al ver la desenvoltura con la que la periodista de «El intermedio» se deshizo enseguida del descaro de mi compañera.

Esa soltura, ese aplomo, esa resolución, que caracteriza a muchas de las mujeres occidentales de nuestro tiempo, que no tienen ningún reparo en enfrentarse con valentía a cualquier obstáculo, me ha hecho pensar —y más después de llegar de una manifestación en contra de la violencia de género— en la situación de las mujeres de Afganistán, y por ende en las mujeres de cualquier país sometidas al fundamentalismo machista o religioso (o ambas cosas), que las menosprecia, las silencia y las esclaviza hasta cotas inimaginables de barbarie y terror. Y yo no sé qué podemos hacer desde nuestro confortable primer mundo, pero creo que Naciones Unidas, o el organismo al que le corresponda, debería olvidarse de los intereses económicos, políticos y militares que les presionan y plantar cara, con valentía y decisión, a todos estos países, para que las mujeres dejen de sufrir el maltrato al que son sometidas a diario.

Almudena, desde sus páginas, supo con maestría, sacar del anonimato a los republicanos silenciados y a las mujeres oprimidas, y esto es algo que deberíamos agradecerle siempre. Que la alegría que le acompañó en su vida nos ilumine, como lo hace la fragancia de las rosas rojas.


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Modificado por última vez en Viernes, 03 Diciembre 2021 13:39

 

 

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